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| CAPÍTULO TRES. |
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Tomo la almohada a sus espaldas y grito con fuerza sobre ella, estaba tan molesta que destruiría toda la habitación de no ser porque aquel hombre al que amaba había entrado.
La Sociedad de Almas no estaba en las mejores condiciones en esos momentos, habían perdido a tres capitanes y una teniente, además de que el capitán del décimo escuadrón Tōshirō Hitsugaya y la teniente del quinto escuadrón Momo Hinamori reposaban en el cuarto escuadrón a causa de las heridas ocasionadas por el ex capitán Sōsuke Aizen.
Era una situación crítica la cual ponía al Seireitei en máximo peligro sino lograban cubrir los puestos de los capitanes que los habían traicionado.
—Debes entenderlo Jūshirō— habló el capitán del octavo escuadrón tratando de calmar a su mejor amigo —El viejo Yama no dejará que vayas a buscar a Tara-chan, aún no confía en lo que tú dices. Además, tú más que nadie sabía lo enamorada que estaba de Ichimaru desde hace años, al igual que Momo-chan con Aizen, ella haría cualquier cosa por él. Incluso traicionarnos— agregó el del sombrero de paja soltando un suspiró resignado mientras tomaba un poco de sake.
—No, Tara no nos traicionaría así— agregó no tan convencido de las palabras de su amigo —Shunsui, ellos la secuestraron, tú también lo viste. Se veía la desesperación en su mirada.
—Qué tal si solo estaba fingiendo para hacernos caer en una trampa cuando la vallamos a buscar a Hueco Mundo— respondió el de haori rosado —Ya no hay motivo para discutir Jūshirō, no podrás ir mientras el viejo Yama no te lo permita, ya sabes cómo se pone cuando se enoja— dio un sorbo más a su vaso que ya casi se encontraba sin nada.
Ukitake se mantuvo en silencio, su amigo tenía razón, no podía ir a Hueco Mundo sin el permiso del capitán Comandante, además de que era arriesgado, Aizen era fuerte y con la habilidad de su Zanpakutō era aún más peligroso. Pues él al igual que los demás capitanes y tenientes del Gotei 13 habían visto la liberación de Kyōka Suigetsu y eso para ellos era un gran riesgo.
—Si quieres rescatarla, hay que esperar órdenes. No podemos precipitarnos, no sabemos que planea Aizen y eso lo vuelve aún más peligroso— agregó el pelinegro tratando de animar a su amigo.
—Tienes razón, tenemos que esperar ordenes— respondió resignado el capitán del treceavo escuadrón mostraba una sonrisa tranquila a su amigo, aunque por dentro estaba más que preocupado por su estudiante —Tara es fuerte, ella podrá resistir hasta que vaya a rescatarla— se dijo a sí mismo tratando de convencerse de sus propias palabras.
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Estaba segura de que no tendría oportunidad de sobrevivir en aquel lugar lleno de Arrancars. Aunque Gin la mayor parte del día estaba pegado a ella, se sentía inquieta, alerta, como si en cualquier momento la fueran atacar aun cuando Aizen les había ordenado a todos los Espada que no le tocarán ni un solo cabello.
No sabía que tan fieles eran los Espada a las órdenes de Sōsuke Aizen, pero de igual forma no se permitía bajar la guardia, aún más cuando estaba indefensa sin su Zanpakutō.
—¿A dónde va la princesa de Lord Aizen?— la voz de un pelirrosa se escuchó a sus espaldas.
Tara sintió un escalofrió recorrer todo su cuerpo, no ahora que Gin no estaba a su lado.
—¿Qué pasó Tara Kobayashi? ¿Te sientes indefensa sin tú guardaespaldas?— preguntó con burla la voz de un espada que conocía tan bien.
—Que les importa— aquel valor se estaba desapareciendo cuando vio como un pelinegro de ojos inexpresivos se acercaba a ella.
—Nnoitra, Szayel déjenla en paz— ordenó el cuarto espada con seriedad.
—No te metas Ulquiorra— sincineo con molestia el espada número cinco.
El Reiatsu que los hizo estremecer fue el de Gin Ichimaru el ex capitán del tercer escuadrón, quien se acercaba a ellos a paso calmado y con aquella sonrisa que se tornaba aterradora.
Nnoitra chasqueo la lengua alejándose del lugar, ciertamente odiaba el hecho de que aquella Shinigami sin importancia sea tan bien cuidada por Aizen. ¿Qué importancia tenía?
—Gracias por ayudarme— sonrió la teniente mientras hacía una reverencia ante el espada de cabellos negros.
El de ojos esmeralda asintió sin decir nada, alejándose de ambos Shinigamis pertenecientes al tercer escuadrón.
Gin y Tara se miraron a los ojos, y por primera vez la pelinegra pudo observar el color de los ojos de su amado, aquellos que siempre le habían dado curiosidad. Un color azul celeste tan hermoso que incluso ella se perdería en aquellos orbes para toda la eternidad.
—Tara... Por favor déjame protegerte— habló el peliblanco mientras se acercaba a su ex teniente tomando sus manos.
—¿No se supone que eso estás haciendo?— rió divertida ante las palabras de aquel hombre que tanto amaba.
—No arruines el momento por favor— respondió divertido el peliblanco acercándose aún más al rostro de la mujer —Tara, sé que aún no confías en mí... Pero todo lo que te dije es real, te amo, siempre lo he hecho— murmuró contra sus labios.
Se mantuvieron así, tan cerca el uno del otro, pero a la vez se sentían tan lejos. Esperaban con ansias ese momento en el que la distancia se cortará y sus labios se encontrarán.
Pero eso nunca llegó.
—Haré que vuelvas a confiar en mí, porque nunca deseé que te pasará esto— susurró abrazándola con fuerza, deseando nunca dejarla ir.
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