Hera nunca entendió los comentarios de su madre en aquel entonces. Incluso cuando creció, no tuvo una comprensión más profunda de lo que Felice quiso decir sobre sus pensamientos al traer a Hera a la vida. Pero en el segundo en que escuchó el llanto estridente del bebé resonar en la sala de partos por primera vez, su mente se sintió más clara que nunca.
—Ahh... —A medida que su cuerpo se tranquilizaba, parpadeó fatigada—. Eso es lo que quiso decir con eso.
Cielo usó cada gramo de energía que le quedaba para mover su cabeza. Sus ojos cansados escanearon el entorno, solo para observar a un doctor sosteniendo a un bebé envuelto a su lado. El médico colocó al niño sobre el pecho de Cielo. La visión de Cielo era borrosa, pero al ver a su hijo de cerca, este extraño y abrumador amor de repente estalló en su corazón.
—Ahí estás —susurró Cielo con voz temblorosa, abrazando a su hijo por primera vez—. Shh... Está bien. Mami está aquí.
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