Chloe Anderson le dijo al crupier que siguiera lanzando los dados.
Jugaron otra ronda, y William Cole perdió más de diez manos de un tirón.
Cada vez que perdía cien millones, los transfería desde su teléfono. En apenas unos instantes, sus miles de millones desaparecieron en la mesa de juego.
Poppy Torres, preocupada, intentó persuadirlo:
—Cuñado... Deja de jugar. Ya has perdido más de mil millones.
—¡Déjame en paz!
Cole tenía un impulso irrefrenable de juego; se le podía ver en la cara:
—¡Una más, una más!
—¡Bien merecido! Esto es por haberme lastimado.
Adrian Ford, al ver que William Cole había perdido más de mil millones de un tirón, no pudo evitar sentir una alegría desbordante.
Lawrence Warner, que observaba desde cerca, sonrió socarronamente:
—William Cole, ¿así que también tú tienes un mal día?
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