—¿Cómo sabías que necesitábamos ayuda? —pregunto mientras caminamos.
—Tenía a alguien que los vigilaba —dice. Evanora, esa vieja astuta. No sabía que podía enviar mensajes a mi padre. Vamos a tener que hablar de sus problemas de comunicación.
—Gracias por venir, pero ¿por qué ahora y no antes? —pregunto con insistencia y él se ríe.
—Te pareces mucho a tu madre. Tan directa. Y también tienes su aspecto, gracias a Dios —comenta. Levanto una ceja para hacerle saber que sigo esperando una respuesta.
—Tu madre y yo nos peleamos antes de que nacieras; le pedí que viniera a vivir conmigo y con mi manada y se negó. No quería sentirse marginada y quería estar cerca de su mejor amiga Moira. No podía dejar mi manada, así que se fue y no me habló de ti hasta que tuviste unos dos años. Entonces... bueno ya sabes lo que pasó —dice.
—¿Pero por qué no me llevaste a vivir contigo? —pregunto.
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