El agotamiento se desvaneció al instante en que la notificación de aumento de nivel apareció, revitalizando por completo su energía. Las heridas se desvanecieron de su cuerpo como si nunca hubieran existido, mientras experimentaba una sutil mejora en sus estadísticas.
Inspiró con una sonrisa solemne mientras, mentalmente, elegía la opción "SI" en la interfaz. En ese preciso instante, sintió una conexión profunda con los rondadores. Cada uno de ellos comenzó a emitir sus característicos sonidos raciales, al tiempo que las gemas en sus frentes resplandecían con una intensidad deslumbrante. Algunos experimentaron transformaciones en sus escamas, otros vieron cómo el color de sus gemas se tornaba en un resplandeciente dorado, y una minoría no mostró cambio alguno.
Orion entrecerró los ojos, podía sentir la mejoría, y su instinto, así como su inteligencia, le aconsejaron hacer uso de su habilidad [Instruir] en cada uno de los rondadores para potenciarlos, sin embargo, dudaba que fuera una buena idea.
Se acercó al rondador de mayor tamaño. Después del cambio, todos habían vuelto a postrarse en el suelo. Orion posó su mano sobre la gema dorada de la criatura.
—¿Puedes entenderme?
El rondador hizo un movimiento de cabeza que Orion interpretó como una afirmación.
Observó su identificación en su interfaz.
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- Nombre: No obtenido.
- Raza: Rondador.
- Afinidad elemental: Tierra.
- Sangre: Normal.
- Lealtad: Decente.
- Estado: Sirviente.
- Habilidad especial: Mordedura, Escavador, Zarpazo, Aliento ácido, Fortaleza pétrea.
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—Desde ahora te llamarás Rompehuesos.
[Instruir]
El impetuoso viento que nació de la tierra, abrazó como el cobijo de una madre el enorme cuerpo del rondador. La criatura comenzó a abrir el hocico, a moverse en su sitio de forma errática, como si algo en su interior le estuviera atormentando. Su gema brilló con intensidad, volviendo su matiz dorado más claro y hermoso, su cuerpo creció casi al doble de su tamaño, sus escamas se tornaron más lustrosas y duras, sus dientes se volvieron más largos y filosos, y la potencia de su aura incrementó al cuádruple.
Volvió a observar la identificación de la criatura al culminar su bendición.
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- Nombre: Rompehuesos.
- Raza: Rondador.
- Afinidad elemental: Tierra, Fuego.
- Sangre: Mutada.
- Lealtad: Máxima.
- Estado: Sirviente.
- Habilidad especial: Llamarada, Desgarro, Garras penetrantes, Bomba ácida.
- Cuerpo especial: Cuerpo endurecido.
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—Si desean convertirse en alguien merecedor de mi bendición, deberán mostrar más que solo postrarse ante mí. —Les miró, y ellos temblaron, más de expectación que de miedo, eran bestias, pero el grado de inteligencia que poseían les hizo añorar el poder de su hermano de raza—. Recuperen todos los cadáveres en esta caverna y formen aquí una pila con ellos.
Las bestias se adentraron de inmediato a sus agujeros, desapareciendo de la vista de los presentes.
Mujina, transformada nuevamente en su versión humana se acercó a su señor, estaba cansada, no había sido una batalla fácil, y la sangre que derramaba de sus brazos era una prueba de ello. Jonsa y Alir tenían peores heridas, pero ninguna que necesitara una pronta intervención.
Orion les miró, y sin pensarlo se quitó el Anillo de la Eternidad, estirando el brazo y abriendo la palma para concederlo a la capitana de su guardia personal.
—Úsalo —ordenó.
Mujina experimentó un fuerte nerviosismo, no sabía por qué, pero aquella pieza de joyería inspiraba en ella un miedo y respeto terrible. Deseó rechazar, no creyéndose lo suficientemente digna para portarlo. Sin embargo, la solemne mirada de su soberano le forzó a aceptarlo. Sus dedos se acercaron a su palma, pero justo en el momento que tocó su fría superficie, sus piernas perdieron las pocas fuerzas que había logrado reunir. Sus rodillas tocaron el áspero terreno, con los ojos sumidos en la incapacidad y desconcierto. Tuvo que apartar los dedos del anillo para recuperar el aliento. El poder guardado en tal objeto era colosal, no había palabras para describirlo, era como si el cielo mismo hubiera caído sobre ella.
Jonsa y Alir tragaron saliva, temerosos de que algo malo le sucediese a su Sicrela.
—Perdóneme Trela D'icaya, perdone mi atrevimiento a tocar su tesoro. No soy digna... —dijo de inmediato, creída de su fracaso en una prueba a su fidelidad.
Orion le observó, confundido por el acto, e incluso sin entender lo sucedido, optó por volver a colocarse el anillo, pues, en su deseo de ayudarle a recuperarse con prontitud, la iba a terminar matando.
—¿Puedes levantarte?
Mujina lo intentó, su expresión se tornó dolorosa por la impotencia.
—No. —Negó con la cabeza.
—Sanen y recupérense.
—Gracias, Trela D'icaya —dijeron los islos al unísono.
Orion se volvió a la gran criatura serpentina. Mantenía en calma su respiración, con un semblante indiferente decorando su rostro, sus ojos descendieron a su preciada espada clavada en la larga cola. Había sido un combate extraordinario, dejándole un buen sabor de boca por su supervivencia. Tomó el arma con una facilidad risible, guardándola nuevamente en su inventario.
Un segundo después identificó al cuerpo inerte.
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- Nombre: Nunca obtenido.
- Raza: Todocola.
- Afinidad elemental: Relámpago, Oscuridad.
- Sangre: Antigua (diluida).
- Estado: Muerto.
- Rasgo: Líder.
- Título: Señor de la caverna.
- Habilidad especial: Paso relámpago, Aliento eléctrico, Cadena de rayos.
- Cuerpo especial: Cuerpo eléctrico.
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*El cadáver identificado posee recursos para la alquimia*
Tomó la cabeza decapitada, acercándola al cuerpo del todocola, y con un solo pensamiento le hizo desaparecer, llevándolo por completo a una ranura de su inventario. Sonrió, orgulloso de sí mismo por lograr lo que en primer pensamiento creyó imposible.
Mujina se encontraba en un estado mental alterado, lo sentido luego de tocar el anillo le había inducido a rozar el velo que la separaba de la locura, seguía sin poder controlarse, su cuerpo temblaba y la gran fuerza vital de la que gozaba su raza parecía haber desaparecido. Su mirada se enfocaba en su soberano, siempre le había visto como lo más cercano a un ser divino, a un escogido por E'la para ayudar a su gente a retomar el buen camino, o incluso a una reencarnación de la propia diosa, pero, ahora, no tenía dudas, era un dios disfrazado de humano, un ser cuya existencia su propia mente no podía concebir. En su corazón no hubo más que temor y respeto absoluto, nunca había tenido sentimientos de traición, ni siquiera un pensamiento, pero, ahora que descubría la verdad, el peso de la responsabilidad se hizo mayor, casi imposible de cargar, y su corazón y mente entendió que era mil veces preferible asesinar a toda su gente que traicionar a un ente de tal magnitud. Sin percatarse, la sangre de sus heridas había dejado de brotar.
Alir y Jonsa se quedaron de piedra al instante que notaron la desaparición del enorme cuerpo serpentino, no comprendían la razón detrás de un acto semejante, pero la presencia de su señor y cercanía al inerte les proveyó de la suficiente información para que sus mentes aceptarán que el acto había sido efectuado por el mismo hombre al que pagaban su lealtad.
Los Búhos tuvieron una expresión y comportamiento muy parecido al de la pareja de islos, con un razonamiento similar.
Orion se sentó sobre el cadáver de uno de los rondadores, esperando a que sus subordinados se recuperaran de sus heridas. No había otro pensamiento, más que el de continuar en la persecución de las atrevidas criaturas gigantes que habían atacado a su caravana.
Cerró los ojos, analizando su anterior batalla para encontrar en qué se había equivocado, porque había sido herido, quemado y forzado al dolor, y con el entendimiento de lo frágil que era su existencia en el nuevo mundo, sabía que no podía volver a cometer un error similar. Esa impulsividad maldita, lo emocional de sus acciones representaban al causante de sus males. Desgraciada esa personalidad suya que pulió el laberinto, que lo instaba a batirse en duelo poniendo su tesoro más valioso en riesgo.
«Debí traer a todo un escuadrón», pensó al ver a sus subordinados, quienes sin su presencia, tenía total certeza de que se habrían convertido en la próxima comida de la criatura serpentina.