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El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · ファンタジー
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48 Chs

02. El gran maestre

Sylvia despertó dolorida, habiendo pasado la noche en una cama que no era más que un saliente de piedra cubierto con algo de paja y una manta áspera. No había ni siquiera un cojín para la cabeza.

Esta incomodidad la hacía más consciente de su nueva realidad. Se encontraba en un mundo desconocido, sin amigos, atrapada en un cuerpo que no era el suyo, y tal vez hoy terminaría muerta cuando unos extraños decidieran su destino.

A pesar de todos sus problemas, no podía dejar de pensar si sus compañeros de juego estarían en una situación similar o quizás peor. Sobre todo pensaba en su novia, a quien había introducido a aquel maldito juego y quizás ahora estaría enredada en un lío similar.

Estaba sumida en estos pensamientos cuando un par de templarios entraron en su celda.

—Orina aquí —le ordenó uno de los guardias, extendiéndole una palangana.

Sylvia tomó el recipiente y miró a los guardias, esperando que se dieran la vuelta para tener un poco de privacidad.

—No tenemos todo el día, elfa estúpida. Agáchate y orina de una vez.

No parecían dispuestos a concederle esa intimidad, pero realmente tenía ganas de orinar. Con una vergüenza abrumadora, se quitó las bragas, se arremangó la falda y se agachó sobre la palangana.

Mientras hacía sus necesidades, los soldados lanzaron varios comentarios soeces y despectivos. Al terminar, uno de los guardias insinuó que debería beberse su orina, y así ellos se ahorrarían la molestia de desechar los desechos de una orejas puntiagudas.

No recordaba tal odio hacia su especie en el juego, pero poco importaba ahora. Afortunadamente, el otro guardia, sin decir una palabra, le entregó una cesta de mimbre y se llevó el recipiente con su orina. Por un momento, temió lo peor, pero finalmente los dos guardias se dieron la vuelta y salieron de la celda, dejándola sola con la cesta.

La cesta contenía una jarra con leche tapada con un corcho, una hogaza de pan y un recipiente con miel. No era un gran desayuno, pero con el estómago rugiendo de hambre, le pareció el mejor desayuno jamás servido.

Después de terminar, recogió los restos del desayuno y abrió el armario para investigar su contenido. Al abrirlo, se maldijo por no haberlo hecho la noche anterior. En una de las baldas había varias mantas que le hubieran proporcionado algo más de comodidad. Además de las mantas, sólo había un par de libros manuscritos.

El primero parecía ser una especie de Biblia, Corán o Torá, reflejando mitos, leyendas y preceptos de esta religión. El segundo era una compilación de oraciones, cada una con una utilidad específica, desde curar una herida hasta proteger contra proyectiles enemigos; algunas incluso parecían tener usos ofensivos.

Estaba absorta en la lectura del primero de los libros cuando los dos guardianes volvieron a entrar en la celda.

—¡Dame la cesta del desayuno, orejas puntiagudas! —exclamó el primero de los guardias. Sylvia, con prisa, le entregó la cesta. El guardián miró el interior y sonrió.

—Deberías agradecer que te alimentemos.

Sylvia inclinó la cabeza y susurró un gracias por el desayuno. Sin embargo, no le pareció suficiente al guardia, quien la obligó a repetir la acción, esta vez de rodillas y con la frente presionando el suelo.

—Eso está mejor. Ahora quítate toda la ropa y entrégamela también —ordenó el guardia.

En ese momento, Sylvia temió lo peor, pensando que terminarían abusando de ella. Afortunadamente, la situación no llegó a ese extremo. El segundo de los guardias, tras verla desnuda, le entregó una palangana junto con una jarra llena de agua y una pastilla de jabón.

—Ahora elimina ese peste a elfa. El gran maestre no tiene por qué aguantar tu hedor —le dijo el guardia.

Sylvia, confundida pues no creía oler mal, procedió a mojar su cara, sus axilas y sus partes íntimas, frotándose luego con jabón y enjuagándose con el agua restante.

Los guardias la observaron de manera lasciva durante todo el proceso, pero, por fortuna, no pasó a mayores. Al terminar, el primer guardia le devolvió las botas y le entregó una túnica.

—Ponte la túnica y espera la hora de ser llevada ante el gran maestre. Él decidirá tu futuro —dijo el guardia antes de salir de la habitación, dejándola de nuevo encerrada.

Estando allí nuevamente sola, arrastrada a un mundo desconocido y cruel, convertida en una elfa, y tras haber sido humillada y vejada, sintió unas ganas terribles de llorar producto del miedo, la impotencia y la desesperación. Desgraciadamente, sabía que las lágrimas no cambiarían nada, así que decidió enfocarse en entender la religión de estos hombres.

Esta religión no era estrictamente monoteísta. Aunque había un dios supremo, bajo él se encontraban múltiples dioses, semidioses, ángeles y demonios que dominaban aspectos específicos de la vida. Esto le recordó en cierta medida al catolicismo de su mundo natal, donde frecuentemente se recurría a un santo, cristo, ángel o virgen específicos en lugar de rezar directamente a Dios.

Sin embargo, siendo ella una elfa y existiendo criaturas mágicas, reflexionó que, a diferencia del Dios de su mundo original, quizás estos seres divinos sí atenderían sus súplicas u oraciones. Consideró profundizar en el libro de salmos, pero, enfrentándose a un juicio, necesitaba comprender las motivaciones religiosas de estos hombres. Un pasaje en particular captó su atención, en el que un grupo de hombres recibía la visita de Agmarión, el ángel mensajero de los dioses, quien les transmitía una especie de mandamientos. Estos quince mandamientos eran los siguientes:

01. Honrarás tu honor y el de tu comunidad por encima de todas las cosas.

02. Dirás siempre la verdad, incluso en momentos de adversidad o peligro.

03. Ayudarás al prójimo como acto supremo de devoción a los dioses.

04. Obedecerás las leyes divinas impuestas por los dioses sin cuestionar.

05. Defenderás la fe y a tus hermanos de fe con vigor y determinación.

06. Ejecutarás la justicia divina, castigando a los malhechores según las leyes de los dioses.

07. Realizarás sacrificios a los dioses, buscando su favor y protección con ofrendas dignas.

08. Celebrarás la vida y honrarás a los dioses en festividades y rituales sagrados.

09. Te purificarás regularmente para limpiar tu alma de toda impureza.

10. Respetarás la santidad de la sexualidad, como regalo divino de los dioses.

11. Demostrarás valentía en la batalla para honrar a los dioses guerreros.

12. Transmitirás la sabiduría de los dioses a las generaciones futuras sin fallo.

13. Mantendrás honestidad en el comercio, evitando engaños y fraudes.

14. Cuidarás la tierra que los dioses te han confiado, protegiéndola y cultivándola con respeto.

15. Venerarás a tus ancestros, pues ellos son la conexión entre tú y los dioses.

Debajo de estos quince mandamientos, había otros impuestos por diferentes dioses que profundizaban en aspectos específicos de los mandamientos principales para obtener su protección. Sylvia pensó que quizás estos hombres seguían con mayor fervor a Tasares, diosa de la guerra, cuyos mandamientos precisamente no la ayudarían en su situación. Olpao, dios de la vida y la sanación, hablaba de la importancia de respetar a otras razas civilizadas, pero si estos hombres eran más devotos de Tasares y habían tenido conflictos con su raza, los preceptos de Olpao de poco le servirían.

Lamentaba no haber prestado más atención al lore del videojuego, pues eso podría haber sido útil ahora. Su vida dependía de conocer más, y se sentía tremendamente frustrada. Cuando finalmente se abrió la puerta, observó a dos nuevos templarios. Habían venido a por ella; su suerte estaba echada.

El primero de los guerreros se abalanzó sobre ella sin mediar palabra, mientras ella quedaba paralizada, presa del pánico. Sintió cómo la alzaba y la colocaba boca abajo en la cama. Sylvia se limitó a temblar y cerrar los ojos, esperando algún tipo de violación, pero esta no llegó. En lugar de eso, el otro hombre sujetó sus muñecas detrás de su espalda y las ató fuertemente con una cuerda.

—Levántate y no intentes nada, engendro del mal —le ordenó. Levantarse con las manos atadas detrás de la espalda no le resultó nada sencillo. Finalmente, el soldado perdió la paciencia y, con cierta violencia, la puso en pie, sujetándola firmemente por el cuello desde atrás. —Coge sus cosas, quizás contenga algo maligno en esa mochila.

Tras esto, el segundo guardia recogió las pertenencias de Sylvia y salieron de la celda. Este guardia demostraba un gran odio hacia ella; de los seis con los que había tratado hasta ahora, ninguno había recurrido a la violencia de forma tan descarada, clavándole los dedos en el cuello de manera dolorosa.

Atravesaron varios pasillos hasta llegar a una capilla, cruzándose con solo un par de monjes que besaron sus escapularios al ver a la elfa de cabello pelirrojo.

La capilla estaba tenuemente iluminada, dependiendo en gran medida de los candelabros para darle un aire aún más terrorífico. Mientras avanzaba entre los bancos, observó a numerosos monjes sentados, todos hombres, con algunos templarios distribuidos estratégicamente cada cinco filas a lo largo de las veinte filas de bancos en cada una de las dos paredes laterales. Frente a ella se encontraba un gran altar, y detrás de este, un anciano sentado en un trono, con una imponente figura de piedra de entre ocho y diez metros de altura que le recordaba a las representaciones de Zeus en su trono.

Cuando el anciano se levantó, un silencio sepulcral inundó la capilla. Rodeó el altar y se presentó ante Sylvia. A pesar de la ropa holgada y su avanzada edad, se podía apreciar una musculatura fuerte, especialmente en el cuello y lo poco que las mangas de su túnica dejaban ver de sus brazos. Las arrugas en su rostro marcaban el paso del tiempo y tanto su cabello como su frondosa perilla eran más blancos que grises. Sus ojos profundamente marrones se clavaron en los azules ojos de Sylvia, tratando de juzgarla.

Aunque no era necesario para hacerla más baja, el guerrero que la sujetaba firmemente golpeó sus piernas por detrás, haciéndola caer de rodillas. El anciano desvió la mirada de Sylvia hacia el guerrero y negó con la cabeza. No hacían falta más indicaciones; el guerrero se había extralimitado y, tirando del cuello que aún agarraba, la hizo ponerse en pie de nuevo.

—Mi nombre es Antón Meller, gran maestre de esta orden —dijo, mirando hacia el colgante que descansaba sobre el pecho de Sylvia sin atreverse a tocarlo. Hizo una señal a alguien situado detrás de ella para que se acercara e inquirió cuando esta persona se acercó —¿Cómo es posible que una elfa tenga un colgante auténtico de sacerdotisa de Olpao sin sentir un terrible dolor?

El hombre, que también vestía una túnica similar, tomó entre sus manos el colgante sin quitárselo del cuello. Lo observó atentamente y cerró los ojos.

—El relicario es auténtico y es de ella. Quizás no sea una elfa pura o pertenezca a elfos que siguen a nuestros dioses.

—¿Elfos siguiendo a nuestros dioses y nombrando a una hembra sacerdotisa de Olpao? ¡Tonterías! —sentenció el Gran Maestre—Los elfos son unos seres viles, mezquinos, jamás seguirían a un dios bondadoso como Olpao.

—¿Y si no todos los elfos fueran mezquinos? —inquirió el hombre situado a la derecha de Antón. —¿Alguna vez habías visto una elfa de cabello pelirrojo?

Silvia recordó a los terribles elfos de las montañas, más altos, de pelo blanco o negro y pupilas rojas, conocidos por su sadismo y perversidad. Eran la única tribu de elfos cercana a la ciudad de Aguas Claras y los enanos de Roca Oscura, quienes, como todos los enanos, no hablaban bien de los elfos. Era lógico que en el Monasterio de la Rosa Ensangrentada no apreciaran a los elfos.

—Quizás tengas razón, nunca he visto una elfa de cabello rojizo, pero he visto y batallado miles de veces con esta raza —continuó el Gran Maestre—. Los elfos son mezquinos, crueles y despiadados. He visto aldeas atacadas por ellos sin la más mínima provocación, donde torturaron hasta la muerte a todos sus habitantes sin hacer distinción de edad o sexo.

Con las palabras del Gran Maestre, Sylvia pudo intuir que su muerte estaba próxima. Sin embargo, al observar el colgante y escuchar las objeciones de su compañero, el Gran Maestre pareció reflexionar un momento. Miró profundamente a Sylvia, como si tratara de descifrar un enigma.

—Traedla mañana al tribunal —ordenó finalmente, con un tono que dejaba entrever cierta duda—. Que se decida allí su destino. Que los dioses nos guíen en el juicio.

Los templarios asintieron y, sujetando a Silvia con menos brusquedad esta vez, la llevaron de vuelta a su celda. Mientras la puerta de hierro se cerraba tras ella, Silvia se sintió ligeramente aliviada por el pequeño respiro que le daba el aplazamiento, pero sabía que la verdadera batalla por su vida aún estaba por comenzar.