—¿Por qué dirías eso? —preguntó Howard, perplejo.
Ana le empujó suavemente, alejándose lo suficiente para mirar a los ojos de Howard.
—Porque te amo, Howard. Debes saber lo que siento. Fui demasiado lenta en aquel entonces, y Catherine llegó a ti primero. Estuve preparándome para confesarte mis sentimientos. Siempre he querido casarme contigo.
El rostro de Howard se sonrojó levemente, pero agarrando firmemente los brazos de Ana, declaró:
—Ana, sabes que eso es imposible.
Ana negó con la cabeza, lágrimas corriendo por sus ojos.
—Mi señor Duque... —Su escudera también comenzó a llorar, secando sus ojos con un pañuelo.
De repente, Ana cayó de rodillas, arrastrándose hacia adelante hasta llegar a los pies de Howard, donde se aferró a sus piernas, negándose a soltarlo.
Howard no era desalmado.
Su pecho se agitaba con un tumulto de emociones, un sentimiento único e inquietante.
En última instancia, Howard rechazó los afectos de Ana, concediéndole una semana para reflexionar.
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