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No fue hace mucho tiempo, unos años quizás. Lo recuerdo claramente cómo Sharon tenía ese cabello tan encantador. No se trata solo de que su cabello estuviera "bien" o "lindo", era hermoso y suave, y siempre olía maravillosamente bien. Nunca pensé querer olvidar esa cabellera plateada sedosa que brillaba como la luna llena.

Pero lo más importante aquí es cómo llegué hasta hoy. No debería haberme interesado por ella de esa manera. Tampoco debería haberme involucrado en ese maldito taller estúpido. Está condenadamente maldito desde el principio. No debería haber entrado nunca en ese lugar. ¿Por qué tenía que abrir tan cerca de mis tierras? ¿Por qué ella tenía que estudiar allí si venía de tan lejos?

Todo empezó una tarde de otoño, cuando vi por primera vez a Sharon entrando al taller de artes que acababa de instalarse cerca de mi casa a unos pocos metros. Yo era un joven campesino que soñaba con ser artista, pero no tenía dinero ni talento para ello. Me conformaba con admirar las obras que colgaban en el escaparate del taller, y con imaginar cómo sería pintar algo así.

Pero cuando vi a Sharon, algo cambió en mí. Su belleza me cautivó al instante. Su piel era blanca como la nieve, sus ojos eran negros como el universo infinito, y su cabello era plateado como la luna. Parecía una princesa de cuento, o una musa inspiradora. Me quedé embobado mirándola, sin atreverme a acercarme.

Sin embargo, al mismo tiempo, se me ocurrió un ingenioso plan que finalmente me permitiría alcanzar la fama como pintor. Ella se dio cuenta de mi presencia y me sonrió con dulzura. Sentí que mi corazón se aceleraba y que mis mejillas se sonrojaban. Ella entró al taller y yo la seguí con la mirada hasta que desapareció tras la puerta. Desde ese día, no pude dejar de pensar en ella. Me enteré de que se llamaba Sharon y que venía de una ciudad lejana para estudiar pintura con el maestro del taller, un hombre viejo y famoso llamado Leonardo. Ella quería ser una gran pintora y aprender de él todos los secretos del arte.

Reuniendo valor, decidí adentrarme en su taller con el objetivo de conocerla más profundamente. Me presenté como un potencial cliente interesado en adquirir una de sus pinturas, aunque en realidad, mi verdadera intención

era entablar una conversación con ella. Sharon fue increíblemente amable y simpática, y se tomó el tiempo de mostrarme algunas de sus obras. Quedé asombrado por su talento y sensibilidad artística. Sus pinturas irradiaban belleza y expresividad, rebosantes de color y vida.

Le dije que me gustaban mucho sus pinturas y que me gustaría aprender a pintar como ella. Ella se rio y me dijo que

yo también podía ser un buen pintor si me lo proponía. Me invitó a inscribirme en el taller y a tomar clases con el

maestro Leonardo. Me dijo que él era muy bueno y que podía enseñarme todo lo que yo quisiera saber. Yo acepté su

invitación sin pensarlo dos veces. Ya que salteaba de alguna manera el dedicarle dinero que no tenía y el tiempo me

sobraba. Solo quería estar cerca de ella y compartir la pasión por el arte.

Así fue como empezó nuestra relación. Nos hicimos amigos y luego novios hasta finalmente casarnos. Nos enamoramos perdidamente el uno del otro. Ella era mi luz y yo era su sombra. Nos apoyábamos y nos motivábamos mutuamente. Nos pasábamos horas en el taller pintando juntos, o paseando por el campo admirando la naturaleza. Un día decidimos mudarnos juntos a una pequeña casa cerca del taller. Queríamos vivir nuestro amor sin restricciones ni interferencias. Queríamos dedicarnos por completo al arte y a nosotros mismos.

Fue la época más feliz de mi vida. Creía que nada podía separarnos ni hacernos daño.

Pero me equivoqué.

Poco a poco, fui sintiendo que ella me superaba en todo. Que su talento era mayor que el mío. Que sus pinturas eran más admiradas que las mías. Que el maestro Leonardo la prefería a ella. Que yo solo era su sombra, y que ella era mi luz.

En mi desesperación me vi arrastrado a cometer errores que quizás no lamento, pero que revelan la desesperación que me consumía. Caí en la tentación de la infidelidad con otras mujeres, modelos que posaban para el taller. Ingenuamente creí que a través de ellas encontraría la chispa creativa que me faltaba, una forma de superar a Sharon y su poderoso impacto. Sin embargo, lejos de llenar el vacío en mi interior, solo conseguí sumergirme en una sensación aún más abrumadora de vacío y culpa, como un pecador que se hunde más en el fango mientras intenta desesperadamente encontrar redención.