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Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · ファンタジー
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29 Chs

La mortecina luz del celador

«He de reconocer que nunca fui un ferviente creyente de la religión Risiana, sin embargo, en ese momento, por primera vez, creí ciegamente en el juicio de los celadores… aunque técnicamente no fue ciegamente, pero el caso es que por primera vez comprendí que sus decisiones siempre eran las correctas»

¡Este no es tu sitio, paladín!

Cair empuñó su arma tan pronto como sus reflejos decaídos le permitieron actuar.

Entre él y Aram, había una criatura humanoide, de piel marrón y arrugada, de extremidades desproporcionadas y huesos pegados a la piel, sin rostro, carente de cualquier tipo de expresión, solo un agujero negro y sin final, idéntico a los que había visto en sus sueños y en el templo paladín.

— ¡¿Qué eres?! — Gritó Cair, intimidado —. ¡Aram! — Le gritó a su amigo.

Aram se sacudió la cabeza y luego se puso de pie, cogiendo la única espada que seguía en su posesión.

— No hacen nada, Cair…

Cair dudó, luego miró hacia el fondo, donde, en el cielo ligeramente por sobre la cabeza de Aram había una figura extraña con una esfera blanca en su parte más alta.

— El último… y... ¡¿Tú?!

— ¿Qué? — Dijeron ambos al unísono, intercambiando miradas, confudidos, creyendo que era el otro el que había dicho eso.

— ¡¿Quién eres?! — Volvió a gritar Cair, apuntando con su espada al ser sin rostro.

Al verlo, Aram apretó la empuñadura de su espada e igualmente adoptó su postura de combate.

— Pero… él no tiene nada… un cascarón… — La Percepción del combatiente estaba alterada, le mostraba un centenar de imágenes distintas, todas con ellos en su centro y una hostilidad que le puso la piel de gallina, impropia incluso de un lobo hambriento. La criatura pareció reír —. Y dinos, primero… ¿Ya has encontrado de nuevo a Justicia? ¿Sabes que no eres su dueño?... ¡¿Por qué te niegas a irte junto con los demás?!

Cair también apretó la empuñadura de su espada, sintiendo como poco a poco sus fuerzas volvían a él.

— ¡¿Por qué eres un cascarón?!

— ¡¿No deberíamos habernos ido ya, Aram?!

— ¡Deberíamos! — Replicó él al instante.

— No… ¡No deberías existir! — Gritó la voz

A la esfera blanca acudieron una especie de dedos pequeños que giraron en círculos alrededor de ella anter se reunirse, apuntándo a Aram.

Cair levantó su espada y enseguida un chorro de distintos, pero lúgubres colores, naciente desde la esfera blanca, cortó el cielo, pasando por Aram para luego ir a por Cair, quien canalizó con sorprendente facilidad e intentó bloquear el ataque con su magia de fuego, pero antes de reformar el ataque y aprovechar su poder para crear la bola de fuego, su mano se volatilizó y explotó.

— ¡Cair!

— ¡Estoy bien…! — Gritó él devuelta, estabilizándose.

— ¡No! — Volvió a gritar la esfera blanca —. ¡Sal de aquí, paladín!

Cair volvió a canalizar.

— ¡No! ¡¿Por qué estás robando?!

— ¡Prepárate, Aram!

Aram dio un giro y cortó a la figura que estaba entre ellos para acercarse a Cair, enseguida adoptó la postura básica de la esgrima de su abuelo con uno de sus brazos lánguido.

La figura siguió chillando y maldiciendo hasta que una forma extraña, más parecida a una enramada de abstracta forma humanoide emergió de entre la oscuridad, con la esfera blanca como cabeza.

— ¡No debería haber dos… tú no deberías… esa postura…! — La criatura continuó con sus maldiciones profunsamente hasta que bramó un alarido y cargó contra ellos.

Cair pestañó y nuevamente estaban en la arena. Confundido y respirando compulsivamente, se examinó la mano, se quitó el guantelete y lo arrojó a un lado. Su mano aún estaba quemada, cosa que le hizo levantar la mirada, perplejo. Miró a Aram, quien se quitó el yelmo y corrió rápidamente hacia él. Cair jadeaba, aunque no era nada en comparación a la respiración entrecortada de su amigo.

— ¡¿Qué mierda?! — Exclamó —. ¡¿Qué pasó, Cair?! ¡¿Qué fue eso?!

Pronto los espectadores comenzaron a murmurar y un hombre de túnica entró a la arena para acercarse a ellos.

— ¡¿Qué ha ocurrido?! — Preguntó, sacando de su bolsillo una poción.

La mano de Cair comenzó a arder con fuerza, como si algo le estuviese carcomiendo la piel. Inmediatamente después, la piel alrededor de la herida comenzó a regenerarse con tanta rapidez que eran visibles los tejidos reconstruyéndose. Observó a Aram y por un instante creyó ver que sus ojos se volvían dorados antes de que su mano nuevamente comenzara a arder con fuerza , obligándolo a arrodillarse y a apretarse la mano con fuerza en un burdo intento por contener el dolor.

El druida a su lado seguía preguntando cosas que Cair ignoró, entonces, tras sentir una extraña mirada posada sobre él, levantó la mirada y vio que por sobre la ciudad surcaba el cielo la divina figura de Goliaris. Volvió a gemir de dolor, sacando al druida de su trance, quien lo ayudó a pararse y luego lo llevó a una sala para curarlo.

— ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó Hakmur, viendo como Cair llegaba con una mano vendada — ¿Por qué tanto alboroto?

Cair se sentó a su lado.

— Me han atacado dentro de la barrera y Goliaris se pasea sobre la arena — Replicó él como si no tuviese importancia.

Hakmur tardó un momento en procesar las palabras de Cair.

— ¡¿Qué?! — Exclamó, moviendo los brazos.

— Una cosa… Solo sabría describirla como una pelota con patas… el caso es que nos atacó.

Hakmur volvió a dudar, sopesó las palabras de Cair e intentó volver a hablar.

— ¿Una pelota? — Sonaba absurdo.

— Era una criatura… de forma abstracta, pero algo humanoide — Frunció el ceño —. Era... como las representaciones de las venas y arterias de un cuerpo...

— ¿Y cómo? Se suponía que nada ocurría dentro — Se llevó una mano a la frente —. ¿No me estás tomando el pelo?

Cair se encogió de hombros.

— Pues no. Y ese «nada» ahora es un «casi nada»… tengo una marca como evidencia ¿La quieres ver?

Enseguida empezó a explicarle todo lo que había ocurrido, pero era como si no le sorprendiera en lo absoluto lo que había vivido, de hecho, tenía la cara de alguien que se creería lo que fuera que le dijeran. Hakmur tardó en comprender que todo lo que decía era verdad, porque tampoco había la confianza suficiente entre ambos como para que él empezara a hacer bromas de mal gusto a pesar de lo fantasiosa que sonaban sus palabras.

— No lo puedo creer — «Primero lo del paladín y ahora esto…» Hakmur bajó la cabeza.

— Yo todavía estoy meditándolo…

El joven Aram irrumpió en la habitación dando un portazo.

— Por los celadores… menos mal.

— Sí, estoy bien — Se adelantó Cair.

El joven Risfitt se acercó y se sentó frente al joven Cair.

— No puedo entender lo que acaba de ocurrir… ¿Qué era eso? ¿Por qué hablaba en otro idioma? ¿Por qué nos dijo lo que nos dijo?

— ¿Hablaba en otro idioma? Recuerdo entender perfectamente lo que dijo.

— ¡Yo también! Pero estoy seguro de que hablaba en otra lengua — Se rascó la cabeza —. Qué demonios acaba de pasar…

— ¿Qué os dijo? — Preguntó Hakmur.

Cair cabeceó.

— Algo de «El último y tú» o algo así… creo, además de varias cosas más — Replicó, dio un cabeceo y bajó la cabeza —. Como si nos conociera...

«El último y tú» Hakmur se llevó la mano a la barbilla. Aquello sonaba similar a una de las rimas del popular cántico Los plácidos dorados de Aureum. Examinó detenidamente a los dos muchachos que tenía al frente. Por un lado estaba Cair, quien había recibido el daño, pero estaba ahí, estoico y sin alterarse en lo más mínimo a pesar de tener la mano dañada. O al menos eso demostraba. Por otro, estaba el joven Risfitt, asustado, nervioso, le costaba articular bien, pero aun así, Hakmur creyó entrever una especie de firmeza en la postura de aquel chico, como si ese tipo de eventos fuesen algo normal en su vida.

— ¿A ustedes dos? ¿Y quién es cuál?

Ambos se encogieron de hombros.

— No lo sé, no se me ocurrió preguntarle — Dijo Cair, sarcástico.

Una cuarta persona entró en la instancia, el mismo hombre escuálido que se había encargado de hacerle las pruebas el día que se inscribió al torneo. Se dirigió a Cair.

— Vos debéis ser Cair — Dijo. El referenciado asintió —. Al parecer os encontráis bien.

Cair volvió a asentir, se quitó la venda y toqueteó unas pequeñas marcas que tenía en la zona de los nudillos.

— Sí… estoy bien.

Hakmur frunció el ceño ¿Por eso el joven Cair había armado tanto alboroto?

— En nombre de la organización, nos alegramos de que así sea…

— ¿Qué ocurrirá con el torneo? — Preguntó Cair.

El viejo suspiró.

— Eso dependerá de vos… de ustedes, es por eso que estoy aquí.

— ¡¿Pelearán después de lo ocurrido?! — Exclamó el joven Aram. Cair le tomó el hombro.

— Como dije, eso dependerá de ellos.

» Lo que ha ocurrido nos ha dejado a todos impactados, la marca de hollín ha generado cierto temor en el público, y es por eso por lo que debo preguntar en nombre de la dirección: ¿Estáis dispuestos a combatir después de lo ocurrido?

El joven Aram iba a decir algo, pero Cair lo interrumpió.

— Si mal no intuyo, quieren que peleemos de todos modos para tranquilizar a la gente — El anciano asintió lentamente y luego el joven Cair le miró a él.

— No sé hasta qué punto la gente se lo tomará como se lo esperan — Comentó el joven Aram.

— Siempre se puede decir que fue parte del espectáculo — Replicó Cair —. Por mí, que se haga — Se cubrió los oídos y cerró los ojos repentinamente.

— ¡Idiota! — Le gritó Aram, golpeando la mesa.

Hakmur se rascó la barba.

— Dejaré que Cair elija… pero que sepas que creo que no es una buena idea.

— ¡Es imbécil, no lo dejes elegir!

— Aram…

El joven Risfitt negó con la cabeza.

— ¿Por qué tan temerario?

— Tengo mis motivos... creo.

«¿Motivos?» Hakmur no logró deducir cuál podría ser ese supuesto «motivo»

El joven Aram soltó una risita, entonces frunció el ceño y le dijo con seriedad:

— Eres un imbécil.

— Os lo agradecemos — Agradeció el viejo.

— Pero…

— Aram…

Cair se había quedado pasmado, y, aunque el tiempo parecía haberse detenido, pudo sentir claramente el temor ante el ataque que iba hacia él.

Esa hacha, la fuerza, el tamaño del brazo, la repercusión del aire esquivando el filo de esa arma pensada para cortar madera. Cair usó magia nativa para impulsarse hacia atrás, de lo contrario, aunque hubiese alcanzado a bloquearlo; que si alcanzaba; la fuerza de ese hombre le habría destrozado la espada, la armadura, los músculos del brazo, los huesos del brazo y la quijada en el mismo movimiento. Y ya que era un no parar, Cair tuvo que usar más magia nativa para esquivar la flecha que inmediatamente buscó su cabeza. Hakmur no era un simple cazador, era imposible que lo fuera; su dominio sobre sus armas, a pesar de no ser el mejor, y cualquier estilo de combate que Cair conociera no era algo propio de alguien que no vivía de pelear contra otros seres racionales. Y menos lo era su fuerza.

Cair vio como el hacha iba hacia su cabeza de la misma forma que su primera tarea en la novela, así que, nuevamente, utilizando magia nativa, se impulsó hacia un costado y descargó su espada con toda la fuerza que fue capaz de reunir. Las placas de armadura se cortaron como mantequilla ante el trazo de su arma, más no la carne del gélidar, la que hizo rebotar su arma como si la hubiese estampado contra un bloque de piedra. Aunque sí quedó una herida que sangró un poco, la dureza de esos músculos no era normal. Cair descargó una explosión para apartarse, pero como ese combate era un no parar, su silueta emergió entre el fuego con el hacha sobre su cabeza, intentando repetir el primer ataque. Cair retrocedió y una flecha alcanzó su brazo; la quitó, saltó sobre el brazo de Hakmur y de una voltereta consiguió alcanzar su hombro, pero ocurrió lo mismo que con su anterior «éxito». Aún en el aire, esa hacha insoportable buscó su cuerpo una vez más. Cair alcanzó a bloquearla, saliendo despedido hacia un lado mientras sus brazos resentían la embestida. Una nueva flecha apareció de la nada, Cair la desvió con su espada, pero iba con tanta fuerza que incluso ese proyectil tan pequeño logró empujarlo.

— ¡¿Qué carajos comes?! — Exclamó Cair, ahora con la espalda apoyada en la pared.

Entre la polvareda, por segunda vez, emergió el corpulento cuerpo de Hakmur. Cair volvió a usar magia nativa para esquivar el ataque y, de un giro, logró lacerar superficialmente, como no podía ser de otro modo, el brazo del gélidar, quien suspiró y lo miró fijamente.

— Me gusta mucho la sandía.

— ¿Te comes las pepas?

— Sí.

Cair pifió.

— Haberlo sabido antes… espera… ¡Yo también me las como!

Hakmur rio.

— ¿Continuamos?

— Adelante, caballero.

Antes de que el gélidar siguiera con su persecución, Cair volvió a reunir una cantidad considerable de maná, temiendo que la mágica esencia mermara después de tanto abuso.

«El abuelo es más fuerte» pensó para tranquilizarse, consiguiendo el efecto contrario, pues nunca le había ganado a su abuelo en un combate mano a mano.

Hakmur era lento, pero ese destiempo lo impacientaba, pues intentaba evitar un ataque que llegaría después, impidiéndole gestar sus movimientos en función de la precisión de sus bloqueos y esquivas. Si no existiera su abuelo, el gélidar ostentaría el puesto del tipo más fuerte que había enfrentado en su corta vida.

Cair sonrió, sintiendo el fervor del combate, sintiendo como la Percepción del Combatiente se adueñaba de su mente y sus músculos comenzaban a temblar en su búsqueda de más presión.

El gélidar nuevamente atacó, Cair hizo el amago de esquivar hacia un lado, pero se impulsó con magia nativa en el sentido opuesto, entonces, como un torbellino, subió por debajo del brazo del gélidar hasta llegar a su cabeza, descargó un ataque para aprovechar la pequeña altura que había conseguido, buscando alcanzar su cuello, y, cuando el gélidar lo bloqueó con su brazo, Cair aprovechó el apoyo de su espada para impulsarse hacia adelante y descargar una explosión sobre la cara del gélidar.

Usó mucho maná, tanto que su brazo comenzó a arder inmediatamente y él salió despedido hacia atrás. Levantó la cabeza y los ojos, desde su perspectiva, sangrientos del gélidar aparecieron a pocos metros por delante de él. Cair esperó el hacha de parte del brazo derecho del gélidar, pero fue su arco el que encontró su rostro… o técnicamente su puño, pero, a pesar de que lo bloqueó con ambos antebrazos, sintió como todos sus huesos crujían y se desperdigaban de la misma forma que las piezas de un rompecabezas al abrir la caja. De la pura y natural fuerza del impacto llegó hasta el extremo opuesto de la arena, y tal como lo predijo, dos flechas iban hacia él, las que esquivó agachándose, excepto una tercera que dio en su pierna.

El dolor era… estimulante. Cair sonrió nuevamente. Esa sensación solo había podido vivirla en sus sueños que no eran sueños. De pronto toda su vida se había limitado a esa arena y a ese hombre de más de dos metros, su hacha y su arco.

Canalizó maná, mucho maná, tanto que sintió que cualquiera hubiera reventado, pero él sentía que podía absorber más y más, que no había límite ni filtro.

Nuevamente apareció el gélidar, Cair lo esquivó y, saltando en la pared, pasó por encima de él, uso magia nativa para apurar su descenso al piso, descargó su espada, usó más magia para deslizarse y lanzar otro corte, repitió la acción moviéndose ligeramente, la repitió una tercera vez, y una cuarta, y una quinta, una y otra vez mientras el gélidar se mantenía quieto, tensando sus músculos para mitigar el daño que recibía de parte de alguien que se movía exageradamente rápido, hasta que súbitamente alzó su mano y lo agarró, sosteniéndolo por un costado como un peluche, le apretó las costillas y las quebró, entonces descargó su hacha sobre su pecho, arrojándolo hasta el centro de la arena.

Cair dio una voltereta y aterrizó de pie, levantó su cabeza súbitamente con una sonrisa enmarcada en el rostro.

Su oponente pareció sorprendido, y en un pequeño momento de lucidez, Cair miró su costilla, intacta, sin sangre, solo su armadura abollada. Ensanchó la sonrisa y volvió a sumirse en el combate.

Más maná.

El gélidar volvió a arremeter, esta vez más agresivo. Cair descargó una explosión con todo lo que tenía, una de llamas blancas que empujó a Hakmur hacia atrás; se acercó de un tranco y, como un trompo, giró para lanzar una serie de cortes en el abdomen de su oponente, quien retrocedió y volvió a atacarlo, consiguiendo que su hacha alcanzara desde su abdomen hasta su hombro. Con la fuerza del impacto en contra, Cair aterrizó sobre la pared y saltó hacia su oponente, usó magia nativa para impulsarse fuera del contrataque del gélidar y lanzó un corte hacia su cabeza, pero la dureza de su frente, propia de los ielidar, repelió todo el daño. Su aterrizaje fue perfecto, tanto que cuando su oponente buscó su cabeza, solo declinó el torso lo suficiente como para que cortara al aire, entonces pateó el brazo del gélidar hacia arriba, aprovechó la inercia para dar una voltereta y volver a cortar el pecho de su oponente. Se alejó utilizando una explosión como ataque final.

Imbatible. Ese era el único y más preciso adjetivo para el hombre de piel azul que tenía frente a él. Cair tuvo el tiempo justo para percibir los músculos contraídos y las venas hinchadas de los brazos del gélidar y reaccionar en consecuencia. Su oponente se acercó a él y descargó nuevamente su hacha contra el suelo, con la diferencia de que, en esta ocasión, Cair estaba seguro de que él no era el foco del ataque. El suelo se partió en pedazos alrededor de cinco metros del centro del impacto, lo que provocó que Cair perdiera el equilibrio.

Euforia. Más y más sangre se destinó a sus músculos, abandonando su cerebro y alejando cualquier atisbo de disciplina que quedara en él. Cair empuñó su cuchillo con una mano y la espada con la otra.

Mientras él caía, su oponente intentó alcanzarlo con su cuchillo, pero, sumido en sus instintos de combate, Cair declinó el torso para esquivar el cuchillo, justo cuando el brazo de su oponente pasó por sobre él, le enterró su cuchillo en la muñeca, lo usó como apoyo para levantarse y descargó su espada con toda su fuerza con la idea de cortarle la mano. Pero cual tronco de alerce, la carne de su oponente detuvo la espada de Cair, y este, inmediatamente, buscó alcanzarlo con su hacha. Para esquivarlo, Cair se deslizó por debajo de su brazo, se apoyó en su pierna para impulsarse y con una voltereta acompañó la aplicación de fuerza con la que logró su cometido. La mano cayó al piso y él, lejos de renunciar a su asalto por precaución, continuó la inercia de su ataque e intentó cortarle la pierna, aunque, a pesar de todo el apoyo que tenía su ataque, su enemigo resistió el ataque y logró asestarle un hachazo en el pecho a Cair, quien retrocedió un poco debido a la fuerza, y luego le plantó un puñetazo con el muñón de su mano cercenada. Él salió disparado en dirección contraria, rebotando contra el suelo antes de chocar de cabeza contra el pilar de la barrera.

Cair se reacomodó la mandíbula y se volteó hacia su enemigo.

Hakmur estaba de pie en el centro de la arena, con la sangre escurriendo por todo su cuerpo, su mano estaba tirada junto a él y su arco también. Aún con todo, el enemigo seguía sin perder firmeza en su postura, y ahora, su aspecto malherido solo le confería una apariencia más intimidante, a pesar de que su mirada permanecía en calma.

Goliaris rugió sobre ellos.

Cair sacudió la cabeza.

¿Por qué él estaba intacto? ¿Por qué no había cansancio ni sobrecarga pesando sobre su cuerpo? Miró a Hakmur, pero este no estaba en su sitio.

Un hacha apareció a su lado, Cair levantó el brazo y milagrosamente fue suficiente para bloquearlo, aunque no podría utilizarlo el resto del combate, ya que ahora tenía un colgajo por mano, sostenido únicamente gracias a un retazo de piel. Una flecha dio en su otro brazo, desde un ángulo imposible teniendo en cuenta la posición anterior del gélidar y la actual. Chocó con un pilar y por los pelos alcanzó a agacharse para evitar el hacha, aunque no logró evitar la patada que lo empujó hacia arriba, y, sin maná en su cuerpo, menos sería capaz de evitar el hachazo que lo esperaba en el suelo.

No había nadie, solo una suave brisa que mecía su cabello a un ritmo lento.

Cair se levantó del suelo de un salto e intentó agarrar su espada, pero allí no había nada, la espada estaba varios metros por delante, más cerca de Hakmur que de él.

Sintió como sus ojos flamearon durante un instante, llenos de determinación, la determinación de progresar, de obtener una pizca de información sobre la cual guiar sus pasos.

— No hay nada… — Dijo Cair.

Hakmur tenía la mandíbula desencajada, observando hacia el cielo con las manos caídas, como alguien que acababa de perder la esperanza. Preocupado, Cair siguió su mirada, logrando ver que entre ellos y el sol había una colosal figura sin una forma definida, formada por agujeros que, en conjunto, solo representaban una forma bizarra y repulsiva, una masa de carne que cubría toda la extensión del cielo, o lo que debía serlo, retorciéndose.

— La primera… anomalía… de todo… lo otro… Eres… igual… que ella…

Las manos de Cair temblaban, no era capaz de empuñarlas, ni siquiera para calmar los espasmos. La figura que tenía sobre él comprendía todo lo que entendía por asqueroso; algo antinatural, algo grotesco, repulsivo y cualquier otro adjetivo que pudiese representar la entidad que flotaba sobre ellos.

— Un… conjunto… de errores… uno… tras… otro…

— Anuncias el inicio y… un posible fin — Las palabras retumbaron en su cabeza. Cair sintió como los últimos resquicios de su determinación se esfumaban.

— Un orden… sin patrones — Después de varios segundos de silencio, la forma volvió a hablar —. Los cambios… esa ausencia… no… estás… exento… ninguno de ustedes… ni el primero… ni el onceavo…

— ¡Aléjate! — El grito fue suficiente para tumbarlos a ambos.

Cair abrió los ojos y nuevamente observó el sol, se observó los brazos, las piernas y todo su cuerpo mientras jadeaba profusamente. Se quitó el yelmo y lo arrojó a un lado.

«Hacia adelante» Retumbó una nueva voz, armoniosa y gentil.

Cair se puso de pie con esfuerzo, sus ojos ardían como el fuego y sus articulaciones se sentían agarrotadas aún cuando el único peso que tenía sobre él era el de su propio cuerpo y esa armadura de papel. Todo el sonido a su alrededor era difuso, los vítores, los gritos, el viento, todo era un simple eco.

— ¿Hakmur? — Logró articular.

— No quiero volver ahí jamás — Replicó el gélidar, con los nudillos pálidos de una temblorosa mano firmemente empuñada.

— Yo tampoco — Confesó él.

— ¡Un duelo legendario! — Exclamó el rey Silrion, alzando los brazos hacia ellos desde su podio, abriendo a más aplausos y vítores.

Tal y como lo dictaba la tradición, el rey y su familia bajaron hasta la arena para estrechar las manos de los combatientes de la final. Una muestra de «humildad» por parte de la realeza, aunque igualmente extendieron una alfombra acolchada en el trayecto entre ellos.

Cair titubeó, tuvo el impulso de salir corriendo, a pesar de que aquello solo empeoraría las cosas. No se sentía en condiciones de tener que lidiar con esa porquería de celebración.

El príncipe le asestó una sonrisa mientras mantenía una mano en el pecho en señal de respeto.

«Nada ha salido bien esta semana» pensó Cair, mirando hacia el cielo y luego a las gradas, cruzando su mirada con aquel enano teorinense del que había huido y con Naeve «Nada…» cerró los ojos y bajó la cabeza.

Aram y el sujeto al que se había enfrentado Hakmur en la ronda anterior también entraron a la arena.

— ¡Estos son los mejores combatientes de este nuevo ciclo que comienza con la bendición del celador de la salvaguarda! — Proclamó el rey —. ¡Aram Risfitt heo Nuem, el héroe de la última batalla fronteriza, nuestro joven ealeño que sorteó todos los obstáculos de la ausencia de linaje! — El rey se inclinó ante él y el príncipe le entregó una cajita, entonces pasó al siguiente, un tipo relativamente joven de cabello grisáceo —. ¡Douglan Ohmre de la franja meridional, el hombre de la orden del Polvo que simboliza los tratados entre los reinos! — El rey se inclinó ante él.

El tal Douglan dio un paso adelante y habló.

— ¡Que mi participación en este evento simbolice el esperado fin de la barrera entre reinos! — El bullicio se intensificó y Douglan les dedicó una reverencia a todos. Aram sonrió disimuladamente.

¿El también tendría que hablar? «Lo mismo soltar alguna puteada podría ser chistoso»

— ¡Ahora vamos con nuestros campeones! — Se acercó a él —. ¡Cair Rendaral heo Cragnan… el chico de ojos blancos, aquel de infinita resistencia y segundo campeón de Ampletiet! — Le estrechó una mano y le dedicó una reverencia profunda.

— No nos has decepcionado ojos blancos — Murmuró el príncipe.

— ¡Y por este otro lado, tenemos a Hakmur Dreos… — «¿No ha puesto su nombre completo en la inscripción?» pensó Cair —… el cazador del oriente amplietano, quien cuenta con la bendición de Goliaris y aquel que ha demostrado nuevamente la fuerza y la convicción de su raza, el campeón absoluto de Ampletiet! — Los aplausos y el bullicio se intensificaron con su nombre.

El sol le quemaba la cara, y aunque ya le habían entregado el premio, Cair tendría que esperar a que el rey terminara con su maravilloso y humilde discurso escrito por alguno de sus asistentes y revisado diez veces por los otros veinte que tenía a disposición. No era relevante.

De pronto se oscureció.

— ¡Bendito sea el celador de la salvaguardia! — Exclamó a viva voz el rey.

Cair levantó la cabeza y agradeció a Goliaris por cubrirle el sol.

Sin lograr entender cómo era que los nobles se decantaban por atuendos tan incomodos, Cair se soltó el corbatín de su traje y se acomodó el cuello.

Aunque tenía mucho de lo que pensar, Cair no desaprovecharía la oportunidad para atracar esos platillos preparados por los mejores cocineros del reino. Ciertamente le molestaban las miradas acosadoras del resto de invitados, pero aislado en su rincón al fondo de la sala con un vasito de jugo de manzana en las manos se sentía cómodo y la mayoría de quienes le tenían interés no se acercarían a él al ver la cara de culo que traía. Aram también estaba allí, aunque se había alejado de él para atender los intereses de su nueva familia y tampoco parecía que fuese a terminar en la brevedad. Por otro lado, entre sonrisas y risas, Hakmur atendía cortés y alegremente a quienes se acercaban interesados, por lo que tampoco podía contar con él para escudarse del resto de invitados que, en su gran mayoría, eran nobles.

Cair se deslizó en la silla hasta recostarse, estiró la mano para coger un panecillo y se lo guardó en el bolsillo. No le gustaban demasiado las fiestas y menos en las que todos hablarían con él solo por interés político y figurativo. Levantó ligeramente de la cabeza, y vio a ambos príncipes apoyados en el barandal del segundo piso de la sala con sus ojos fijos en él. El príncipe Ellen sonreía maliciosamente, pero cuando tuvo el impulso de dirigirse hacia él, el que probablemente era su cuidador lo detuvo. Estaba bien que tuviesen interés en él, especialmente después de lo ocurrido, pero Cair tenía la certeza que, al menos por parte del príncipe Ellen, aquello pronto se convertiría en acoso. Cair observó, divertido, como llegaba la reina a tirarle las orejas, y al ver la cara de vergüenza que traía el príncipe, imitó un molino con sus manos y lentamente le levantó el dedo del medio. Se quedó muy a gusto después de hacerlo, con una ancha sonrisa en el rostro.

De pronto, en la lejanía vio como la chica a la que se había enfrentado en su segundo combate tenía su mirada fija en él, y no tardó en empezar a caminar en su dirección con una copa en la mano.

— ¿Quieres? — Le preguntó, ofreciéndole la copa.

Cair inclinó ligeramente su vaso, el que tenía apoyado sobre su pecho y observó su contenido. Estaba vacío.

— Hubiese preferido jugo, pero está bien — Seguramente era vino. Si pertenecía a alguna casa noble, intentaría emborracharlo para contratarlo como guardaespaldas o mercenario por una baja suma de dinero. De hecho, ese era el motivo por el que allí abundaba el alcohol y, a pesar de eso, los únicos que lo bebían eran los combatientes.

— Es jugo — Dijo ella.

Cair levantó una ceja y se acomodó en la silla, entonces recibió la copa y la olfateó.

— Gracias.

La chica sonrió.

— De nada — Se sentó a su lado —. No pareces muy fanático de las fiestas.

— Ni de los nobles.

La chica echó su cara hacia atrás.

— Esta es la oportunidad perfecta para asegurar tu posición financiera. Algunos de ellos tienen buenas ofertas — Dijo, como si fuese lógico, que lo era, y tentador, que lo era para quienes no tenían la gallina de los huevos de oro en forma de granja.

— ¿Tú eres uno de ellos? — Preguntó él. Tenía pinta de noble. Cair dudaba que una persona común y corriente pudiese costearse ese delicado vestido o moverse con una gracia tan cautivadora.

— Eila Ladvester — Dijo, estirando su mano.

Cair rezongó y le dio la mano por cortesía.

— Escucharé lo que tienes que decir…

— Mira…

— Pero lo rechazaré cortésmente — Interrumpió.

— ¿Entonces tiene algún sentido que te lo diga?

Cair se encogió de hombros.

— El que estés aquí aleja a los demás, lo que es conveniente para mí.

— Realmente no te gustan los nobles ¿no?

— Dije que no soy fanático, odiarlos sin motivo sería irracional — Sorbió su jugo —. Vengo de una granja, así que no soy muy asiduo a las multitudes.

— Claro — Ladeó la cabeza —. Porque solo un granjero es capaz de sobrevivir más de cinco minutos a ese gélidar y curarse de heridas mortales.

Cair frunció el ceño y luego chasqueó la lengua.

— Ya verás tú si me crees.

La chica movió la cabeza de lado a lado, balanceándose en la silla.

— ¿Escucharás mi oferta?

— No.

— ¿De verdad?

— No.

Entornó los ojos.

— Estás haciendo tiempo ¿no? — Dijo ella, divertida.

— Naturalmente — Replicó él, esbozando una fugaz sonrisa.

— Únete a mi familia — Dijo ella, lacónica, ignorando su intento de alargar la conversación.

Cair la miró durante unos segundos.

— ¿Esto es una propuesta de matrimonio?

— Sí es eso lo que quieres a cambio, estoy plenamente dispuesta.

— ¿Por eso el escote y la falda cortada?

Ella dudó, pero asintió.

— La seducción es la mejor forma de manipular a la gente.

Cair se rascó la barbilla.

— Pues no es una mala oferta. Lamentablemente soy yo quien no está plenamente dispuesto.

— Muchas familias buscarán que su descendencia posea tus ojos.

— ¿Llaman demasiado la atención? — Preguntó Cair, como si hiciera falta recordarlo, pero tal vez lograría una respuesta medianamente larga.

— Estás escondido en la esquina más aislada del salón, con poca luz rodeándote y junto a la salida. Diremos que no es una muy buena idea esconderse aquí — Se cruzó de piernas —. Veinte mil monedas de oro. Nos casamos, tenemos un hijo y eres libre.

Casi se le sale todo el jugo por la nariz. Antes de recomponerse, Cair cogió una servilleta y se limpió la cara. Eso era mucho dinero.

— ¡¿Qué?!

— ¿Debo recordarte el porqué del interés? — Era increíble que ella pudiese decirlo sin alterarse en lo más mínimo —. Te aseguro que nadie te ofrecerá más.

— No es de mi agrado ese funcionamiento tan denigrante por parte de tu familia — Era bien sabido que los Ladvester buscaban los mejores genes para continuar expandiendo su familia. Cair se sintió elogiado por estar en ese grupo de consideración.

— Tal vez — Replicó, sorbiendo de su copa con la mirada perdida en el resto de los invitados —. Pero soy yo la interesada.

Cair hizo una mueca y apoyó la espalda en el respaldo.

— Por moral y principios tengo que declinar tu oferta.

Ella repitió la mueca y se levantó de la silla.

— Que mala decisión — Le dedicó una reverencia corta e intentó volver a la fiesta.

— ¡Espera! — La chica se dio vuelta súbitamente —. No te vayas.

— ¿Reconsideraste la oferta?

— No, pero si te vas el resto pensará que estoy abierto a ofertas.

Ella sonrió.

— Ese no es mi problema — Y se fue.

No pasó mucho más tiempo antes de que algunos lo vieran desocupado y empezaran a acercarse a él con unas estúpidas sonrisas.

Cair levantó la cabeza, rezongó y puso los ojos en blanco, entonces tiró su jugo sobre sus pantalones.

— !Oh, no! !Qué problema! — Exclamó, histriónico.