—Pero, ¿por qué no puedes venir con nosotros? —preguntó Esperanza, no tenía la confianza para sacar a toda esa gente de allí por sí misma.
—No puedo, lo siento. —La expresión de la sacerdotisa se tornó triste—. Apenas puedo mantenerme en pie. He usado demasiada de mi fuerza.
Esperanza podía verlo, su espíritu se debilitaba cada vez más. Si no fuera por el contraste de su cuerpo translúcido contra este bosque oscuro y aterrador, quizás Esperanza tendría dificultades para verla.
—Creo que esta es nuestra despedida, —dijo la sacerdotisa suavemente, sonriendo tiernamente entre los miles de luciérnagas.
Esperanza podía sentir cómo se le apretaba el pecho. Odiaba las despedidas. —Es una lástima que no pueda darte un abrazo, —Esperanza se mordió los labios para evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.
Era muy extraño para ella sentirse tan apegada a la sacerdotisa cuando de hecho solo se habían conocido hace unas pocas horas.
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