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Capítulo 7 – Ziru, la pequeña maga

Era de noche, en una aldea con casas circulares de barro y cubiertas de paja. En la puerta de la más lejana, un hombre encapuchado dejó una cesta.

Pasada unas horas, un bebé lloró y una mujer treintañera salió.

Su pelo despeinado era negro y corto; sus ojos castaños disimulaban su pequeña nariz; vestía sucia, con una camiseta holgada de hombre con cordones, unos pantalones de lino y botas.

Miró a los alrededores y decidió meterlo. El interior era poco amoblado: vivía sola en la pobreza.

El bebé tenía el pelo y los ojos negros. Lo recogió en brazos para calmarlo y éste se puso feliz agarrando uno de sus mechones.

En la cesta encontró una nota:

«También es una maga, cuídala, por favor»

Enseguida se acercó a una de sus ventanas y miró los alrededores asustada. Se sorprendió que supiera su secreto, pues todos sus camaradas murieron.

Después de mucho pensarlo, decidió acogerla, molesta por la falta de responsabilidad de los padres.

En unos días, sin enseñarle nada, hizo flotar una tortuga de peluche de la estantería; cuentos de lomo duro como "El mentiroso y el lobo" de cien páginas no los podía levantar.

Se dio cuenta de su potencial y decidió esconderla del resto; eran tratados como enemigos de la humanidad, su existencia significaba la extinción de los mismos.

—No te muevas de aquí, voy a trabajar, ¿vale? —Se sentía estúpida conversando con un bebé.

Trabajaba en el campo por las mañanas y terminaba a la tarde. Al volver encontró su casa hecha un desastre, con utensilios flotando por el aire y la niña feliz.

Arregló el desastre con magia y decidió dormirla antes del trabajo para que no llamase la atención.

En tan solo medio año, la niña aparentaba tener cinco años. Hablaba y leía a la vez que usaba sus poderes para mover al peluche.

Sorprendida por su crecimiento, decidió llamarla Ziru.

Encariñándose ambas como madre e hija, la maga le enseñó diferentes magias; también salían al bosque para jugar y buscar alimentos. Comenzaron a dormir juntas y le contó anécdotas.

Le repitió que jamás mostrase sus poderes al resto, ya que le pasaría cosas horribles.

Después de un año, aparentaba tener nueve; le aparecieron manchas violetas por su pelo.

La maga no tenía ni idea de qué le sucedía. Preocupada, le prohibió mostrarse frente a las personas.

Ziru, de a poco, ayudó en las tareas de casa: fregar platos, hacer la colada, barrer…

—Voy al trabajo. Te he dejado nuevos libros en la mesa, puede que te interesen, Ziru —mencionó contenta como si se tratara de su propia hija.

—¡Gracias, mamá! ¡Ve con cuidado! —Se despidió con la mano, era una niña alegre y con energía; nunca salía sola y estaba apegada a los libros.

A los tres años de vida, aparentaba tener diez; las manchas no cambiaron ni aumentaron.

Aprendió a saciarse y limpiar su cuerpo de impurezas con magia, algo que la maga no lograba; pero comía normal, pues ésta no tenía sabor.

Un día, la maga cepillaba el pelo de Ziru frente al espejo.

—Espero ser pronto una adulta…

—¿Por qué dices eso? Ser una niña tiene sus ventajas.

—También quiero a alguien que me ame de verdad y que no me tome por una niña: un príncipe como en los cuentos. —La maga carcajeó—. ¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó avergonzada.

—Lo siento, lo siento; es sólo que, eres tan mona. Seguro que algún día lo encontrarás. —La abrazó por la espalda con calidez.

—Tampoco me importaría estar siempre junto a ti —comentó frotando su mejilla contra la de ella.

Esta vez fue la maga quien se avergonzó, y se puso triste, pues no era su verdadera madre.

Tras unos meses, se lo confesó:

—Ziru. ¿Tienes un momento?

—¿Qué pasa?

Tenía miedo de que la odiara, e intentó decírselo de la forma más calmada.

—Llevo tiempo queriendo decírtelo… En realidad eres huérfana, no soy tu verdadera madre…

—Ya lo sabía —dijo tranquila con un libro entre sus manos.

—¿¡Eh!? ¿Cómo?

—Al mirarte, como si usara magia, ¿lo presentía? Aunque no lo seas, te amo como si fueras la verdadera.

Se vio sorprendida, nunca escuchó de tal magia incluso de los mejores. Pero ante todo, se alegró de que la aceptara como su madre.

—Yo también te amo, pase lo que pase siempre estaré contigo. —Ambas, sonrientes, se abrazaron.

Los recuerdos se distorsionaron como si una parte fueran borrados o modificados.

Ziru seguía aparentando diez años, pero su pelo y ojos eran violetas.

Estaba paralizada; su cara, que albergaba vida, no tenía expresión y sus ojos perdieron brillo.

La habitación, e incluso ella, estaba polvorienta y con telarañas.

Sentada, sujetaba la mano de la maga que yacía esquelética en la cama.

Sin hacer nada, la magia le saciaba.

Tras varios años, como si de una muñeca tratase, se adentró al bosque y deambuló. Después de un día entero caminando, se tiró al suelo.

No moría ni envejecía, la magia la protegía; si pasaba hambre, la saciaba; si se hacía una herida, se curaba; si algo se acercaba, lo alejaba. Era lo más cercano a una diosa.

Se quedó siglos dormida, esperando perecer. Estar tumbada era lo único que la acomodaba. Estuvo tanto tiempo quieta, que no tenía ni la fuerza mental para levantarse. Sólo cerraba los ojos.

Hasta que un día nevó y fue enterrada, no era la primera vez; seguía durmiendo y, por alguna razón su cuerpo al fin olvidó la magia.

Recuperé mis sentidos y existencia; la luz de la ventana revelaba el ocaso.

Incluso viendo su pasado no entendí qué le pasó. Se alejaba de todo, no le gustaba sufrir; un paso en falso y hubiera sido torturada un sin fin de veces.

—¿Por qué os dormisteis? —preguntó Nugu sentada en la silla.

—No estoy seguro.

—…Abrazando es como lo activas —aclaró despertando.

—¿Igual que Nugu?

—…No, ella debe abrazar algo suave e inanimado. En tu caso creo que debe tener un alma.

—¿Y por qué nos hemos dormido? ¿Mi poder es la dormición instantánea?

—…Jajaja, sería el mejor. Creo que la diosa te otorgó ese poder, pero se activa una vez por alma.

—¿Ver el pasado de los demás?

—¿¡E-Eh!? ¿¡También viste el mío!? —reveló Nugu sorprendida.

—¿También?

—…La contraparte ve el tuyo.

—¿Entonces lo habéis visto?… Comparado al vuestro no tiene nada de especial. Pero es extraño, a Nugu no le abracé, e incluso le dio tiempo para llamar a Mugon.

—S-Sí, lo vi, lo siento… También caí dormida cuando llegó.

—No pasa nada, no es que lo esté ocultando.

—…Creo que la abrazaste apenas fuiste dios. En ese momento tu alma aún lo asimilaba. Por ello te sentiste mareado y quedaste inconsciente. Nugu la llamó y, al completarse, se activó; luego, Mugon la puso junto a ti.

—¿Cómo puedes saber eso?

—…Porque soy una híbrida de un ser elemental y un mago.

—¿Ser elemental?

—…Cuando vivía nunca me percaté, me dijeron que fue Yuta quien lo supo. Son criaturas perpetuas de un plano diferente, viajan a través de la magia y, con sus ojos, son expertos presintiendo lo que les rodea; aunque yo no soy tan experta.

Era algo como tener la sensación, era extraño para alguien normal.

—¿Cuándo me dejarás de abrazar? ¿Y qué necesidad había de estar en la cama?

—…Jajaja, tampoco te importaría estar así, ¿cierto? Y ninguna, thé. —Volvió a golpearse.

—No lo negaré. ¿Pero está bien que te quedes? Está oscureciendo —excusé para que me soltara.

Me abrazó con más fuerza, Nugu estaba nerviosa.

—…Ah~… Me siento cansada. ¿Me ayudarías a volver a mi tortuga? —excusó como si fuera una niña débil.

—Con esa fuerza nadie pensaría eso… —Me levanté y la cogí en brazos.

—…No está mal esto de vez en cuando, jaja.

Aun con esa personalidad extrovertida, su cara expresaba lo mismo que un cadáver.

En su pasado quería que alguien la amara, pero nunca creció y cualquiera la trataría como una niña; Nugu sería un caso parecido. Tratados como niños por milenios sin ser amadas, ¿hasta qué punto era correcto tratarlos así?

—…Oye… ¿No estás ocultando algo? —preguntó con un tono extraño.

La miré a la cara, tenía los ojos abiertos de par en par, daba escalofríos.

—No, que yo sepa. ¿Qué debería ocultar? —La dejé en su tortuga y acaricié la cabeza de Nugu.

—La forma en que mueves la tortuga, ¿es por la magia o por los poderes de los dioses?

—…Es por magia; sin importar que ahora sea una diosa, sigo siendo una maga elemental.

—¿Te vas ya? —preguntó preocupada.

—…Sí, lo siento, la próxima vez juguemos todos. Debería despertarla antes de que… ya sabes: Está viva o no lo está, esa es la cuestión.

—Espera —la detuvo, cogió un conjunto de ropa ligera y lo dejó sobre ella—, el repuesto.

—…Es mi turno de ser mamá, thé. —Se golpeó y sacó la lengua—. Gracias, Nugu, nos vemos.

Al fin se marchó dejándonos a solas:

—¿A qué se refería?

—Vive con Mimi, una chica… algo suicida: siempre se encierra durante horas en sitios estrechos como los barriles o cofres. Y bueno…, alguna vez ha muerto asfixiada por esa manía… —explicó preocupada.

—Tiene que ser duro para A ocuparse de ella.

—Ya está acostumbrada. Pero no pienses mal, Mimi es una buena chica, es sólo que no lo puede controlar…