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Capítulo 24 – Teatro del osito coronado que perdió el alma

Nugu se encontraba en medio de un festival con una pegatina de la cara de un lindo erizo en su mejilla; vestía un conjunto chocolate de una pieza con manchas blancas a la par de unos tirantes.

—¡Nugi! —gritaba Ramia abalanzándose para atraparla entre sus brazos.

—¡No te acerques tanto a mí, aléjate! —exclamó asustada.

—¡Es tu culpa por ser demasiado linda! Ah…, ¡qué bien hueles! ¡Déjame sacarte una foto! —expuso olfateando su pelo bien arreglado. 

Vestía, de nuevo, un conjunto extraño con sudadera de una capucha felina.

—Quiera o no me la harás, ¿verdad? —le recordó cansada.

Detrás de ellas se acercaba A que, como siempre, montaba esa tortuga de metro y medio:

—…Lo siento, había fila en la entrada y bueno… ¿Dónde están los demás?

Ambas también tenían una pegatina: Ramia un gato y A una tortuga; la ropa de A combinaba con el de Nugu. 

Consiguió separarse de Ramia de un pequeño empujón y le cogió la mano:

—¡Ya están dentro guardando asiento, vamos!

Ramia estaba paralizada por su ternura, pues le sujetaba la mano por voluntad propia.

Entraron por un camino de gravilla arbolado y acabaron en unas gradas donde cabían 200 personas.

Un río separaba los espectadores del escenario, había grandes fondos de cartón y focos que apuntaban al centro en lateral.

Avistó la cola de Tira que se iluminó en la altura haciendo de faro y se acercaron.

—Qué rápido, no ha pasado ni un minuto —confirmó Tira.

Nugu se sentó a su lado, seguido de Ramia. A avanzó hasta Mugon y yo que nos sujetábamos la mano.

Yo vestía parecido a Mugon: una chaqueta de capucha fina y negra con un par de líneas naranjas dibujadas en cada abertura, y el interior naranja; tejanos y botas negras.

Tira utilizaba la ropa habitual de Nugu.

—…¡Fiu, Fiu! ¿Qué hace la parejita? Hacedme hueco.

—¿Hueco? Nuestro amor es irrompible, nadie nos separará. —Mostré nuestra mano. 

La tortuga declinó y A cayó reposada en las piernas de ambos:

—…Entonces interferiré en este espacio.

Miré a Mugon que afirmó con la cabeza junto a una sonrisa.

—Si mi reina lo permite, ponte a gusto.

—Buah, qué cursi, creo que vomitaré encima de tu ropa.

—¿Acaso se puede vomitar? —Mugon afirmó con la cabeza—. ¡A! ¡Ni se te ocurra! ¡Eh! ¿¡Por qué siento el pantalón mojado!?

—…Es broma, calma, no te muevas tanto. —Tranquilizándome, soltó babas. 

Mugon, riendo, ocultó la boca.

—¿Por qué seguimos de la mano? —mencionó con repudio Nugu a Ramia. La soltó con asco y malagana; pero Ramia aún la sujetaba.

—Ah… Cuando pones esa cara… Eres tan linda. —Frotaba la mejilla contra la de ella a pesar de que oponía resistencia.

Las luces se apagaron, el público calló y contempló la aparición de un osito de peluche flotando en medio del escenario que dio por sentado el comienzo del espectáculo. No tenía disfraz y las piedras de sus ojos eran de un azulado abisal.

Este osito, antes de empezar el teatro, habló con gracia:

—Esta obra es inventada, creada para entretener y divertir. Cualquier parecido con la diosa tiene como objetivo comprender mejor el cuento.

Una voz agradable de mujer sonó por el escenario, era la narradora de la historia.

—La nada creó a Dios y éste creó la nada, ambos no sabían de su existencia. Era un ser inconsciente y omnipotente. No tenía familia, ni siquiera existía tal concepto. No sentía ni frío ni calor; ni hambre ni sed; ni soledad ni amparo; era, sin lugar a duda, insensible.

El osito que representaba a Dios continuaba quieto, propuesto a seguir los movimientos del diálogo.

—Después de milenios sin que sucediera nada, Dios se volteó contemplando el vacío. «Vaya, no hay nada»; ni siquiera era curioso.

El peluchito giró en el aire a un ritmo lento.

—En algún momento de la línea histórica: entre sus grietas, Dios creó a un ser consciente.

Los focos apuntaron al nuevo osito de vendas doradas, pero ambos se mantenían cerca de la luz.

—Sabía que delante estaba su creador, alguien peligroso que podía borrar su existencia inconscientemente. No lo aceptaría.

La iluminación atenuó y parpadeó como si fuera a suceder algo malo.

—Sin dudarlo, lo separó del tiempo.

El osito de la diosa miró al otro y creó un cubo naranja encerrándolo.

—Ante la repentina soledad, generó todo tipo de cosas. Pero en un momento se detuvo. Ya tenía el espacio perfecto.

Sobre el escenario se colocaron estrellas y planetas.

—Entonces creó alguien a su semejanza, no importaba si la primera salía defectuosa. Planeó que fueran inferiores, incapaces de borrar la existencia de su creador. Creó a los humanos en varios universos y decidió observar su comportamiento.

Los planetas no tardaron en iluminarse y poblarse, en tener satélites y cosas producidas por ellos.

De vuelta, el foco que iluminaba a la diosa parpadeó, pero enseguida se arregló.

—Al comprobar los resultados, inventó nuevas razas, esta vez diferente a su semejanza. Satisfecho con el resultado, decidió extinguir a los humanos.

La luz cambió a uno rojo.

—Creó tantas cosas que, estaba fuera de su alcance. Ante la multiplicación y la dificultad de extinguirlos uno a uno, pensó un método efectivo.

En el escenario entraron siete ositos más, cada uno con colores de ojos diferentes.

—«Seréis los encargados de erradicar a los humanos», exclamó y entregó a cada uno un trozo minúsculo de su poder.

—«¿Por qué eliminarlos?», preguntó uno de ellos.

La luz parpadeó y la diosa dirigió la mano a él, éste desapareció delante del resto.

—«Soy superior a vosotros. ¿Qué hacéis dudando de mí?». Ante la desaparición de su compañero, acataron sus órdenes, algunos dudaron de su creador a medida que avanzaba el tiempo.

Los peluches se esparcieron por varios universos; uno cubrió el planeta con oscuras nubes; otro provocó erupciones volcánicas; otro lo congeló; otro lo inundó; otro lo troceó.

—Al finalizar, la diosa los reunió. «Buen trabajo, cumpliré vuestros deseos como recompensa. ¿Qué queréis?».

—«Una flor», murmuró uno; «Quiero tener el placer de que seas la primera en probar mi bebida», ofreció otro; «Quiero sentir cosas», pidió otro. De uno a uno realizó sus deseos, bebió la copa que le ofreció, mas no sabía que estaba envenenada. No podía pensar con claridad, la heroína se acercó y se la comió robando su poder, e intentó crear de nuevo a los humanos. Las demás razas y los humanos idolatrarían a su nuevo dios.

Las luces se apagaron y se encendió el de las gradas; el público, aplaudiendo, discutían la obra.

—La de este año ha sido extraña pero interesante. ¿No creéis? —preguntó Nugu emocionada.

—Cuando dijisteis teatro, lo imaginaba más infantil —confesé sin soltarle la mano en toda la obra; ella, con la otra, escribió una anécdota:

«Pensé lo mismo la primera vez. Recuerdo cuando Nugu se agarró a mi hombro por la oscuridad»

—¡Pensaba que nos asustarían! ¿¡Qué necesidad había de apagarlas!? —excusaba avergonzada; Mugon sólo reía.

—…Eh… ¿Ha terminado? —interrumpió A con una voz de recién levantada. 

Con el dorso de la mano golpeé con suavidad su cara.

—¡No te duermas! ¡Ni siquiera fue larga!

Tira como siempre ocultó su risa para continuar:

—Fue más intenso, la última vez no había tantos personajes y fue más larga.

—¿Ya ha terminado? Sólo miraba la reacción de Nugi —reveló Ramia tras volver en sí.

—¡Oye! ¿¡Tú también!? —pregunté estresado como si hubieran venido para nada.

—¡No me mires así, vosotros no parabais con el contacto físico!

—Lo haces sonar como si fuéramos degenerados solo por estar agarrados de la mano…

—¡Por supuesto es raro! ¡Todavía no sois pareja, me extraña que Mugon esté tranquila! ¿A ti no te preocupa? —preguntó a Mugon—. Fuera yo y te hubiera golpeado hasta que reencarnases en un universo perdido. ¡Y, por si fuera poco, fue una declaración en la cama! ¿¡Existe declaración más rastrera!?

Empatizando con lo que intentaba decir, las demás asistieron de acuerdo.

—¡Mira, otra vez rebajándome! ¡No le hice nada!

«Aunque sea de prueba, podría morir de felicidad», aclaró; era la más feliz del grupo.

—Es mejor esto y asegurarme de que puede amarme siempre. —Quedaron observándome como si hubiera dicho algo extraño—. ¿He dicho algo raro?

Mugon apretó mi mano y renegó con la cabeza, las demás pensaban que era un cursi.

Marchando del lugar, Ramia se acercó a Mugon y le entregó una botellita con un líquido verdoso.

—Como agradecimiento por lo de hoy, supongo que sabes usarlo.

Mugon, nerviosa a la vez que avergonzada, lo aceptó con gusto y enseguida se lo guardó.

—Os estoy viendo. ¿Ahora intentáis drogarme? —susurré para que no nos escucharan.

—Claro que no, os prometo que será agradable. —Guiñó el ojo. 

Aún no avanzó suficiente la relación como para aceptarlo.

Una adolescente de piel morena se acercó e intentó llamar mi atención.

Su pelo era estilo french bob; vestía un traje elegante de mayordomo de un único botón en la parte inferior; debajo, una camisa granate; usaba unos elegantes guantes ajustados y cortos; y calzaba bambas negras. 

La ropa, escasos pechos y su rasgo facial hacían dudar sobre su género:

—Oye, joven. —Pensando que llamaba a otro, la ignoré; me siguió, intentando agarrarme de la muñeca—. ¿No me escuchas, joven?

Disgustado de que alguien aparte de Mugon me tocase, evité el contacto físico apartando el brazo; además de no querer ver más el pasado de alguien para no sufrir de forma innecesaria.

—¿Qué sucede?

—¿Qué te ha parecido la obra?

—No me interesa, he venido por obligación.

—¿Te pareció original? —insistió para escuchar mi impresión.

—No soy el indicado si quieres una opinión detallada, me pareció surrealista; para empezar, no existen los dioses. —La joven de ojos anaranjados quedó inaudita. Las demás rieron ante mi declaración—. Vuestras risas me hieren…

Ramia se acercó y me dio palmadas en la espalda:

—Claro, claro, los dioses no existen. —Tanto Tira como Ramia no aguantaron la risa.

—Gracias por tu colaboración, joven. Tu opinión será de utilidad para el futuro. —A pesar de sus palabras de agradecimiento, a duras penas aguantaba su risa.

«¿Peroth, eres tú?»

—¿Mugon? —Ambas estaban sorprendidas por su encuentro.

«¿¡Qué le ha pasado a tu pelo!?»

—Es una larga historia. ¿Qué tal estás? Por lo que veo eres feliz.

«Por supuesto, él es aquella persona»

—¿Eh? ¿Era él? Sin duda, a veces el destino es incierto…

«¿A qué te refieres?»

—Para estar tan contenta, debe ser una persona maravillosa, me alegro por ti. Si no os importa, me retiraré; disfrutad del festival.

«¡Gracias, igualmente! ¡Nos vemos! <3»< p>

—¡Espera! Gracias por sacar a Mugon de ahí. Aunque suene raro… —agradecí de corazón a su diosa.

La joven asintió sonriente y se dirigió a una mujer de pelo rubio que tapaba sus ojos. Peroth le contó lo sucedido y ambas se rieron.

Durante un rato, nos pusimos a pasear por el lugar probando dulces.

«Este es mi favorito, son barras de azúcar. ¿Quieres probarlo?», ofreció una desde la bolsita semitransparente.

Lo acepté con gusto, era como un palo de levadura con mucha azúcar dentro, la necesaria como para no causar diabetes.

«¿Qué tal están?». Observándome, esbozó una sonrisa.

Desvié la mirada avergonzado y lo admití:

—Creo que nunca comí algo tan bueno…

«Te puedo preparar en casa. Son fáciles de hacer <3»< p>

—No hace falta, no quiero serte una molestia.

«No lo eres en lo absoluto, te haré todos los que quieras»

La abracé y le agradecí:

—Si no os importa, necesito ir a un lugar; no tardaré mucho, continuad sin mí.

—Más comida para nosotras, ¡corred! —A Nugu no le paraba de brillar los ojos, se zampaba lo que compraba en un santiamén.