Roxana se fue a la cama, intentando planear su robo pero estaba demasiado distraída. No podía dejar de recordar la sonrisa de Alejandro, cuando caminaba a su lado, cuando comía la sopa, cuando le ponía su abrigo sobre los hombros y cuando le compró aquellas piedras preciosas. Las que se parecían a sus ojos.
Y luego, cuando cerró los ojos, recordó los dedos de él en su mejilla y mandíbula. En su imaginación, dejó que recorrieran más abajo, por su cuello y rozaran sus pechos. Se movió en la cama estremeciéndose ligeramente ante el pensamiento antes de descartarlo. Ya se había permitido imaginar más la noche anterior y no terminó bien. Estuvo despierta toda la noche, su cuerpo hormigueando con una nueva sensación desconocida.
Se había imaginado sus labios sobre los suyos. ¿Cómo se sentirían esos labios como pétalos de rosa contra los suyos? ¿Tendría el sabor de cómo olía él? ¿Como menta fresca? ¿Picaría tan dulcemente como la menta?
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