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Chapter 15 Robb

Robb 15

 

La audiencia de conclusión de la guerra era importante, pero

la celebración fue aún más crucial, y Stannis la había estado posponiendo

durante más de una semana desde que ascendió al trono. Aquella misma noche, se

llevó a cabo una gran fiesta. Con el dinero de los Lannister y los braavosis

proporcionando comida, la carne y el vino eran abundantes. Dada la presencia de

la mitad de los señores de los siete reinos y varios ejércitos, la opulencia

era necesaria.

Robb, como uno de los principales señores presentes, tuvo que

demostrar su respaldo al rey financiando parte del banquete. Edmure hizo lo

propio en nombre de su señor padre, y Roose Bolton, el nuevo señor del oeste,

también contribuyó. Los señores de las Tierras de la Tormenta, con méritos

militares escasos, colaboraron aún más. Respecto al Valle y a Dorne, aunque

estaban en camino, Stannis no los esperó para celebrar su coronación.

En la gran celebración, Stannis presentó a su reina, a su

hija y a la mujer roja que las acompañaba. El nuevo Septón Supremo se atrevió a

quejarse de que Stannis no fuera coronado por la fe, pero este solo rechinó los

dientes y le recordó que agradeciera la fe de sus señores en los siete, pues

fue la fe de los siete la que coronó al hijo bastardo de la reina Cersei.

Dado que Joffrey, respaldado por la fe de los siete, era

impopular en Desembarco del Rey y Stannis era considerado su salvador, la fe

estaba en mala posición para quejarse. La anterior muerte del Septón Supremo

por los habitantes de Desembarco del Rey, según se decía, durante la hambruna,

dejó a la fe exenta de rendir cuentas ante Stannis.

En el banquete, Robb presentó a su esposa, bailó con la reina

y su hija, pero volvía a recuperar la cordura, y la falta de herederos de

Stannis no pasó desapercibida. Shireen estaba bien para él, y para evitar

futuras guerras, debía deshacerse de la restricción de que solo los hombres

podían ascender al trono.

El problema con Shireen no era ella misma, ya que era

prudente e inteligente, sino la marca de psoriagrís que deformaba la mitad de

su rostro, considerada por los señores como una maldición, sin importar su fe.

Cambiar las costumbres era factible, pero la situación con Shireen requería

cuidado para estabilizar el reinado de Stannis. Robb deseaba una vida pacífica

alejada de los enredos políticos después de retirarse, disfrutando de la gloria

y fama bien ganadas.

—¿En qué pensáis, mi señor? —preguntó Jeyne, quien al salir

del banquete, lo acompañó a la torre que Stannis le asignó en la Fortaleza

Roja. Jeyne estaba junto a una ventana, iluminada por la luz de la luna,

mientras Robb reflexionaba leyendo el libro que presentaría a Stannis al día

siguiente.

Robb se retiró de la fiesta cuando Stannis lo hizo a

medianoche, aunque los señores seguían celebrando. Él dejó a su esposa

socializando con las damas de la corte. Según el cuervo de tres ojos, ya había

cumplido su misión de engendrar un heredero, así que estaba de vacaciones en

ese aspecto.

Ahora, al ver a Jeyne sin la capucha que solía usar para

ocultar su juventud, Robb se dio cuenta de que ella ni siquiera era joven;

apenas estaba entrando en la adolescencia. ¿Cuántos años tendría ella, doce,

trece?, se preguntó Robb.

Robb acababa de cumplir dieciséis. En su antiguo mundo, nadie

le confiaría un lápiz, pero en este mundo, la edad importaba poco, y para aquellos

involucrados en los juegos de poder, debían crecer o morir.

—Jeyne, ¿qué opinas de lo que la magia que poseo ha logrado

hasta ahora? —preguntó Robb. Jeyne había sido forzada a abandonar su inocencia,

al igual que él mismo, pero ella no tenía recuerdos de otra vida para dar

respuestas; solo tenía el dolor para guiarla.

—Robb, hay más en ti que magia —dijo Jeyne mirando el libro

que sostenía. Robb sonrió.

—Sí, más de lo que imaginas —dijo Robb.

—¿Pero no puedes decirlo? —preguntó Jeyne recostándose de la

ventana.

—Temo que no creerías en ello —dijo Robb.

—Ya hay pocas cosas que no pueda creer respecto a la magia

—dijo Jeyne.

—¿Y si te dijera que he visto el futuro y que gracias a eso

estamos los dos aquí en este momento? —preguntó Robb.

—Eso sería algo que ya he dado por supuesto —dijo Jeyne con

despreocupación—. Solo preguntaría, ¿desde cuándo? —dijo con un tono apagado.

—Más allá de la muerte de tu padre, pero antes de la muerte

del mío. Cabalgué día a día, sabiendo que no podría hacer nada para salvarle, y

que si perdía la guerra, todos seguiríamos detrás de él. Jeyne… —Robb no pudo

decir más, solo miró la espada de su padre, Hielo, que ahora yacía sobre la

chimenea que daba calor a la habitación.

—¿Por eso no la has tocado? —preguntó Jeyne—. ¿Crees que no

eres digno de ella? —preguntó.

—Ya no soy el Robb que una vez fui. En este momento, soy más

como tú. Honor, es solo una palabra que me hace sentir enojado. Miro a mi

alrededor y no me siento yo mismo. ¿Si él estuviese aquí, aún pondría esa

espada en mis manos? ¿Aún me consideraría su hijo?

»Jeyne, eres la única persona de este mundo a la que le he

dicho cómo me siento y qué es lo que soy ahora. Dime, ¿crees que mi padre

pondría esa espada en mis manos, sabiendo lo que soy ahora y todo lo que he

hecho en esta guerra? —preguntó Robb.

—Sabiendo todo lo que pudo ocurrir, ¡sin duda alguna!

—sentenció Jeyne—. Siendo el Lord Stark del pasado, supongo que pediría

legitimar a Jon —dijo Jeyne con una sonrisa. A su pesar, Robb también se rio.

—Sí, supongo que este mundo ha cambiado mucho en comparación

con nuestro pasado en ese pequeño castillo de ilusiones que no iba más allá de

Invernalia. Pero el invierno ha llegado —dijo Robb con pesar.

—Y el Lobo de Invierno con él —dijo Jeyne.

—¿Has estado leyendo sobre Cregan Stark y Roderick Dustin?

—preguntó Robb. Jeyne asintió.

—Necesito aprender más que las elegantes y honorables gestas

que nos enseñaba el maestre Luwin —explicó Jeyne—. Fue el gran Jon el que te

puso ese nombre, ¿crees que fue casualidad? ¿O el grandote te maldijo por haber

intentado cortarle la cabeza? —agregó.

Robb sonrió y pensó en ello. Los llamados Lobos de Invierno

eran los más ancianos veteranos en combate, enviados a morir en la batalla para

que en las casas de sus familias pudiera haber un plato más de comida durante

el invierno, y los jóvenes que eran los que importaban, pudieran sobrevivirlo.

Una vez marcharon con Cregan Stark, bajo el mando de ser Roderick Dustin, en

apoyo de la reina Rhaenyra durante la guerra Targaryen conocida como la Danza

de Dragones, pero el Gran Jon no era conocido por sus conocimientos de

historia, por lo que él pensaba que su aparente maldición solo era una

casualidad.

Era más casualidad que le diera ese apodo a él, que en su

primera vida era un anciano viejo, cansado y amargado, cuyo único pasatiempo

era esperar su muerte. «¿Destino?», se preguntó Robb.

—Jeyne, una vez hayas visto lo que quieres ver, no

desperdicies tu vida en este nido de víboras. Tu padre no lo hubiese querido.

Vuelve al norte. En honor a tu padre, la septa Mordane y a todos los que

murieron junto a mi padre, te daré tierras y un señorío. Dale una herencia a tu

familia, como yo haré con la mía. No dejemos que nuestra victoria se convierta

en una gloria de amarga agonía y resentimientos —propuso Robb.

—Trataré de pensar en ello luego —dijo Jeyne de mala gana—.

Por ti —agregó. Robb sonrió con pesar.

Había que vivir una vida de amarguras para tener la sabiduría

de vivir una juventud plena; por desgracia, el tiempo no se invertía, y el

camino siempre llevaba al final, no a un comienzo. Pocas personas tenían la

sabiduría para ver esto, y en su primera vida, él no fue una de ellas. Ahora

veía las cosas diferentes, pero para esa vida ya era tarde. Él no quería que

Jeyne, la persona con quien más se identificaba en este mundo después de su

renacimiento, cometiera sus errores de juventud, pero al final, era su

decisión, y él solo podía decir unas pocas palabras.

El gran banquete duró toda la noche, y por la mañana, como

Robb supuso, Stannis lo llamó a su despacho para discutir asuntos oficiales.

Robb llegó con Stannis a la salida del sol, cuando los

señores apenas se levantaban de sus mesas en el banquete, pero ya estaban dos

guardias reales cuidando la puerta del despacho, y dentro, Stannis revisaba

documentos oficiales junto a varios señores que parecían algo decaídos y

tristes, con excepción de Davos, que se había retirado del banquete a

medianoche y parecía fresco y con fuerzas suficientes para un duro día de

trabajo.

Robb hizo una reverencia al llegar, junto a Roose Bolton, el

Pez Negro y Wylis Manderly. Stannis asintió y miró a sus propios señores.

—Mis señores, tengo asuntos que discutir con Lord Stark; les

llamaré luego —dijo Stannis para despacharles—. Caballero Cebolla, quedaos

—agregó para Davos.

Ser Davos, que estaba a su derecha como si fuera un guardia y

no un señor, volvió a su puesto, mientras los lores salían, dirigiéndole

algunas muecas al caballero, y Stannis los ignoraba, ofreciéndoles los asientos

desocupados a él y sus lores.

Robb dejó dos gruesos libros encuadernados, grabados en oro y

con un pequeño candado en la tapa, sobre la mesa de Stannis, para luego

sentarse en el sillón del medio, con Roose y el Pez Negro a un lado derecho y Wylis

Manderly al lado izquierdo. Stannis miró el par de libros, cuya encuadernación

era obra de los artesanos de Aguasdulces, la escritura pertenecía a su maestre,

los dibujos y planos a Lady Catelyn, y su contenido era idea suya.

—Majestad, estos libros contienen toda la información que

vendí a Braavos y al Banco de Hierro para asegurar los fondos para esta guerra,

por lo que nadie morirá de hambre mientras se recuperan las tierras de los

ríos, o aquí en Desembarco del Rey —explicó Robb. Stannis asintió y miró a Lord

Bolton y al resto.

—Estos señores ya conocen parte o la totalidad de mis planes

con respecto a estos libros, y si no les he puesto al corriente de lo que no

saben, es porque sería redundante ya que están aquí en este momento —dijo

Robb—. Por otro lado, si otros particulares se enteran del contenido de estos

libros, fuera de aquellos en los que podamos confiar o mantener vigilados,

todos nosotros sufriríamos las consecuencias, perdiendo cientos de millones de

dragones de oro, en cuanto a economía, y nuestras vidas si los modelos de armas

descritos en ellos llegan a manos de nuestros enemigos —explicó Robb con

claridad, y Stannis frunció el ceño, pero él no era de hacer escándalos, y Robb

ya le tendía la llave para que abriera los libros y le indicó cuál debía abrir

para ver las armas, que era el mismo donde estaban los motores a vapor.

Roose Bolton, Davos y Ser Brynden se acercaron a mirar junto

a Stannis. Wylis Manderly era el encargado de coordinar los proyectos de

construcción de barcos y armas junto a los braavosi, por lo que ya estaba

enterado de todo cuanto había en ese libro, al igual que Robb, que era su autor

intelectual.

—Cañones, armas de fuego antipersonales, pólvora y maquinaria

industrial, nombres extraños —dijo Stannis volviendo a colocar el libro sobre

la mesa. Los señores volvieron a sentarse, y Ser Davos volvió al lado de

Stannis.

—Ser Davos, creo que la futura Mano del Rey debería ya

olvidarse del comportamiento de un caballero y comenzar a comportarse como la

Mano del Rey —dijo Robb, señalando el sillón vacío al lado de Wylis Manderly.

Ser Davos pareció incómodo.

—Mi señor, habéis acumulado méritos suficientes para daros el

puesto, ningún lord puede discutirlo —dijo Stannis con frialdad.

«Prefiero cortarme los testículos yo mismo que ser tu Mano»,

pensó Robb. De hecho, cualquiera que no fuera Davos perdería la cabeza en ese

puesto en menos de un año. Stannis era demasiado estricto. Solo Davos, que era

absolutamente leal a él y conocía su personalidad hasta tal punto de poder

influir en sus decisiones, podía ser su Mano sin perder la cabeza. También

tenía la ventaja de gozar de la confianza de Stannis.

—Majestad, os agradezco el gesto, pero soy un político

terrible; la negociación no es mi fuerte. Me manejo mejor entre leyes y reglas

rígidas. Cuando me enfrento a ideas diferentes a las que creo que son las

correctas, las descarto con un bufido, lo que suele arruinar cualquier

negociación —explicó Robb con sinceridad, y sus tres lores asintieron para

confirmárselo a Stannis.

Robb les dedicó una mirada amenazadora. Decía la verdad, pero

no tenían por qué remarcar sus defectos. Stannis asintió con una sonrisa.

—Parece que nos parecemos más de lo que creía en un principio

—dijo Stannis—. Bien, entonces, Ser Davos Seaworth, a partir de ahora, os

nombro Mano del Rey —decretó Stannis, y Davos se arrodilló y aceptó sin poner

excusas, o parecer agradecido o humilde. Luego se sentó en frente de Stannis,

junto a ellos.

—Majestad, debo advertirle que a los nobles de este reino les

gusta mucho usar el recurso del asesinato, y no les temblará la mano para

deshacerse de vuestra Mano si con ello consiguen un ascenso al poder que creen

merecer. Ya han muerto dos Manos seguidas, tres si contamos a Tywin Lannister;

una más no será un gran alboroto, y antes de que esto se convierta en

tradición, es mejor tomar medidas, como asignar una guardia personal a vuestro

Lord Mano y recomendarle que vigile las cosas que coma —advirtió Robb.

Si Ser Davos era asesinado, tendrían graves problemas.

Stannis rechinó los dientes, y Davos pareció no esperar tal peligro. Robb lo

había supuesto.

—Majestad, para mantener la paz, también me gustaría reclamar

un puesto en el consejo privado, como consejero de los susurros, aunque enviaré

a alguien para cumplir con mi presencia en el consejo privado. Aun así, los

asuntos más delicados, os los haré llegar por carta a vos o a Ser Davos

—explicó Robb. Stannis reflexionó por unos segundos.

—Sí, no creo que haya alguien más apropiado para el puesto

que vos, pero parece que planeáis más cosas —dijo el rey.

—Planeo convertir al norte en la principal potencia

industrial de este reino, y necesitaré mucho tiempo libre para eso. También

espero que los dornienses se nieguen a obedecer, porque en verdad necesito ese

puerto. Si no se revelan, me temo que debo exigirlo y que su majestad lo

obtenga para mí —dijo Robb con sinceridad. Él pensaba construirse un

ferrocarril que fuera desde el norte hasta Dorne.

—Dorne le debe al reino, y tenéis méritos suficientes. Pero

no comprendo vuestras intenciones —dijo Stannis—. Vuestras propias costas están

más cerca de Braavos que las dornienses, y no permitiré el comercio de mis

señores con los esclavistas de esos —sentenció.

—Tampoco estaría de acuerdo con eso, porque considero que la

esclavitud es mala para el desarrollo industrial y social. Mi plan es otro.

»Dorne es el acceso al mar del verano, y en unos cinco años,

esa será una de las dos vías marítimas comerciales más importantes del mundo,

porque pronto habrá una ciudad libre por los alrededores, que estará libre de

la esclavitud, y comenzará una revolución en esos, en la que seremos los

mayores beneficiados. La otra será desde Puerto Blanco a Braavos —explicó Robb.

—Mi señor, si no paráis de hacer planes, pronto os ganaréis

otro apodo. Creo que os llamarán el Lobo Araña —dijo Stannis con un humor, que

en él era algo extraño. Robb hizo una mueca—. Además, parece que todos vuestros

planes están dedicados a la economía —dijo Stannis.

—Es que he tenido más tiempo que vos y vuestros señores para

ver el futuro, en parte porque son mis propios inventos lo que llevarán a este

futuro, y en parte porque he tenido todo un año para pensar en ello. En primer

lugar, ¿cómo puede su majestad mantener el secreto de las armas en manos del

reino? ¿Qué medidas tomará? Y en segundo, ¿de qué forma se verán afectados los

caminos del poder al tomar estas decisiones?

»Al pensarlo, he llegado a ciertas conclusiones y esas

conclusiones me llevaron a estas decisiones que estoy tomando, para obtener los

máximos beneficios para mi propio territorio, mientras todos los demás siguen

en la ignorancia, y ninguno de ellos ve mis acciones como algo importante, lo

que los llevará a ignorarme, hasta que ya sea demasiado tarde para que hagan

nada al respecto —dijo Robb—. Por supuesto, su majestad, y los señores acá

presentes, al escuchar todo lo que he dicho, también podrán hacer lo mismo y

tomar sus propias ventajas —explicó, metiéndoles a todos en su conspiración.

Stannis frunció el ceño.

—Las medidas para proteger las armas de fuego y los cañones

—reflexionó Stannis.

—El ejército no podría estar en manos de los señores, porque

las armas desaparecerían, así como los planos. Tampoco podría estar en manos

del rey, porque tendríamos una guerra civil, pues los lores no querrán que el

rey pueda blandir semejante poder contra ellos en cualquier momento —concluyó

Davos. Robb asintió, al igual que Stannis y los demás lores.

Los lores de los Siete Reinos eran sus gobernantes al

servicio del rey. Ellos tenían el poder de los ejércitos en sus manos, y para

quitarles ese poder de forma repentina, solo podría ser mediante la guerra.

Dejar un ejército en manos de un rey también era mala idea, porque un tirano

podría causar un desastre.

—Entonces la respuesta es evidente, una tercera parte debe

encargarse del ejército, y los lores y el rey deben llegar a un acuerdo para

establecer las condiciones en que este puede movilizarse —dijo Roose Bolton,

llegando a la solución antes que todos los demás. Y así se crearía la primera

institución de los Siete Reinos, sus fuerzas armadas. Robb asintió para

indicarles que había llegado a la misma conclusión.

—El comandante del ejército, como lo es en la actualidad,

será el rey; sin embargo, este no podrá disponer de él a voluntad, lo que deja

a este ejército fuera de los caminos del poder. Y lo que sigue al poder militar

es el económico. Eso significa que la tierra, los recursos, la producción y el

desarrollo de tecnologías serán los que definan el poder de un territorio.

»Si no pueden producir ciertas cosas y no tienen nada que

otros territorios quieran para intercambiarlo, tendrán que sufrir pérdidas

significativas para conseguirlo. Por esto, pronto empezarán a caer grandes

casas, y para adelantarse a ello, su majestad debe evitar que estas recurran al

poder político para ejercer una presión injusta sobre aquellos que reclaman sus

deudas, estableciendo leyes de gobierno y administración para los territorios

—explicó Robb.

—Vuestros inventos van a hacer que muramos en el trabajo

—reprendió Stannis.

—Es el precio de la guerra, majestad. Tenía las manos atadas.

Sin embargo, una vez implantadas estas leyes, las guerras civiles cesarán, y el

reino se desarrollará en un largo período de paz —explicó Robb. Stannis no

pareció contento.

—Mi hermano solo tuvo que sentarse y tragar, pero yo moriré

de tanto trabajar —se quejó Stannis.

—Majestad, también tengo una solución a ese problema, pero

deberéis ceder mucho de vuestro poder como rey y crear instituciones como el

ejército, para que se encarguen de la administración del reino.

»Yo les he llamado ministerios, y pueden encargarse de la

economía, educación, social, desarrollo, planificación e incluso justicia

—explicó Robb. Stannis volvió a fruncir el ceño.

—¿Y mi trabajo sería? —preguntó Stannis.

—Cortar cabezas cuando las cosas salgan mal, vigilar, pedir

explicaciones, escuchar propuestas y demás. Os recomiendo que creéis un consejo

de lores para que os ayuden en el aporte de ideas —explicó Robb.

—Eso parece aceptable. ¿Tenéis detalles sobre el

funcionamiento de estas “instituciones” o habéis pensado en algo más? —preguntó

Stannis.

Robb sonrió, y pasaron todo el día creando prototipos de

leyes y estructuras de funcionamiento para sus propuestas, sin más descanso que

sus comidas reglamentarias.

Al siguiente día, Stannis volvió a llamarle, y esta vez tenía

a cinco maestres para tomar notas y hacer documentos. Robb no puso ninguna

excusa y pasó toda una semana ayudando en la creación del nuevo sistema

administrativo del reino.

Así, la primera autoridad sería la ley, luego el rey, después

el consejo privado, y debajo de este, todas las instituciones, que se llamarían

ministerios. Luego, estaría un consejo de nobles que presentaría informes al

rey sobre las necesidades de cada territorio, así como peticiones y proyectos

que podrían beneficiar al reino o a sus territorios.

Este consejo no tendría ninguna autoridad administrativa y

tampoco podría llamar al rey a voluntad, pues solo se les concedería una

audiencia mensual, y su tiempo era limitado, por lo que tendrían que ver cuáles

eran sus proyectos más importantes y ponerse de acuerdo en ello. De no ser así,

y si los gobernantes consideraban que el consejo les ignoraba y desatendía el

beneficio del reino, podían acudir al rey, y si este estaba de acuerdo con

ellos, el consejo de lores podía ser re-echo.

En teoría, este consejo de nobles no tenía autoridad real,

pero de allí saldrían las ideas para el desarrollo y administración del reino,

por lo que era una de las instituciones más importantes.

Una semana pasó, mientras esperaban al resto de los lores y

discutían leyes y enmiendas, y solo después de acabar con todo, Stannis le

llamó a su sala personal, para una conversación privada.

Al llegar, Robb vio a Stannis sentado en un sillón con la

mujer Roja a la izquierda y su Mano, Davos, a su derecha. En frente de él,

estaban las cartas que Robb le había enviado por cuervo.

—Creo que ahora debemos discutir el alcance de la magia que habéis

estado usando —dijo Stannis.

Melisandre, una pelirroja con una figura llamativa y, según una

buena fuente de Robb, sin nada debajo de su vestido de seda, no pareció

sorprendida. Davos, por otro lado, sí mostró sorpresa, lo que llevó a Robb a

suponer que fue Melisandre quien le habló a Stannis sobre su magia.

Robb hizo una reverencia para saludar, reconociendo que era

hora de abordar esta conversación. Como Stannis trajo a su poco confiable

bruja, Robb trajo a su poco confiable Cuervo de Tres Ojos, que ahora descansaba

sobre su hombro. No llevó a Hielo, ya que las armas no podían entrar a las

habitaciones del rey.

—El alcance de mi magia es menor que lo que puede hacer su

sacerdotisa, pero mucho más en cuanto a ver cosas. Aun así, tampoco estoy

indefenso —advirtió Robb, mirando a Melisandre.

—¿Alguien más posee esta magia? ¿O os debo agradecer por

todas las cartas que se estrellaron en mi cara y en la de mi Mano? —preguntó

Stannis, rechinando los dientes. Robb no pudo hacer más que parpadear y

quedarse aturdido.

—¿Qué? —preguntó Robb, pareciendo tan desconcertado como se

sentía.

—¡Brandon Stark! —gritó Robb con ira, al regresar a su

habitación, al cuervo que era su teléfono personal.

Roslin, que había salido a recibirlo, dio un respingo, pero

se dio cuenta de que él no le gritaba a ella, sino al cuervo que estaba sobre

un sillón al lado de la chimenea de la sala, observándolo entrar. La pequeña

plasta estaba allí, pero ni se inmutó por su ira, solo le miró con inocencia,

desde el otro lado, en su habitación de Invernalia, donde comía galletas.

—Solo era una broma, debiste ver cómo rechinaba los dientes

—dijo Bran con diversión. Él simplemente no temía a la muerte.

—¡Bran, se acabó! Estás castigado, y esta vez, no importa

cuántos pucheros hagas, esto es en serio. Agradece que no estoy allí, porque

sino recibirías la primera paliza de tu vida —reprendió Robb enojado, pero Bran

solo suspiró y se encogió de hombros.

—Bueno —dijo Bran con pesar—. Supongo que tendré que ser

bueno a partir de ahora —dijo y miró a Hodor—. Hodor, pasa papel y lápiz, le

escribiré a madre para confesar que Arya y Sansa están con la reina dragón.

También debo contarle sobre Jeyne, la magia, la guerra…

—¡Hodor, no le des el papel! —chilló Robb, pasando de la ira

al nerviosismo y la incredulidad, al ver cómo esta pequeña plasta se atrevía a

chantajearlo, a él, a quien todo el reino se apartaba para dejar pasar. Por

desgracia, Hodor no podía escucharlo, y el papel llegó hasta Bran, que comenzó

a escribir.

 

NA 1: Hola a todos, este es el capítulo más corto hasta

ahora, pero lo que viene es más política, y no quiero hartarles, por lo que

seguiremos con los cambios en Desembarco del Rey y la llegada del Valle, el

Dominio y Dorne en el siguiente capítulo. He incluido una pequeña explicación

del apodo «Lobo de Invierno» del MC y la razón que como autor he tenido para

ello. Esto es para los que se pregunten de dónde lo saqué. Pensé que le

quedaría bien debido a esa mitad amargada y vieja que ahora es parte de Robb Stark.

NA 2: Casi un año ha pasado desde que Robb renació, y ahora

su conocimiento ya tiene una base estructural que puede ser usada a nivel

estatal, sin correr el riesgo de que caiga en manos equivocadas. Lo siento por

los que querían ver cañones en la guerra por el Trono de Hierro, pero si hay

algo que no me gusta, son los self-inserts, donde el MC hace cañones, y luego

todos tienen cañones, y estas armas en vez de ayudar, solo complican la

existencia del MC, hasta tal punto que sin ellas habría sido mil veces más

fácil lograr sus objetivos. Lo considero una dificultad artificial.

Robb ya tiene suficientes ventajas con la magia de Bran y la

suya propia. Como pudieron ver hasta ahora, en ningún momento la situación se

salió de sus manos. Ahora, que es cuando realmente puede sacar grandes

ganancias de sus conocimientos, es cuando los utilizará. Veremos más de esto en

capítulos posteriores.

NA 3: Por supuesto, Bran ya sabe demasiados secretos sobre

Robb para que este pueda meterlo en cintura. Bran ya no es un niño al que

puedan gritarle fuerte y asustar; ha pasado todo un año mirando a las

serpientes más rastreras y traicioneras del reino, y ha aprendido de mala

manera a salirse con la suya. Y con Robb no tiene que esforzarse porque conoce

todos sus puntos flacos.