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06: La directora Atenea

Un tenso silencio se adueñó de la escena.

Nico no encontró en sí mismos palabras que decir, y Renaud estaba demasiado ocupado tosiendo y agarrándose su cuello como para aportar algo. Eso dejaba a las protagonistas de la escena, que se miraban mutuamente en silencio.

Helel era tan seria como siempre y exudaba su típica aura majestuosa, balanceándose como si tuviera la absoluta certeza de ser la reina del lugar. Era un tipo de dignidad que le daba una impresión grandilocuente, haciéndola lucir como si tuviera el control de todo.

La directora, sin embargo, era una existencia en otra liga en la mente de Nico.

Su apariencia era digna de pinturas. Ella era de un metro ochenta, levantándose como portadora de una estatua imponente incluso ante los hombres. No estaba excesivamente arreglada; algunos dirían que incluso estaba vestida de manera masculina, un traje de dos piezas de color negro dándole un aire algo severo. Pero nadie diría que ella era poco femenina. Por el contrario, su figura trabajada era lo suficientemente curvilínea como para que el traje careciese de importancia. Su rostro era majestuoso, su pelo rubio de rizos tranzados que caía como cascada en sus hombros pareciendo de oro, y en su mirada de color gris había un brillo extremadamente intimidante.

Ella no estaba haciendo una expresión específica, luciendo incluso más indiferente que Helel, pero su sola presencia era opresiva, como la de un comandate militar lleno de honores. Cualquier persona temblaría ante ella.

Pero Helel era Helel.

—Quita tu mano de la mía, o podrías perderla —dijo con una tenue sonrisa de desdén.

—No hay fuerza para respaldar esas palabras —dijo la directora con calma. Soltó la mano de Helel que agarraba, pero fue notoriamente visible que la amenaza de Helel no le afectó para nada.

Por un segundo, Helel frunció el ceño ante esas palabras. Sin embargo, pareció incapaz de responder algo en específico.

La directora tampoco le prestó atención.

—Renaud Neverday, ¿te encuentras bien? —Miró al Renaud tirado en el piso con su expresión todavía dura y severa como una piedra.

Todavía tosiendo, fue claro para todos los presentes el momento que Renaud se puso rígido. La vergüenza fue visible en su rostro, antes de que rápidamente tratara de ocultarlo con una expresión noble.

—No se preocupe, lady Atenea. Solo fui tomado fuera de balance por ese tipo de ataque.

La directora asintió, nada parecido al desdén o a la empatía en su mirada. Fue como mirar a una estatua, una extremadamente bien hecha.

—Subestimaste a tu oponente —señaló—. Elegiste una batalla desconociendo la carta de tu rival y creyendo que la tuya no tendría traspié. Cometiste un error, y el precio de ese error será tu posición.

La expresión de Renaud se volvió extremadamente forzada ante esas palabras. Nico vio cómo su mirada se dirigía hacia él y apretaba los puños, y encontró obvio el hecho de que intercambiar su posición con él era algo que Renaud encontraba mucho más doloroso que el intento de ahorcamiento de Helel.

—Retirate y reflexiona.

Ante las palabras de la directora, Renaud le dio una mirada llena de ira y humillación tanto como a él como a Helel.

—Esto no se quedará así —prometió. Y entonces desapareció sumergiéndose en su sombra.

La directora se volvió entonces hacia él y Helel.

—A mi oficina

No fue una sugerencia; tampoco fue una orden. Fue una declaración. Nico parpadeó, y se encontró de repente sentado en una silla, con Helel también sentado en una a su lado y la directora enfrente de él sentada detrás de su escritorio. Fue algo tan instantáneo y con la única sensación de una especie de extraño brinco delatando algo, que para Nico fue más como ser movido a una velocidad indetectable que ser tele trasportado.

—Hmn, fue un buen truco —Los labios de Helel se alzaron con un ligero reconocimiento.

La directora ignoró sus palabras. Nico se enderezó forzadamente al notar que su mirada estaba de repente puesta sobre él.

—Nico Evernight, parece que las Moiras te han puesto en una difícil encrucijada —comentó, su rostro un poco más suave—. Shahar la Despiadada es alguien con una personalidad terrible incluso comparada con los peores de mi panteón. Es lamentable que uno de mis estudiantes haya caído en sus garras, sobre todo uno de un linaje tan especial.

Sin detener su monologo, ella puso su mirada sobre Helel.

—Con eso en mente, ¿dime por que no debería destruirte sin miramientos?

—¡Diosa idiota! ¡¿Has olvidado con quien ha…?!

PUF.

Nico parpadeó, incrédulo, viendo como Helel dejaba de estar sentada a su lado para ser remplazada por una lagartija, la cual gesticulaba y parecía hacer mímicas llenas de ira.

—La que parece haber olvidado con quien habla eres tú, Emperatriz del Inframundo —La directora habló con un tono más helado que el Polo Norte—. Ante mí, ya no se para Shahar la Despiadada, contra quien mi padre, mis tíos, mis hermanos y yo pudiéramos haber hecho nada incluso si peleábamos al mismo tiempo. Los tiempos han cambiado y esta forma es más acorde con tu posición actual: una mera lagartija que podría aplastar sin siquiera darme cuenta.

La lagartija Helel dejó de hacer mímicas enojadas ante esas palabras.

—Veo que lo comprendes —Una pequeña sonrisa se posó en las labios de la directora, y fue una tan inhumana que Nico sintió que su piel se erizaba—. Te devolveré tu forma para que argumentes, pero recuerda tu lugar. O puede que no me encuentre tan caritativa como para que una transformación sea tu único castigo.

La directora luego hizo una mímica con su mano, y con otro «PUF» la lagartija Helel volvió a ser la Helel de siempre, solo que ahora parecía mucho más callada y contemplativa de lo normal. La directora entonces de manerae imponente le dijo:

—Ahora, argumenta por tu vida.

Con el rostro frio y carente de emociones, Helel respondió:

—Matame y el caos se desatará. Ayudarme es la única forma que tú y tu gente tienen para mantener el estatus que tanto quieren.

—Prosigue —ordenó la directora.

—Por mí es la única razón que mi raza no ha hecho estragos en tu mundo —continuó Helel—. Por tanto, si me matas, ya no habrá nada que los detenga. Tu pequeño mundo de juegos caerá y todo lo que tú y el resto de los dioses han construido se irá para siempre.

La directora pareció pensar sus palabras.

—Haces un buen punto, pero… —Ella miró a Helel mostrando por primera vez una emoción reconocible: el desdén—. ¿Qué valor puede tener tu palabra? Soy Atenea, la diosa de la sabiduría; me llaman la Diosa de Ojos Brillantes porque nada escapa de mi mirada. Soy consciente de cada uno de los momentos en los que tu gente obró para destruir nuestra paz; incluso ahora, veo con facilidad a aquellos que van tras de ti. No soy una tonta que creerá que lo digas se mantendrá.

Helel pareció que se había tragado un limón ante esas palabras.

—Si aceptas ayudarme, juraré por mi nombre evitar que mi gente actué.

—Tengo una mejor idea —La directora sonrió, sonrió de una forma francamente escalofriante, como una serpiente que serpenteaba alrededor de su víctima o un ave rapaz que perseguía a una presa cansada—: permitiremos tu estancia en esta ciudad si prometes someterte a ti y luego al resto de tu gente ante el pacto.

—Eso…

—Es la mejor oferta que te daré —La directora no le dió tiempo a contestar, antes de mirar a Nico brevemente, sus ojos grises destellando—. Además, esta oferta te será dada mientras cuides a este chico. Es decir, que si su vida se apaga, automáticamente este trato se cancelará. ¿Aceptas entonces?

Con su ojos destellando en lo que parecía ser furia contenida, Helel asintió.

—Yo, Helel Benshahar, Emperatriz del Inframundo, hija de Satanás y Lilith, acepto.

—Entonces yo, Atenea, la diosa olímpica de la sabiduría, hija de Zeus y Metis, juramento tu palabras ante las leyes antiguas de Temis —Un rayo resonó a lo lejos—. Que de incumplir este pacto, todo el poder de los dioses caiga sobre ti.

Luego de decir eso, Nico observó como la directora desviaba su mirada de Helel hacia él.

—Ahora, Evernight, tú y yo tenemos que hablar. Retirate, Benshahar.

Helel no tuvo tiempo de decir nada, porque la directora hizo un gesto despectivo con su mano en su dirección, y entonces simplemente dejó de estar ahí.

La directora cabeceó con aprobación ante eso.

—Bien

Nico se removió incomodo en su asiento. Había tratado de minimizar su presencia ante a directora, con la esperanza de que se olvidara de su existencia. Pero no había funcionado. Aunque nunca se había encontrado con ella, parecía extremadamente consciencia acerca de su persona, aunque no podía entender el porqué. «¿Qué importancia podría representar para la academia o los olímpicos un Inutilnico?», se dijo con amargura.

—Te has puesto en una encrucijada difícil, Nico Evernight —exclamó la directora—. Tu familia se preocuparía si se enterara de la situación en la que te encuentras.

Aunque trató de evitarlo, Nico frunció el ceño por un segundo ante esas palabras, y la directora no dejó pasar su reacción.

—Sin embargo, no está en mi deber informales algo que no quieras. Pero se consciente de que va contra mi deber ocultarles información. En el momento en que vengan a preguntar, lo sabrán todo.

—¿Por qué me dice esto? —no pudo evitar preguntar Nico.

—En el material de esta academia se encuentra hablar de figuras como yo, así que ya deberías saber sobre mí —La directora cerró los ojos un momento, pareciendo reflexionar—. Yo era la consejera de mi padre, el gran Zeus, en las guerras que hubo antes de que se realizara el Pacto. Me llamaron diosa de la sabiduría, pero es un título pequeño para un papel grande. Yo soy una mente maestra que existe para la batalla, sea con la guerra o la paz.

—Eso sigue sin responder mi pregunta, mi lady —señaló Nico con una sonrisa forzada.

—Reconozco a los héroes cuando los veo, por eso dirijo esta Academia —La directora lo miró de arriba a abajo—. Estoy aquí desde hace siglos, no eres el primero de tu familia al que veo. Encontrarás que tu abuelo, tu padre, tu tío y tu madre pasaron por mi mano. Y también tu hermano y tu hermana son héroes brillantes.

—Y entonces estoy yo —Nico le dio otra sonrisa forzada—. ¿Este en el momento en donde habla de mí poder oculto, mi lady?

—No, este es el momento en que señalo tu repetida estupidez —respondió la directora, haciendo que Nico sintiera como si le cayera un balde de agua fría—. No tienes talento para la magia y tu cuerpo por más que lo entrenes jamás superara cierto nivel sin ayuda. Junta eso con que los dones de tu raza siguen sin brillar, y probablemente seas el primer Evernight con tan poco talento que he visto en mi vida.

—Y-ya veo… —Nico apretó sus puños, tratando de evitar reaccionar terriblemente ante esas palabras

—Pero podrías decir que es algo bueno —La cara de Nico se llenó de asombre ante esas palabras de la directora—. Hace mucho tiempo, la humanidad era endeble, pero su debilidad les permitía hacer cosas increíbles. Dime, ¿qué tiene un héroe si le quitas cosas como poder, inteligencia o posición social?

—¿Una persona normal?

La directora negó con una sonrisa

—No, le queda su voluntad. Y la voluntad es algo que tienes en demasiá.

»Es solo que a veces, la voluntad y la desesperación se convierten en estupidez, una que te permite caer en trampas mortales como las de Shahar.

—¿A qué se refiere?

—No hay nada que se esconda de mis ojos. Tu brazo izquierdo resuena con energía femenina, una en la que puedo ver la marca que te une con Shahar

—E-eso… ¿P-podría ayudarme a deshacerme de ella?

—Lamentablemente no. Lo que te une con Shahar no es simple magia, como podrías pensar. Es un truco repulsivo que muchos demonios suelen utilizar: un pacto demoniaco.

—¿Pacto demoniaco?

—Un pacto, como debes saber, es una especie de contrato mágico en el que juras ante algo cumplir algo. Algo como lo que Shahar y yo acabamos de hacer. Un pacto demoniaco, sin embargo, es un tanto distinto. Es una especie de contrato de dos vías entre un mago y un demonio, en el que el poder del demonio y el mago están siendo puestos en juego. Cuando se realiza un pacto demoniaco, el mago y el demonio se juran mutuamente prestarse sus fuerzas: el demonio hará todo para cumplir el deseo de su invocador y el mago permitirá al demonio consumir de su energía mágica y emociones negativas.

—Momento, ¿emociones negativas?

—Sí, los demonios se alimentan de emociones negativas. Como la ira, la envidia, el orgullo…

—O la lujuria —terminó Nico, repasando todo lo sucedido con Helel con repentina compresión. Cada vez que lo había besado ella lo había estado usando como batería sin que se diera cuenta. Había usado la atracción que sentía por su aspecto físico como combustible sin que se diera cuenta. ¡Por esa misma razón debió haberse desnudado en departamento y tratado de seducirlo!

—No es posible romper un pacto demoniaco sin que ambas partes estén de acuerdo. Solo la muerte del demonio permitía al mago ser libre.

—¿Qué se supone que haga entonces?

—Solo cuidate, Evernight. Puede ser que esta dificultad te ayude en tu camino como héroe.