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Delequiem

«Y los hombres lucharán contra los hombres, y las bestias junto a los hombres contra los hombres...» Un largo invierno, crías muertas, cultivos profanados y la repentina aparición de aleatorias manchas de hollín sobre la tierra. Los sagrados paladines han desaparecido y la ausencia de su venerable presencia comienza a pesar en los hombros de los más dependientes, gente que ahora clama por un mundano símbolo de idolatría, apegados a la herejía de que solo un mortal es capaz de traer la bonanza y la prosperidad a una tierra que parece haber sido olvidada por los celadores. Aunque la ancestral celebración del Demiserio mantiene la mente de las masas tranquila, su bendición no durará para siempre, y ante el acecho de un peligro desconocido surge la urgencia de los líderes por la búsqueda de aquel que fue anunciado por los druidas como el nuevo primero. En dicho contexto, sea o no aquel que ha sido profetizado, la icónica sombra de un cuervo blanco se hace presente en indirecta respuesta a las súplicas de quienes dudan de sus ancestrales cuidadores.

Orden · ファンタジー
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29 Chs

La integración del oeste

«Pensar en haber estado tan cerca del origen del mal que nos acecha, pensar en todos los que intentaron entenderlo, pensar en lo que sabemos de ello… ese día no dormí bien. Rápidamente la ansiedad consumió mis pensamientos y solo atiné a alejarlo lo más rápido posible. Soy patético»

Cair… ¡Cair!... ¡CAIR!

Ante el insistente griterío de Gyania, lentamente, Cair rodó hasta el borde de la cama, tirándose al suelo, pues su cuerpo no había amanecido lo responsivo que solía serlo.

Mientras Gyania seguía tocando su puerta insistentemente, Cair observó su figura en el espejo. No solo era la grotesca imagen de la que había sido espectador, aquello solo representaba una parte ínfima de su dolor de estómago repentino. Miró sus prominentes ojeras, su cabello alborotado y la cara de culo que traía del día anterior. Lo más probable era que Aram estuviera en la misma situación que él. Aunque el joven ealeño se mostrara mucho más seguro de si mismo, Cair apostaría lo que fuera a que su amigo, al levantarse, había pasado por la misma inspección de imagen que él.

Esas palabras, esas alusiones que podían haber sido dirigidas hacia Aram o hacia él, los ojos dorados de su amigo… Inconscientemente había bajado la cabeza para pensar «¿Por qué bajamos la cabeza para pensar? ¿No sería mejor mirar al cielo para buscar nuestras respuestas?» pensó.

Cair se dio unas palmadas en las mejillas, un gesto típico de los seres racionales que, desde su punto de vista, carecía totalmente de sentido, pero que, por alguna razón, siempre cumplía con su cometido. Se apartó el cabello del rostro y le avisó a Gyania de que se estaba vistiendo, aunque igualmente la invitó a pasar.

— Si que te tard… ¿Sabes peinarte siquiera? — Preguntó ella nada más verle.

— ¿Y Adaia?

— Salió con Aram hace un rato — Lo miró directo a los ojos durante un instante —. Creo que no te conozco lo suficiente, pero apostaría que no dormiste bien.

— ¿Lo dices por las evidentes ojeras o por la evidente cara de orto?

— Por tu postura.

— Si que te pasas tiempo mirándome ¿eh? — Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió al seco —. Estoy bien.

— Hmmm… ¿Seguro?

— Que sí. Solo es que no esperaba salir herido del torneo.

— ¿Le has enviado una carta al archimago?

— Sí, aunque por correo convencional.

— Ya… pobre Alísito… ¿Y tu mano? — ¿La ronda de preguntas había comenzado tan temprano? Sí que era una mujer diligente.

Cair se quitó las vendas y, tal y como se lo esperaba, no quedaba rastro alguno de la quemadura. Gyania entornó los ojos.

— Eres un tipo extraño, Cair — Le dijo.

— Me lo dicen seguido — Miró a su compañera durante un instante —. ¿Quieres salir a hacer algo? Me gustaría despejarme un poco antes de partir.

¿Por qué era Desleris el encargado de entregarle el don de la Luz a los paladines y no Goliaris? Esa fue la pregunta que surgió en su cabeza mientras buscaba la silueta del Celador de la Salvaguarda en el cielo.

Gyania miró a Cair mientras caminaban por los jardines de la reina, el parque más importante de la ciudad, uno cuyo cuidado y ornamentación siempre había corrido a cargo de los príncipes de la familia real, aún cuando su nombre podía indicar otra cosa. En realidad estaba ahí para representar una muestra tangible de la disposición de la realeza hacia su pueblo; hasta donde tenía entendido, ese tipo de sutilezas eran propias de la realeza amplietana. La variedad de colores y formas, los senderos perfectamente trazados con adocretos que alternaban entre el gris y el blanco, esos arcos de piedra unidos con cristales de colores, la pureza del aire marítimo y la altura… sin lugar a duda, era uno de sus sitios preferidos en todo Ampletiet. Pero, para variar, había desviado el foco de sus pensamientos.

¡¿Qué mierda era esa regeneración?! ¡¿Qué mierda eran esas llamas blancas!? Gyania se sentía algo histérica ¿Por qué ese chico no le decía de una vez por todas quién era realmente? ¿Por qué se esmeraba tanto en ocultar lo evidente? Sentía tanta rabia que quería golpearlo hasta sacarle todas las respuestas a todas y cada una de las preguntas que ella tenía.

Cair se volteó súbitamente con una acentuada expresión de terror en el rostro.

— ¡¿Estabas pensando en golpearme?! — Exclamó, encogiéndose.

— ¿Qué…? — Se dejó llevar y le soltó un puñetazo en el abdomen.

— ¿Por qué… me miras tanto? ¿Qué hice ahora? — Preguntó con la voz ahogada ¿En serio un hachazo del gélidar era menos doloroso que un guantazo de ella?

Gyania se cruzó de brazos.

— Estoy intentando encontrar una debilidad en ti — Si la verdad que Gyania buscaba no salía de su boca por voluntad propia, no le insistiría.

— ¿Para qué? — Preguntó Cair, divertido, aun sobándose el abdomen.

— No lo sé, de oportunista supongo.

— Ya…

Gyania entornó los ojos.

— En realidad, es que das todo el pego como príncipe.

— ¿Por qué?

— Solo digo que tienes ese aire.

— Claro, porque es genética y no crianza… — Murmuró —. Y tú desde luego que careces de esa altanería… lo digo en el buen sentido.

— Aunque hubiese sido en el malo, lo hubiera considerado un elogio — Replicó ella.

Pasaron frente a un par de ancianas sentadas en un banquillo a uno de los costados del camino. Gyania les prestó atención, pues empezaron a murmurar y a reír cuando ellos las dejaron atrás.

— ¿Qué dirán esas ancianitas?

— Seguramente algo relacionado con la juventud — Dijo Cair, mirando a su alrededor.

— Seguramente…

Cair dio un par de pasos en dirección a una pequeña fuente. La cerámica celeste que habían utilizado para el fondo le daba una tonalidad muy hermosa al agua y la escultura de mármol en el centro, aunque tan abstracta que Gyania no entendía qué supuestamente era, solo acentuaban el juego de colores que intentaba imitar el cielo y la sensación de estar en el mismo al no haber montañas y/o edificios en el horizonte. Sentados en el borde de la fuente, acaramelados, una pareja humano-gélidar demostraba abiertamente su amor. Como un auténtico psicópata, Cair se acercó sin prestarles atención a leer la inscripción en la parte baja de la escultura.

— «Antónimos y sinónimos, el cielo y las estrellas, la luz y la oscuridad, el principio y el fin. Que no nazca la discordia sino el amor» — Leyó Cair, luego entornó los ojos y se volteó hacia la pareja, quienes se inclinaron hacia atrás. Luego se volteó hacia Gyania —. Una forma rebuscada de incentivar el amor interracial — Volvió a dirigirse hacia la pareja —. Una buena elección para la primera cita después de emparejados — Frunció el ceño —. Ahora sabemos por qué se reían esas ancianitas.

— Ah… es esa fuente… — Había varias y justo la había llevado a esa. Mejor que nadie la reconociera… ¿O pretendía declararse? —. ¿Podemos ir a otro sitio? — Preguntó, impaciente.

Cair arqueó una ceja.

— ¿Dónde quieres ir?

— No lo sé, a cualquier sitio… me incomodan esas señoras.

— Significa que hay algo de cierto en sus chismes — Comentó él, como si nada, sin expresión ni alteración.

— No… es solo que es algo incómodo… vayamos al mirador.

Él sonrió con picardía, pero asintió y caminaron hacia el mirador que delimitaba la parte alta de Orherem y daba hacia la bahía de la capital.

Las campanadas provenientes del puerto y la brisa marina resultaban en algo que se disfrutaba mucho mejor desde ese punto, limpio y despejado, sin ningún obstáculo para contemplar el horizonte más que las algodonosas nubes, una franja de Julio en uno de los costados y Periascón, una saliente rocosa que se extendía desde la costa al este de la capital y se adentraba varios kilómetros en el golfo, y el ancho canal principal de la bahía, contorneado por un camino de sirga maravillosamente ornamentado con plantas, banderas y una serie de arcos de piedra, similares a los del parque, que cruzaban el canal de un extremo al otro

Cair apoyó los brazos en la balaustrada, dejando que el viento meciese su largo cabello negro. Gyania sonrió para si mientras pensaba «Como si necesitara viento para eso…»

— Esa fuente… ahí se remojan los tortolitos ¿no?

Gyania sintió.

— Me da vergüenza admitirlo, pero hubo una época de mi vida en la que lo único que quería era bañarme ahí…

— Curioso. Ahora tengo algo más con lo que molestarte.

Gyania hizo puchero.

— Oportunista.

Él se encogió de hombros. Ella también se apoyó en la balaustrada y observó el cielo.

— Y pensar que iba a pasar el Demiserio en Icaegos, estudiando… mira dónde acabé por querer ir a leer tranquila…

— Siempre puedes volver.

Ella le dio una colleja.

— No puedo, Alexander lo dijo… además, tampoco lo haría. Es un tanto escalofriante, pero es divertido… esto.

— Sí, la verdad es que también empiezo a cogerle el gusto.

— ¿Te da miedo?

— Por supuesto.

— ¿Y cómo lo llevas?

— Intento que mi introspección encuentre un héroe de leyenda. Ayuda bastante la verdad.

Gyania soltó una risita.

— Qué infantil…

Él frunció el ceño.

— Lo dice la que se puso nerviosa por un par de ancianas prejuiciosas.

— Para ti es fácil, pues ya tienes experiencia en estos temas.

— Experiencias — Dijo de manera tan desinteresada mientras seguía mirando los barcos, cuando se dio cuenta de lo que había dicho, hizo una mueca con la boca y se hizo el tonto, evitando el contacto visual con ella.

— ¡Por eso tus abuelos pensaron que yo era tu novia! — Exclamó ella —. ¿Cuántas parejas has tenido, Cair Rendaral?

— No, ninguna… — Disimuló de manera muy obvia mientras seguía esquivando su mirada con la misma obviedad.

— ¿Y Rena?

— Una amiga… — Continuó con su pésima disimulación.

— Hmmm… — Se cruzó de brazos.

— Ahora que lo pienso ¿Tú has tenido novio… o novia? Después de todo eres bastante linda — Preguntó, ahora sí, volteándose hacia ella.

Seguían provocándole algo de repelús esos elogios tan casuales de su parte.

— Usas elogios para esquivar las preguntas — Inquirió ella —. Y no, ya te dije que siempre se acercaron a mi con segundas… bueno, terceras intenciones… — Bajó la cabeza —. Nunca fui muy atractiva.

Cair entornó los ojos.

— ¿Segura? — Insistió, ahora levantando una ceja con esa picardía que tan bien lograba y que tan atractivo lo volvía.

— No, no he tenido novio ¿Pasa algo con ello? — Respondió ella, algo ofendida.

Él volvió a mirar los barcos.

— ¿De casualidad estás celosa? — Preguntó con una amplia sonrisa. Gyania lo miró con asco —. Estas celosa — Repitió él, divertido.

— Te quieres demasiado.

Cair empezó a estirarse.

— Tú si que me quieres demasiado — Dijo con la voz apretada por estarse estirando.

Al cabo de un instante, Gyania hizo una mueca y dijo:

— Llevamos un tiempo viajando juntos. Es normal que exista cierto vínculo emocional — Intentó parecer objetiva y con el desdén restarle importancia

— Básicamente acabas de confesar que me quieres.

— ¡Estaba siendo objetiva! ¿A ti no te pasa lo mismo?

Cair solo ensanchó la sonrisa.

— Objetivamente me quieres.

— ¡Qué odioso! — Exclamó ella, apretando los dientes, luego se acercó a Cair para darle un golpe en el hombro; Cair lo evadió y luego la miró a los ojos.

— Y sí, desconozco cómo eras antes, pero ahora eres tremendamente atractiva.

Su voz, su rostro, su expresión pícara, pero afable y sus penetrantes ojos blancos acompañados de sus palabras en el contexto adecuado y el ambiente propicio. Gyania simplemente no pudo evitar ponerse colorada.

Él levantó los brazos de golpe, con postura victoriosa.

— ¡Logré que te sonrojaras! — Espetó. Bajó los brazos y chasqueó los dedos, se acercó a ella y le acarició la mejilla. El rubor llegó hasta tal punto que un hilillo de sangre escurrió desde su nariz —. ¡Lo logré! — Exclamó con los brazos abiertos tras tenderle un pañuelo y luego se echó a reír a carcajadas.

Aram ladeó la cabeza y observó por sobre su hombro a Gyania, quien estaba sentada detrás de él con un tapón de papel en la nariz, silenciosa como nunca.

— ¿Qué le pasó a ella? — Le preguntó.

— Nada importante — Replicó Cair.

Aram dejó escapar un suspiro, le dio un golpe con los dedos en las pelotas y se apoyó en la pared mientras Cair caía de rodillas.

— ¿Qué harás ahora?

— … Iré a dejar a Adaia a casa y luego… — Tomó aire —… iremos a Rainlorei.

— ¿Ocurrió algo allá? Sabes que puedo pedir ayuda a la guardia ¿no? — Se cruzó de brazos —. Deberías hablarme más sobre la Facción del Grajo, sabes que no diré nada…

«¿Cómo puede ser posible que un golpe de dedos resulté más doloroso que el puñetazo de un gélidar?»

— Lo sé… — Dijo con la voz aún ahogada.

— ¿Entonces?

— Confidencialidad… ya te dije que no debería dar detalles sobre lo que hacemos, incluso me llegó una carta de reclamo por supuestamente insinuar que éramos de los buenos — Apoyó la cabeza en el piso —... El archimago es muy discreto con estas cosas.

Aram frunció el ceño.

— Ya… Oye.

— Mande.

— ¿Puedo ir con ustedes a la granja? Me encantaría ver a los abuelos… los extraño…

Cair sintió una repentina ira vengativa, así que jaló de la pierna de Aram y lo mandó al piso.

— ¿Para qué lo preguntas?

Aram se recostó en el piso con los brazos extendidos.

— ¡Lanna! — Llamó como si fuese un general.

— Es cierto que no se despega — Comentó Cair.

— Sí, son un poco exagerados estos guardaespaldas zalashanos.

— ¿Qué ocurre, amplietano? — Preguntó la zalashana en lengua común, desde el pasillo y con cara de decepción después de ver a Aram.

— Tampoco son buenos reteniendo nombres — Agregó Cair en amplietano.

— Iré a visitar a mis abuelos, así que iré a buscar mis cosas — Le dijo en lengua común, aún tumbado.

— ¿Y qué me dices a mí?

— Que iré solo.

— ¿Qué? Sabes que no te dejaré — Se cruzó de brazos.

— Pues habrás de hacerlo.

Ella refunfuñó algo sobre lo malagradecido que era Aram.

— Como quieras, pero que sepas que si tu padre me lo ordena, no te dejaré ir solo.

— Iré al lugar menos conflictivo de todo Ampletiet. Como si fuese a pasarme algo.

— Lo que tú digas — Y se fue.

Aram se balanceó y se levantó de un salto para despedirse con la mano.

— Iré a buscar mis cosas. No debería tardar más de media hora.

— No me moveré de aquí.

Aram frunció el ceño.

— Ve al puerto, flojo de mierda — Espetó, agresivo.

— Cállate. Tengo un truquillo.

Su expresión de duda se acentuó.

— Ya… mientras no te quedes ahí…

Enseguida se despidió de Gyania y se fue.

— ¡Oye! — Le gritó Cair.

— ¿Qué pasó? — Le preguntó Aram, asomándose por la entrada.

— Partimos mañana.

— Ya.

— A las siete.

— ¿Por qué te gusta tanto madrugar?

Cair intentó encogerse de hombros, pero su gesto pasó desapercibido dada su postura.

— Así se aprovecha mejor el tiempo.

— La misma basura que la abuela… — Murmuró Aram —. Ya, nos vemos mañana.

— ¡Oye!

— ¡¿Qué quieres ahora?!

— En el jardín de la reina — Indicó.

Aram frunció el ceño, pero asintió.

— Ya, ahora sí, me voy.

— ¡Oye! — Llamó nuevamente.

— ¡¿Qué demonios quieres?! — Cair intentó mantenerse serio, pero se le escapó una carcajada —. Imbécil.

— ¡Oye! ¡Espera! — Insistió, intentando parecer urgido. Aram puso los ojos blancos y se volteó a desgana —. !Ja! Te diste vuelta. Qué tonto.

Aram apretó los dientes, corrió hacia él y lo pateó en el estómago. Con Cair quejándose y riéndose en el piso, finalmente se fue.

Adaia se estaba bañando, así que no apareció allí hasta después de un rato. Cuando lo vio tirado en el piso con la cabeza apoyada en el piso se dirigió directamente a Gyania en vez de preguntarle a él.

— ¿Por qué lo golpeaste ahora? — Le preguntó.

— No fui yo — Dijo ella con un tono de voz inusualmente sumiso.

Adaia ladeó la cabeza, se acercó a él y lo empujó hacia un lado con el pie.

Cair rezongó.

— Me gustaba esa posición… — Murmuró él.

— ¿Y Aram?

Cair extendió los brazos y las piernas. En ocasiones, el piso se volvía realmente cómodo para él.

— Fue a buscar sus cosas — Replicó, estirándole la mano a su hermana para que lo ayudara a levantarse, pero lejos de aceptarla, ella la apartó de un palmotazo.

— ¿Para?

— Irá con nosotros.

— ¿Enserio? — Preguntó ella, evidentemente emocionada.

— No — Adaia lo pateó —. Que sí.

— Ya… Oye. Ve a buscar algo para comer — No era una pregunta, o por lo menos no lo parecía.

Cair frunció el ceño ¿Se suponía que era la misma persona que prorrumpió en llanto cuando él volvió a la posada después de su participación en el torneo?

— ¿Por qué yo?

— Porque yo lo digo — Sonaba igual que la abuela.

— Oh, que pesada.

— Levántate de una vez, larva — Lo pateó nuevamente.

Hakmur observó la delgada punta de una de sus flechas mientras se preparaba para ir en busca de otro trabajo. Sin embargo, en su consciencia todavía permanecía, fija y enmarcada, la imagen de aquella grotesca criatura, su lenguaje, el miedo que su sola presencia infundió en él pese a su entrenamiento, una sensación que solo podía comparar con el día en el que su hogar se tiñó de blanco. Se relamió, sentía el sabor de la sangre en su boca, o eso pretendía hacerse creer a sí mismo.

Más pronto que tarde, Hakmur volvió a guardar la flecha en una de sus aljabas y cogió sus cosas para emprender rumbo.

Curiosamente, a pesar de ser temprano todavía, las constelaciones eran perfectamente visibles en el cielo. Allí, en lo más alto, la constelación del Desteñido(1) parecía brillar con más intensidad. Un augurio quizás, pero a su lado, la constelación del cuervo también se destacaba en la oscura cúpula celeste. Tosió y cuando miró su mano llena de sangre solo se dio media vuelta y se dirigió hacia la posada «La soberbia del León» Después de todo, obedecer a sus instintos solo le había resultado mal en una ocasión.

Sobre la cabeza de los profanos habitantes del mundo terrenal, aquel que es considerado deidad decide mostrarse ante un mundo en triste herejía. La aparición de un hombre conscientemente marcado a ciegas por otro que jamás vislumbró su existencia. Una pequeña muestra de santa Luz en forma de llamas purgadoras. Todo ocurrió ante los ojos de un humilde enano proveniente de la tierra roja que, entre cantos, música y relatos fantasiosos, ansiaba la culminación de su larga búsqueda y que ahora yacía al borde de la depresión producto de lo infructífero de sus empeñosos intentos por darle fin a su largo historial de travesías. Pero ¿se podría decir que sus intentos fueron empeñosos teniendo en cuenta los rumbos que decidió tomar? No por nada, sabiendo que su búsqueda radicaba en el reino verde, acabó viajando por todo el mundo con la misma excusa. Ahora que se daba el tiempo de realizar una breve introspección, Nalem cayó en cuenta de que solo había utilizado su búsqueda como una excusa para viajar por el mundo y nutrir su capciosa necesidad de fantasía. He de ahí que él se esmerara tanto en atribuir protagonismo a aquel de los ojos blancos, pues era ilógico e insensato pensar que el destino de los mortales caería en manos de un único.

Aun así era frustrante para él.

Nalem rugió al aire, dejó caer los brazos y después la cabeza sobre la mesa.

— ¡Odio a ese humano de mierda! — Gritó mientras se daba cabezazos contra la mesa. Siempre le resultaron curiosos esos momentos de lucidez que en ocasiones tenía, pero le resultaba aún más curiosa la rapidez con la que su mente se distraía y acababa en pensamientos inconexos con el núcleo de su pensamiento original, tal y como lo estaba haciendo en ese momento.

Naeve también dejó caer su cabeza sobre la mesa.

— No puedo creer que se nos escapara…

Nalem siguió dando cabezazos durante un rato hasta que uno de los criados de la posada se acercó a pedirle que dejara de hacerlo.

Él no daba crédito de alguien que prefería irse a pelotudear antes que forjar contactos entre la realeza, menos aún cuando había tantas familias nobles interesadas en él. Lo único que lo mantenía de no caer en un negativismo absoluto era el hecho de que le había pagado a dos cetreros para que vigilaran las salidas de la ciudad, preparados ambos para avisarle inmediatamente si el chico hacía acto de presencia ahí.

¿Sería tan complicado dominar el arte de la cetrería? En muchas ocasiones Nalem se había planteado la posibilidad de adoptar un hasís para entrenarlo como su avizor, aunque él solía ser tan distraído que era una responsabilidad demasiado grande la de encargarse de un pequeño animalito.

Nalem ladeó la cabeza. Tal vez debido a esa cualidad de su personalidad era que había tardado tanto en encontrar a un chico de ojos blancos.

— ¿No hay alguna parafernalia druidística para buscarlo rápido? — Murmuró con la boca llena y la cabeza aún apoyada sobre la mesa.

— Que yo sepa, no hay ningún hechizo o conjuro druídico que funcione así… — Replicó la joven Naeve. Suspiró —. ¿Qué haremos ahora?

— Esperar a que nos avise alguno de los cetreros… esperar… y esperar… ¡La puta madre, como odio a ese humano! — Gritó, enojado —. ¡¿Cómo puede ser tan escurridizo?! — Exclamó, batiendo exageradamente las manos.

— Y eso que no es difícil distinguirlo — Se bebió toda la taza de té de un sorbo y luego se sobajeó los ojos —. Iré a echarme una siesta antes de morir de ansiedad.

Nalem le dedicó un gesto flojo con la mano, miró la barra y pidió lo más fuerte que había, porque borracho sus pensamientos eran aún más dispersos.

Por ir caminando con la cabeza baja, Cair se dio contra el marco de la puerta que daba hacia la recepción y al retroceder para estabilizarse se dio contra el soporte de una lámpara «Menos mal que tengo buenos instintos» pensó, esquivando al tipo que venía detrás de él, quien empezó a reírse en cuanto se alejó lo suficiente, creyendo que él no lo oía. Cair simplemente lo ignoró y salió de la posada para sentarse frente a la pileta y tomar algo de aire.

En contraste absoluto con la patética escena que había protagonizado en ese momento, todo su cuerpo se erizó incluso antes de que la silueta de Hakmur se apareciera por el portón de la posada, seguramente porque ahora debía tener suficiente dinero como para permitirse el lujo de descansar allí una temporada.

Cair sonrió, orgulloso. Él también había llegado ahí sin ni uno, y ahora tenía tanto que solo quería despilfarrar, ya que no solo había recibido una jugosa suma de oro por obtener el segundo lugar en el torneo Goliar, sino que también le había llegado la paga catorcenal de sus servicios como cuervo, que, tal y como lo había dicho el archimago, era muy generosa. Sí todo iba tan bien, podría jubilarse a los dieciocho.

— ¿Hakmur? — Preguntó Cair, intentando parecer sorprendido.

— Cair, me alegro de verte.

— Igualmente… ¿Necesitas algo? Si es otro duelo, que sepas que ya me retaron.

Hakmur rio.

— No, ya he visto lo que quería ver.

Cair arqueó una ceja.

— ¿Qué sería?

— No me gustaría hablar de eso.

— Ya…

Hakmur miró a su alrededor.

— ¿Qué haces solo aquí?

— Victimizándome y generalizando, me sacaron de mi propia habitación obligándome a venir a buscar comida… y pues vine aquí solo para desobedecer.

— ¿No te llevan la comida a la habitación en este lugar?

Cair se encogió de hombros e hizo una mueca.

— Para que veas.

Hakmur volvió a reír.

— ¿Puedo sentarme?

— Supongo, no son míos los asientos.

El gélidar rio una vez más. Cair creyó oír la madera crujir mientras Hakmur reía... o tal vez fue porque se sentó; cualquiera de las dos opciones era factible.

— Estás muy tranquilo.

— ¿Te refieres a lo que ocurrió en la barrera?... Pues la verdad es que sí, pero porque he decidido no cabecearme con eso todavía. Porque si te soy sincero, no creo que exista alguien que no se amedrente después de ver una cosa así.

— No, ya lo dices tú. Y tal vez debería hacer lo mismo que tú y simplemente dejarlo pasar, pero esa es una capacidad de la juventud que un vejestorio como yo ya no tiene.

— Si puedo cambiar eso por un par de capacidades como las tuyas, estaría encantado.

Hakmur suspiró.

— A la edad que tienes no tienes nada que envidiarle a nadie… Además, tu regeneración es inhumana.

— ¿Por qué todos hablan de mi regeneración? ¿Qué pasó?

Hakmur lo miró, sorprendido.

— ¿No lo recuerdas?

— Supongo que la sangre se fue a mis músculos y no a mi cabeza, solo recuerdo algo del inicio y algo del final.

Hakmur arqueó una ceja.

— Espera, creo que traigo algo que te puede interesar… — Husmeó en su bolso y sacó un periódico. Cair frunció el ceño y leyó la página que le indicó Hakmur, donde había una curiosa ilustración de ambos combatiendo —. «Entre la regeneración celestial y las llamas blancas hizo frente a un oponente muy superior a él» — Recitó Hakmur.

Cair se quedó con la mirada fija en el periódico.

— ¿Llamas blancas?

Hakmur asintió.

— He recibido muchos ataque mágicos en mi vida, pero nada igual a ese.

— ¿Regeneración celestial?

— Te di un par de hachazos con toda mi fuerza y tú simplemente te levantabas sin un rasguño.

— ¿Qué? — En su cabeza rebotaron dos frases: «Los ojos blancos son buena señal» e «Igualmente serás alguien importante» Cair sintió un repentino revoltijo en el estómago y una insistente necesidad de moverse —. ¿Qué piensas tú al respecto…?

Hakmur suspiró.

— Hay algo extraño en ti. Algo que en todos mis años de vida jamás he sentido en otro… Te acompaña una extraña sensación de calma… aún cuando perdías los estribos…

Cair permaneció en silencio, apoyó los codos en sus rodillas, juntó las manos y bajó la cabeza. Intentó dedicar ese margen de silencio para cavilar sobre todo lo ocurrido y el rumbo que indirectamente estaba tomando. Pero él sabía que no disponía de la suficiente información como para proponer una teoría a la aparición de esos seres sin rostro y tampoco podía basarse en unos cuantos comentarios para proyectar una imagen de su futuro, que por lo demás, al menos desde su perspectiva, cada vez se volvía más incierto. Añoró el consejo de sus abuelos, pero ¿qué dirían ellos al escuchar sus pensamientos? Seguramente su abuelo se reiría a carcajadas y la abuela le soltería un guantazo por egocéntrico. Sonrió y sintió un escalofrío en la cara, como si fuese a llorar.

— ¿Sabes? Tienes un gran problema a la hora de combatir.

— ¿Pierdo los estribos?

— Es como si te volvieses loco.

Cair sonrió y murmuró:

— Siempre pasa lo mismo en mis sueños — Mantuvo la cabeza baja.

— Te vuelves muy poderoso, pero también temerario. Eso es lo que te deja como alguien débil ante un oponente experimentado.

— ¿Cuánto crees que me faltó para ganarte?

Hakmur se rascó la barba.

— Por el daño que recibí… Debiese haber sido capaz de aguantar otro combate igual.

— Me dijeron que acabaste muy herido.

— Lograste cortarme una mano, pero lo demás solo fueron rasguños.

— ¿Por qué tienes la piel tan dura? Digo, los gélidar no tienen la piel así por naturaleza ¿o sí?

— Oh, no. Eso es algo mío de nacimiento... hasta podría decirse que soy tantoriano.

Cair sonrió y dio un cabeceo.

— Cortar una piedra sería más fácil.

Hakmur soltó una carcajada que alteró el flujo del agua de la pileta.

— ¡Gracias! — Esos cambios tan drásticos de ánimo eran muy comunes en él —. ¿Qué harán ahora?

— Ir a dejar a mi hermana a casa — Replicó él, luego sonrió —. Lo sé, no es una aventura precisamente épica como cuando nos conocimos — Añadió, divertido.

Hakmur volvió a reír. Cair creyó ver que algunas baldosas saltaban.

— ¿Y luego?

— Confidencial — Respondió Cair, lacónico. Frunció el ceño —. Espera… ¿Quieres venir con nosotros? ¿A eso querías llegar?

Hakmur abrió los ojos como platos, miró a su alrededor y enseguida frunció el ceño.

— ¿Cómo lo supiste?

Cair se encogió de hombros.

— Tengo buena intuición… Y un don innato para acortar las conversaciones a conveniencia del guión.

Hakmur negó con la cabeza.

— No creo haber dicho ni dejado ver nada que declare mis intenciones.

Cair se rascó la nuca.

— Lo sé… Es más bien raro. Es como si el escritor de este diálogo no tuviese la creatividad suficiente para desarrollar más la conversación o quería guardarse algunos detalles para después — Dijo Cair.

Hakmur tardó en responder ante la incoherencia en las palabras de Cair.

— ¿Qué? — Preguntó, casi riendo.

— Estoy divagando ¿Entonces era eso?

— Sí… sí, era eso a lo que venía…

— ¿Me estás ofreciendo un gélidar de más de dos metros, duro cómo un bloque de acero macizo que encima me partió la madre en un combate…? — Se rascó la nuca —. Pues no me va… — Hakmur rio —. Dame un momento — Cair llamó a Alísito, y en lo que llegaba el pequeño hasís, escribió una carta en su diario, arrancó la página y la selló con un poco de cera que derritió con su magia —. Al correo — Le indicó, le dio una bola de semillas y el hasís reemprendió el vuelo.

— Muy bien entrenado.

— Sí… Es extraordinariamente inteligente — Inhaló una buena bocanada de aire —. Mañana a las siete en el jardín de la reina.

— ¿Por qué no en el centro?

— Será muy lento.

— Pero los zepelín siguen inactivos.

— No he dicho que viajaremos en zepelín.

Hakmur ladeó la cabeza y levantó una ceja.

— ¿Cómo entonces?

— Tengo un truquillo.

La expresión de duda del gélidar se acentuó aún más.

— Bien…

Cair apoyó una bota en el círculo, miró a su alrededor en busca de mirones y sacó su abalorio paladín como un ratero que acababa de robar algo.

Mientras huía del enano loco, cuando sin querer acabó en los aposentos de la princesa, Cair vio desde arriba una zona en el jardín de la reina que llamó su atención: Una pequeña edificación derruida con unos grabados negros muy similares a los que él había visto en los templos paladines. Cuando paseaban por ahí con Gyania, ambos decidieron visitar el lugar, donde, efectivamente, alguna vez estuvo el templo paladín de la capital.

Por fuera no había ninguna baliza de telemancia como las de los demás templos, así que Cair decidió entrar. Dentro parecía que todo estaba tal cual lo dejaron los paladines, lleno de polvo, libros corroídos tirados por montones en el piso, alfombras roñosas, muebles podridos y todo el riscalco apagado, con la diferencia de que este ya se podía considerar plenamente como una ruina, ya que la mitad del techo se había desplomado y algunas paredes también, cuyos ladrillos perfectamente labrados estaban esparcidos por el piso con la maleza cubriéndolos. Entre algunos libros mohosos y musgo, Cair reconoció una baliza de telemancia, y, tras comprobar su estado acercando el abalorio, le pidió al resto que lo ayudaran a despejarla.

— ¿Por qué quieres despejar esta cosa? — Le preguntó Aram, lanzando los libros hacia atrás sin ningún cuidado mientras Adaia los recogía del suelo para examinarlos.

— Ah… — Dijo Gyania en cuanto logró reconocer la forma.

Cair le sonrió y luego miró a su hermana.

— Vengan todos al centro… — Una vez todos estuvieron dentro, miró a su hermana nuevamente —. Adaia.

— ¿Qué?

— Necesito que me prometas algo.

— Dímelo.

— Es un asunto serio; muy importante.

— ¿Qué cosa?

— Deja de darte tantas vueltas — Pidió Gyania, cruzándose de brazos para disimular su ansiedad.

— Es realmente serio

— ¡¿Qué cosa, hombre?!

— Sin mojar — Entonces, sin saber que era lo que estaba haciendo, canalizó sobre el abalorio e inmediatamente después, a su cabeza afluyó una imagen similar a la que se producía al apretar los párpados, solo que en aquella ocasión, cuatro puntos brillaron y pasados unos segundos, la imagen se aclaró, y lo que se mostraba frente a él era un mapa perfecto de Ortande, como si él estuviese sobre las nubes.

Cair se sintió algo mareado, casi podía sentir el viento en su rostro al mirar el sol y las nubes por sobre el mar de nubes que se extendía bajo sus pies invisibles. Uno de los puntos debía ser el templo Noytia, otro el templo de la capital, un tercero en lo que debía ser el lago Aenein y había un cuarto ubicado en el centro del mapa. Naturalmente sintió curiosidad por ese punto, pero centró su vista en el punto del templo Noytia, el que pronto comenzó a brillar con intensidad hasta cubrir todo su campo visual, tiñéndolo de un azul.

Intentó abrir los ojos, pero para su sorpresa ya los tenía abiertos y rápidamente reconoció el cielo sobre él. Bajó la mirada y, pasando por un bosque, Cair reconoció la baliza de telemancia bajo sus pies.

— ¡¿Qué fue eso?! ¡¿Dónde estamos?! — Exclamaron Aram y Adaia.

— Bienvenidos a la Extensión Occidental — Dijo Gyania, ocultando su sonrisa de boba.

Cair dirigió su mirada hacia el templo y recordó todo lo que lo había llevado hasta ese punto.

— ¡¿Qué?! — Exclamó su hermana —. ¡¿Cair?! ¡¿Acabamos de usar la baliza paladín?! — Cair asintió —. ¡Vuelve a hacerlo!

— No.

— ¡Cair! — Saltó encima de él e intentó quitarle el abalorio.

— ¡Que no puedo, mujer! A esta cosa no le queda mucha Luz.

Adaia hizo puchero.

— Algún día tendré el mío.

Cair negó con la cabeza.

— Mocosa insoportable — Ella le sacó la lengua, él la ignoró y miró a Gyania —. ¿Y?

— ¿Y qué? — Estaba algo pesada últimamente, seguramente de picada.

— ¿Es lo mismo que la telemancia tradicional?

— La sensación es exactamente la misma… ¿Y tú qué viste?

— Un mapa.

— Gracias por los detalles.

— ¿Aram? ¿Hakmur?

— Cair, yo… yo preferiría no volver a usar esa cosa…

— Yo tampoco — Se sumó Hakmur, mirando hacia todos lados, evidentemente desorientado —. Definitivamente… no…

Cair bufó.

— Llorones… Lamento decirte, Hakmur, que volveremos de la misma forma.

Aram le sonrió.

— Me compadezco — Le dijo, apoyando una mano en su hombro, aunque técnicamente estaba levantando el brazo.

— ¿Vendrán a casa? — Preguntó Adaia.

— No, pretendemos llegar a Rainlorei cuánto antes, y con la abuela las cosas se dilatan mucho. Acabaríamos partiendo mañana.

— Sí, supongo que sí. Se lo diré.

El terror más profundo se asentó en su mente.

— No, por favor.

Adaia sonrió maliciosamente.

— Saluden al señor Jael y a la señora Ela de mi parte — Pidió Gyania, dedicándoles una reverencia corta.

— ¿Qué harán luego de ir a Rainlorei? — Preguntó Aram, mirando nerviosamente hacia el Nos'Erieth, quizá ligeramente al norte.

Cair se encogió de hombros.

— De momento, nada.

— Ya, tienes que pasarte por la hacienda en algún momento.

— Si tienes comida…

— Buena comida — Replicó Aram.

— Y también… no, que enfermo lo que iba a decir.

Aram le pateó las rodillas.

— Imbécil — Sí, lo había entendido.

Todos se despidieron entre sí y Cair nuevamente activó la baliza para volver a la capital. Su interés en el punto del centro de Ortande lo impulsó a ir allí, y en algún momento lo haría, siempre y cuando pudiera. Ahora le tocaba guardar esa Luz residual que pudiese quedarle a ese pequeño abalorio que traía en su pecho.

Gyania suspiró nada más llegar, con una ancha sonrisa en el rostro que ocultó en cuanto cruzó miradas con él.

— Menos mal que no había nadie aquí…

— ¿La capital? — Inquirió Hakmur —. Pensé que iríamos al templo Aeiha — Era el templo ubicado a la entrada del bosque de Thrino y, por ende, el más cercano a Rainlorei.

— No podemos porque la baliza de allá no está activada — Replicó Gyania.

— Oh, ya veo…

— ¿Necesitan comprar algo? — Preguntó Cair, ya que asumió que ellos querrían comprar sus cosas en el muelle.

— Me gustaría comprar una piedra de afilar e ir a buscar más flechas — Dijo Hakmur, dando palmadas a la aljaba que tenía en su cintura.

¿Para qué necesitaría más?

Cair levantó una ceja.

— Pero está lleno.

— Suelo llevar cinco, pero rompí uno en nuestra pelea con Tiltalbaal.

— ¡¿Cinco?! — Hakmur le mostró las otras tres aljabas que traía bajo su falda de cuero —. La que me parió… ¿Gyania?

— Solo ingredientes para fabricar pociones — Replicó ella con un dedo en la mejilla —. Provisiones.

— ¿Y todo lo que recogiste de camino?

Gyania se llevó los nudillos a la cintura con el ceño fruncido.

— ¿Vas a criticar todo lo que queremos comprar? — Espetó. Hakmur soltó una carcajada que rompió uno de sus tímpanos —. Al menos no pierdo la vaina de mi cuchillo.

Con expresión de estupor, Cair revisó su espalda, donde su espada colgaba desnuda del pequeño imán que debería estar sosteniendo la vaina. Se volteó y con seriedad dijo:

— Yo tengo que comprar una vaina.

Gyania se llevó la palma de la mano a la frente.

Al final, todos acabaron comprando más de lo que habían dicho. Cair compró otro par de lápices de grafito, además de un poco de resina y una goma de borrar para sus mapas, aunque el bulto de sus compras se debía en gran medida a las provisiones que había comprado, debido a que en el tramo entre Orherem y Rainlorei solo había una posta y estaba a casi dos días de viaje.

— Ten — Le dijo Gyania, de pie en el umbral que separaba la capital del Prado de la Gloria, con una vaina roja de bordes plateados en sus manos.

— Por si no fuera suficiente perderla, también se me olvida comprar una… Te lo agradezco… — Se acercó un poco —. Profundamente — Dijo casi entre susurros.

Ella frunció el ceño y lo empujó.

— Espero que no pierdas esa también. Es raro encontrar un herrero que solo venda las vainas.

— Lo sé, suelo tener que pedir que me las hagan.

— ¿Cuántas has perdido ya?

— Más de las que recuerdo.

Hakmur soltó una carcajada que rompió su otro tímpano mientras intentaba acomodar la nueva aljaba sobre la otra, tarea difícil, pues ambas tenían formas distintas.

Cair lo miró, luego observó la bolsa que tenía en las manos, entonces escrutó a Gyania con la mirada.

— ¿Cuánta capacidad le queda a esa cosa?

— Está casi vació. Deberían caber unos cuatro barriles por lo menos.

El gélidar arqueó una ceja y Cair lo miró.

— Bien… ¿Vamos entonces?

Ambos asintieron.

Mientras caminaban, Cair le quitó el bolso a Gyania de la cintura mientras ella conversaba con Hakmur, metió todas sus cosas dentro, le tocó el hombro al gélidar, escondiéndose en el costado opuesto le pidió su bolsa de provisiones y también la metió en el bolso. Entonces, meticulosamente, Cair volvió a dejar el bolso de Gyania en su sitio para luego acercarse a ella a flirtear para disimular.

Solo se dio cuenta de que ellos no llevaban sus cosas cuando alcanzaron la segunda posta y tras arrojar una broma sobre lo despistados que eran.

Sir Nalem golpeó la mesa.

— ¡¿Que ocurrió qué?! — Exclamó, casi gritando y moviendo mucho los brazos.

Naeve frunció el ceño y se acercó, ansiosa.

— ¿Qué ocurrió?

Sir Nalem se llevó la mano a la frente y luego siguió gritando:

— ¡Devuélveme la mitad de mi oro, mocoso impertinente! — Estaba completamente fuera de sus cabales —. ¡Mientras el imbécil del cetrero coqueteaba en el Prado de la Gloria vio pasar al chico!

Naeve abrió los ojos como platos y empezó a batir los brazos ella también.

— ¡Sigámoslo, aún podemos alcanzarlo!

— ¡Está a tomar por culo! — Naeve siempre creyó que los caballeros teorinenses eran mucho más formales y educados que el enano que gritaba frente a ella. Pero no lo culpaba, incluso ella quería empezar a gritar.

— ¡No nos queda de otra!

— ¡Vamos! — Exclamó mientras se colgaba el escudo en la espalda y cogía sus cosas —. ¡Ve a buscar tus cosas, nos vamos ya!

Naeve asintió y corrió a su cuarto, no sin antes maldecir al malnacido de Cair de la forma más soez que conocía y golpear la cama con ambos brazos.

Apéndice

1.- El Caballero Desteñido: «… Y solo un hombre sin colores se alzará para encaminar a los malditos y encarar a los corruptos benditos.» La leyenda del Caballero Desteñido habla sobre un hombre que ha perdido el color de su vida y todas sus hazañas, las que generalmente van ligadas a locaciones y/o eventos concretos que existen en la realidad, siendo ese el motivo del porqué es tan famosa a lo largo de Ortande, aunque ante la ambigüedad de sus términos, hay culturas que creen que es una historia del pasado y otros que es una profecía que advierte sobre la venida de un legendario portador de la Luz en la época de mayor necesidad; parte que ha cobrado fuerza tras los eventos sucedidos en Ortande durante los últimos dos años.

Durante la Era de Reyes se cazaba a cualquiera sobre el que se tuviera la sospecha de ser el Caballero Desteñido, pues se creía que junto a él vendría la desgracia.