—¿Papito? —Pequeño Yun estaba parado en la esquina del oscuro dormitorio, sujetándose las manos más cerca de su pecho. Sus ojos estaban fijos en la espalda del hombre, que estaba sentado en la silla frente al escritorio—. Papito, me estás asustando. ¿Por qué no dejas entrar a Mamá?
Silencio.
Pequeño Yun frunció el ceño, ya que su padre había estado así. Desde aquella pelea con Sebastián, las cosas en su casa habían sido demasiado extrañas para él. Pequeño Yun no podía entender por qué su padre estaba cambiando para peor, lastimando a su madre e incluso maldiciéndolo en voz alta.
Había veces que intervenía, y los resultados instauraban un profundo miedo en su joven corazón. Si no fuera por su madre, Pequeño Yun también recibiría golpes, igual que ella. Pero su madre lo había protegido de la furia de su padre.
Hoy era diferente, sin embargo.
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