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Veintiocho. Falsificación.

<Omma, todavía están aquí los invitados de que es mejor no sepan nada. Se ha pasado más una semana desde vieron a Soo y Mí, pero buena idea nos visiten ahora. ¿Qué tal si vamos nosotros?>

<Está bien cariño.> —dijo mi madre. —<¿Puedes traerlos más al ratito? Voy a hacer Bibimbap, y quiero que lo prueben.> — 

<Estaremos 15 ahí en min.> — 

Cuanto antes mejor. Ya había pospuesto esto demasiado tiempo. 

<¿Vendrá Jacob y Leah con ustedes?>

 

Aunque mis padre no sabían nada sobre la imprimación de Jacob y Leah, se habían dado cuenta de que los lobos eran muy cercanos a mis bebés. 

<Lo más probable.> — 

<Quizá debería invitar a Billy también.> —se quedó pensando un momento. —<No, mejor en otra ocasión.> — 

<Bueno, Omma. Los veo al rato.> —me despedí y colgué. 

Era mejor ir nosotros que exponer a mis padres a un grupo de vampiros, que aunque habían hecho la promesa de no cazar en los alrededores, aun no me fiaba muy bien de ellos.

—¿Por qué no nos podemos llevar tu Ferrari? —se quejó Jacob cuando me vio con los niños y Leah adentro del Volvo. 

El auto que me había regalado Edward era hermoso y muy llamativo, pero no era muy apropiado para un pueblito como Forks. 

—Demasiado llamativo. —dije. —Podríamos ir a pie, pero mis padres se pondrían nerviosos. — 

Jacob murmuro algo y se metió al coche en el asiento del copiloto. Rápidamente Mi se sentó en sus piernas. Ella no dudaba en estar en cada momento con Jacob y mostrar su afecto hacia él. Todo lo contrario a Soo que era mucho más reservado con Leah y siempre se comportaba como un caballerito con ella. 

—¿Y cómo se han sentido últimamente? —les pregunté cuando saqué el coche del garaje. 

—¿Y tú como crees? —me preguntó Jacob con algo de amargura. —Me ponen de mala todos estos apestosos chupasangres. —lo mire con una ceja alzada y antes de que pudiera decir algo el siguió hablando. —Sí, lo sé, lo sé. Son buenos, están aquí para ayudar, nos van a salvar a todos, bla…bla…bla. Di lo que quieras, pero tengo muy claro que Drácula Uno y Drácula Dos son espeluznantes. — 

Sonreí. Los rumanos no eran mis invitados favoritos. 

—En eso estoy de acuerdo contigo. — 

Mi negó, pero no dijo nada, ya que a diferencia de todos los demás, y al igual que su hermano, encontraba a los rumanos extrañamente fascinantes. Hizo incluso el esfuerzo de hablarles en voz alta, ya que ellos no habían permitido que ella se metiera a sus mentes. Les hizo una pregunta acerca de su piel, tan poco habitual, y aunque temía que pudieran sentirse ofendidos, yo también sentía curiosidad. 

Ellos no parecieron molestarse por su interés, en todo caso, se mostraron algo afligidos. 

—*Estuvimos sentados inmóviles durante mucho tiempo, niña. * —le respondió Vladimir mientras Stefan asentía. —*Contemplando nuestra propia divinidad. Todo el mundo venía a nosotros como muestra de nuestro poder. Presos, diplomáticos, y aquellos que buscaban nuestro favor. Nos sentamos en nuestros tronos y nos creímos dioses. No nos dimos cuenta durante mucho tiempo de que estábamos transformándonos, casi petrificándonos. Supongo que los Vulturis nos hicieron un favor cuando quemaron nuestros castillos. Stefan y yo, por lo menos, no continuamos convirtiéndonos en piedra. Ahora, los ojos de los Vulturis está cubiertos con una película de escoria, pero los nuestros siguen brillando. Imagino que eso nos dará una ventaja cuando les saquemos los suyos de las órbitas. * — 

Después de aquella explicación tan... detallada, procure mantener un poco alejados a mi hijos de ellos. 

—¿Cuánto tiempo vamos a pasar con Graham y Sun? —preguntó Leah. 

Se iban relajando a medida que nos alejábamos de la casa y sus nuevos huéspedes.

—Bastante, de hecho. —dije.

El tono de mi voz llamo la atención de los dos lobos. 

—¿Hay algo más aparte de ir a visitar a tus padres? —pregunto Jacob. 

—Jake, creo que no eres consciente de lo poco capaz que eres de controlar tus pensamientos cuando Edward anda cerca, de hecho creo que Leah es mejor que tú en eso. — 

El me miro con una ceja levantada. 

—¿Ah, sí? — 

Yo asentí nada más, desviando los ojos hacia Mi que estaba en su regazo y mirando por el espejos a Soo que estaba a un lado de Leah. Ellos miraba por la ventana y no podía saber si estaban interesados o no en nuestra conversación, pero decidí no arriesgarme a decir nada más. 

Después de eso nadie volvió a hablar.

Mientras viajábamos en silencio, miré a través de aquellos molestos lentes de contacto hacia el exterior. Mis ojos no se miraban tan tétricos como al principio y se iban acercando más al naranja rojizo que al rojo sangre. Pronto adquirirían el tono dorado que me permitiría quitarme los lentes de contacto. Esperaba que el cambio no molestara mucho a mis padres. 

Jacob todavía estaba digiriendo nuestra conversación interrumpida cuando llegamos a casa de mi padre. No hablamos mientras caminábamos a un ritmo humano a través de la lluvia que seguía cayendo. Mi padre nos estaba esperando y tenía la puerta abierta antes de que llamáramos. 

—¡Hola chicos! ¡Parece que han pasado años! ¡Mírense, niños! ¡Vengan con el abuelito! Les juro que han crecido quince centímetros. ¿Qué les dan de comer en esa casa? —dijo mi padre cuando salió para recibirnos.

—Se debe a lo acelerado del crecimiento, Oppa. —dije. —Hola, Omma. —dije cuando la vi salir de la casa. 

El olor a carne, gochujang, arroz y huevo provenía de la cocina, un buen aroma para cualquiera menos para mí. Y también olía a pino fresco, a cartón y polvo. 

<Mis angelitos> solo sonrieron, ellos nunca hablaban delante de mis padres. 

—Vamos, niños, entren que hace frio. —dijo mi madre después de haberme dado un beso en la mejilla y un abrazo. 

Mis hijos y Leah entraron junto con mi madre, mientras mi padre, Jacob y yo platicábamos en el porche de la casa.

—¿Dónde está mi yerno? —pregunto. 

—Atendiendo a los amigos. —contestó Jacob y después resopló. —No sabes la suerte que tienen de estar fuera de todo esto, Graham. Eso es todo lo que te puedo decir. —le di un golpecito a Jacob en el estómago. 

—Ay. —se quejó Jacob. Wow, pensé que le estaba dando un "Golpecito". 

—No seas llorón, Jacob. —dijo mi padre. —Mejor hay que ir a dentro antes de que nos congelemos. —

—Oppa, la verdad es que tengo que hacer algo antes. —

Jacob me miro, pero no dijo nada. 

—¿De compras navideñas, Elina? Ya sabes que te quedan pocos días. —

—Si, eso, las compras de Navidad. —dije. 

Eso explicaba el cartón y el polvo, mis padres habían sacado ya los viejos adornos navideños. 

—La comida está en la mesa. —dijo mi madre desde la cocina. —Venga, chicos. —

—Nos vemos luego, Appa. —le dije, e intercambié una mirada rápida con Jacob. 

Las carreteras estaban resbaladizas y oscuras, pero conducir ya no me daba miedo. Mis reflejos estaban más que preparados para todo y apenas le puse atención a la carretera. El problema era que la velocidad no llamara la atención de nadie, pero lo que quería era terminar lo antes posible la misión que me había puesto Alice. 

Cada vez me iba mejor con mi escudo. Kate ya no necesitaba motivarme, ya que no me resultaba difícil expandirlo. Así que generalmente trabajaba con Zafrina. Ella estaba encantada con el progreso que había alcanzado, ya era capaz de cubrir un área de más de tres metros durante más de un minuto, aunque eso me dejaba cansada. Esa mañana había intentado encontrar la forma de empujar el escudo totalmente fuera de mi mente. Yo no veía la utilidad de aquello, pero ella pensaba que me ayudaría a fortalecerme. No se me daba tan bien. Sólo conseguí mirar el río de la selva que ella intentaba mostrarme. También estuve practicando mis ilusiones y para complicar la cosa más, convine la práctica del escudo con ellas, ahora podía durar todo lo que quisiera haciendo ilusiones. 

Pero había otras cosas que tenía que atender primero y como solo faltaban dos semanas de plazo, sabía que tenía que empezar a la de ya. 

Había memorizado los mapas adecuados, y no tuve problema en encontrar el camino hacia la dirección que no existía en internet, la única que tenía de J. Jenks. Mi paso siguiente sería encontrar a Jason Jenks en la otra dirección, la que Alice no me había dado. 

Al momento de entrar en el vecindario me di cuenta de que no era uno bueno. Mi auto estaba tan fuera de lugar, ahí me podría imaginar más bien un auto chatarra, y se me venía uno a la mente. Nunca en mi años como humana me hubiera parado en un lugar como ese.

Los edificios, todos de tres plantas, todos estrechos y todos inclinándose ligeramente como si los estuvieran aplastando. Resultaba difícil decir de qué color era la pintura de cada edificio, porque todas habían terminado por ser gris.

Había unas cuantas personas por ahí, dos caminaban a través de la lluvia en direcciones opuestas y otra permanecía sentada en el porche poco hondo de una oficina de abogados que estaba cerrado con tablas, leyendo un periódico mojado y silbando. El sonido resultaba demasiado alegre en aquel lugar. 

Me di cuenta de que el silbador estaba justo en el edificio que buscaba. No había ningún número en aquel lugar abandonado, pero el salón de tatuajes situado a su lado marcaba precisamente dos números más. 

Me estacioné y dejé el motor en marcha durante unos segundos.

—Hola, señora. —me gritó el silbador. 

Bajé la ventana del lado del copiloto como si no pudiera oírle bien. 

El hombre apartó el periódico y su ropa me sorprendió. Parecía demasiado bien vestido debajo de ese larga gabardina. 

—Quizá no debería estacionar ahí ese coche, señora. —me dijo. —No estará aquí cuando regrese. —

—Gracias por el aviso. —dije. 

Apagué el motor y me bajé. Quizá aquel señor podía darme las respuestas que necesitaba sin necesidad de meterme en aquel edificio a la fuerza. Abrí mi paraguas gris. No es que me preocupara mojarme pero el vestido negro que llevaba era muy bonito como para dañarlo. Aparte eso habría hecho un humano.

El hombre entrecerró los ojos al ver mi rostro, para después abrirlos como platos. Tragó saliva y escuché cómo se aceleraba su corazón conforme me acercaba. 

—Estoy buscando a alguien. —dije. 

—Yo soy alguien. —contesto dándome una sonrisa. —¿Qué puedo hacer por usted, guapa? —

—¿Es usted J. Jenks? —pregunté. 

—Oh. —fue lo único que dijo. Se puso en pie y me examinó con los ojos entrecerrados. —¿Por qué está buscando a J? —

—Eso es asunto mío. ¿Es usted? —

—No. —

Nos encaramos el uno al otro durante un buen rato mientras sus ojos agudos recorrían de arriba abajo el ajustado vestido que llevaba. Su mirada al fin regresó a mi rostro. 

—No tiene usted la pinta del cliente habitual. —

—Tal vez no lo sea. —dije. —Pero necesito verlo lo antes posible. —

—No estoy muy seguro de que sea posible. —admitió. 

—¿Me podría decir su nombre? —

Él sonrió. 

—Max. —

—Encantada, Max. ¿Podría decirme que hacen los clientes "Habituales"? — 

Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido. 

—Bueno, los clientes habituales de J no tienen su aspecto. Los de su clase no se molestan en venir a la oficina de este barrio, se dirigen a la oficina de diseño que tiene en el edificio principal. — 

Le dije la otra dirección que había obtenido. 

—Ah, sí, ése es el lugar. ¿Por qué ha venido hasta aquí? —

—Porque ésta fue la dirección que me proporcionó... una fuente confiable. —

—Si viniera por algo bueno, no estaría aquí. — 

Hice una mueca.

—Quizá no estoy aquí para algo bueno. —

El rostro de Max adoptó una expresión de disculpa. 

—Mire, señora... — 

—Elina. —

—De acuerdo, Elina. Mire, yo necesito este trabajo. J me paga muy bien por estar aquí todo el día. Quiero ayudarla, claro que sí, pero bueno..., y estoy hablando de forma hipotética, si dejo pasar a alguien que pueda causarle problemas, me echa a patadas. ¿Ve el problema? —

Pensé durante un minuto. 

—¿No ha visto a nadie como yo por aquí antes? Bueno, o algo parecido a mí. Mi hermana es un poco más baja que yo, tiene el pelo corto y negro. —pregunte.

—¿J conoce a su hermana? —

—Eso creo. —

Max se quedó pensando durante un rato. Le sonreí y su respiración se detuvo por un segundo.

—Le diré lo que vamos a hacer. Voy a llamar a J. Le describiré cómo es usted. Dejemos que él tome la decisión. —

Asentí.

—Mi apellido es Cullen. —le dije a Max. 

—Cullen, lo tengo. —

Lo mire mientras marcaba y capté con facilidad el número. Bueno, podría llamar yo misma a J. Jenks si esto no funcionaba. 

—Hola, aquí Max. Ya sé que no debo llamarle a este número… solo si hay una emergencia... — 

—¿Hay una emergencia? —escuché le contestaban desde el otro lado de la línea. 

—Bueno, exactamente no. Es que hay una chica que quiere verlo... —

—No veo ninguna emergencia en eso. ¿Por qué no sigues el procedimiento normal? —

—No sigo el procedimiento porque ella no tiene un aspecto normal para nada... —

—¿Lleva placa? —

—No. —

—No puedes estar seguro de eso. ¿Tiene aspecto de ser una de las chicas de Kubarev? — 

—No, déjeme hablar, ¿Está bien? Dice que usted conoce a su hermana o algo así. — 

—No es probable. ¿Qué aspecto tiene? —

—Ella es... —sus ojos recorrieron desde mi rostro hasta mis tacones con mucha atención. —Bueno, parece una modelo, eso es lo que parece. —sonrió, me guiñó un ojo y después continuó. —Tiene un cuerpo de escándalo, pálida, el pelo oscuro casi hasta la cintura, asiática y necesita una buena noche de sueño... ¿Algo de esto le resulta familiar? —

—No, para nada. No estoy nada contento con que dejes que tu debilidad por las mujeres guapas me interrumpa... —

—Está bien, ya sé que me comporto como un imbécil por culpa de cualquier chica bonita, ¿Qué tiene de malo? Siento haberle molestado, hombre. Olvídelo. —

—Mi nombre…dígale el nombre. —le susurré. 

—Ah, cierto. Espere…—dijo Max. —Dice que se llama Elina Cullen, ¿Eso le ayuda? — 

Hubo un momento de silencio y entonces la voz al otro lado comenzó a gritar repentinamente, usando un montón de maldiciones. La expresión de Max cambió y se le puso pálido. 

—¡Porque usted no me lo preguntó! —gritó Max con pánico. 

Hubo otra pausa mientras J se tranquilizaba. 

—¿Hermosa y pálida? —preguntó algo más calmado. 

—Si. —

Max esperó durante un minuto a través de otra descarga cerrada de insultos e instrucciones a voces y después me miró con unos ojos que parecían casi asustados. 

—Pero usted sólo ve a esos clientes los jueves... ¡Si, si, está bien! —cerró su teléfono. 

—¿Quiere verme? —pregunté con una sonrisa. 

Max me miro mal. 

—Me hubiera dicho que era un cliente importante. — 

—No sabía que lo era. — 

—Pensé que era policía. —admitió. —No tiene aspecto de eso pero actúa de forma muy rara, guapa. — 

Me encogí de hombros. 

—¿Narcotraficantes? —intentó adivinar. 

—¿Yo? —pregunté. 

—Claro, o tu novio o quien sea. —dijo.

—No, lo siento. Realmente no es que me gusten mucho y tampoco a mí esposo. "Vive sin drogas" y esas cosas. —

Max murmuro una maldición. 

—Casada. Que mala suerte. —dijo. 

Le sonreí. 

—¿La mafia? —

—Nop. —

—¿Contrabando de diamantes? —

—¿Ésa es la clase de gente con la que tratan normalmente? Quizá necesite un nuevo trabajo. — 

—Pues ha de estar metida en algo muy grande. Y malo —dijo. 

—La verdad, no. —

—Sí, eso es lo que dicen todos, pero ¿Quién necesita papeles o puede costear los precios de J por ellos? Nadie que se dedique a lo mío, eso es claro. —dijo el y volvió a murmurar "Casada" con desgano. 

Me dio otra dirección con instrucciones para llegar. 

Cuando llegue al lugar, ya estaba preparada para casi cualquier cosa, así que no espere llegar a esa plaza en un vecindario familiar. 

Me estacioné, y miré hacia la discreta placa que decía: 

 

JASON SCOTT, ABOGADO.

 

La oficina que había dentro era de un color claro con algunos toques en verde, apenas perceptibles y que no desentonaban. Había una pecera contra una pared y una bonita recepcionista sentada detrás de un escritorio. 

—Hola. —me saludó. —¿Cómo puedo ayudarla? —

—Estoy aquí para ver al señor Scott. —

—¿Tiene cita? —

—Eh, no. — 

Me puso una sonrisita arrogante. 

—Entonces puede que tarde un rato. ¿Por qué no toma asiento? —

—¡April! —gritó una exigente voz masculina por el interfono. —Estoy esperando que venga la señora Cullen. —

Yo sonreí de lado y me señalé a mí misma. 

—Hazla entrar de inmediato, ¿Entiendes? No importa lo que haya que interrumpir. — 

Podía detectar algo más en su voz además de la impaciencia. Tensión. Nervios. 

—Acaba de llegar. —dijo April. 

—¿Qué? ¡Hazla entrar! ¿Qué estás esperando? —

—¡Ahora mismo, señor Scott! —dijo ella nerviosa.

Se puso en pie, y me hizo un ademan con las manos para que la siguiera, ofreciéndome una taza de café o de té o lo que quisiera. 

—Aquí es. —dijo cuando me llevo hacia la oficina principal. 

—Cierra la puerta cuando salgas. —ordenó una voz rasposa. 

Examiné al hombre que estaba detrás del escritorio. Era bajito y calvo, como de unos cincuenta y cinco. Estaba temblando y tan blanco que parecía enfermo y tenía gotas de sudor en la frente.

J se recuperó un poco y se levantó rápidamente de su asiento. Me ofreció la mano en forma de saludo. 

—Señora Cullen, qué maravilla verla. —dijo cortésmente.

Caminé hasta estar en frente a él y le di la mano. Él se encogió un poco al contacto de mi piel fría, pero no pareció muy sorprendido por ella. 

—Señor Jenks... ¿O prefiere que le llame Scott? —

Él se estremeció de nuevo. 

—Lo que usted desee, desde luego. — 

—¿Qué tal si usted me llama Elina y yo J? —sonreí para que se relajara un poco.

—Como viejos amigos. —asintió mientras se pasaba un pañuelo de seda por la frente. Me hizo el gesto de que me sentara y él hizo lo mismo. —Debo preguntar, ¿Finalmente tengo el placer de conocer a la esposa del señor Jasper? —

Así que este hombre conocía a Jasper, no a Alice. Lo conocía y parecía tenerle miedo también. 

—En realidad, soy su cuñada. — 

—¿Confío en que el señor Jasper goza de buena salud? —me preguntó.

—Estoy segura de que es así. De hecho, en estos momentos está disfrutando de unas largas vacaciones. —

Asintió para sí mismo y tocó la mesa con los dedos. 

—Estupendo, pero debería haber venido directamente a la oficina principal. Mis asistentes la habrían traído hasta mí, sin necesidad de pasar por lugares... menos hospitalarios. —asentí una sola vez. —Ah, bueno, pero ya está aquí... ¿Qué puedo hacer por usted? —

—Papeles. —dije segura, como si supiera que tipo de cosas hacen ahí.

—Muy bien. —dijo J. —¿Hablamos de certificados de nacimiento, de muerte, permisos de conducir, pasaportes, tarjetas de la seguridad social...? —

Inhalé un gran trago de aire y sonreí. Pero después mi sonrisa se desvaneció. Alice me había enviado aquí por alguna razón y estaba segura de que era para proteger a mis bebes. Su último regalo para mí. Aquello que sabía que necesitaría. La única razón por la cual mis hijos necesitaría un falsificador sería si tenía que huir. Y la única razón por la cual tendría que huir sería si perdíamos. Si Edward y yo huíamos con ellos, no necesitarían esos documentos para nada. Estaba segura de que Edward sabía cómo conseguir papeles para identificarnos o cómo hacerlos él mismo y estaba convencida de que conocía maneras de escapar sin ellos. Incluso podríamos correr miles de kilómetros o nadar a través del océano con Soo y Mi. 

Eso si estábamos allí para salvarlos... 

Y además estaba el secretismo para mantener esto fuera de la cabeza de Edward, porque había una gran probabilidad de que Aro pudiera acceder a todo lo que él supiera. Si perdiéramos, seguramente Aro obtendría la información antes de destruir a Edward. 

Era justo lo que había sospechado, tal vez no ganaríamos, pero nos daríamos algunas horas de ventaja si matábamos a Demetri antes de perder, ya que de este modo les daríamos a Soo y a Mi la oportunidad de escapar. 

Sentí el corazón pesado en mi pecho, uno muy grande. Todas mis esperanzas se estaba yendo. Me picaron los ojos. ¿A quién debía poner en esos documentos o a quienes? ¿A mis padres? No, estaban indefensos al ser humanos. Además, ¿Cómo iba a entregarle a Soo y a Mí? No iba a estar cerca de la lucha cuando se produjera. Así que sólo quedaba un par de personas. 

Pensé todo esto a tanta velocidad que J no notó mi pausa. 

—Cuatro certificados de nacimiento, Cuatro pasaportes, dos licencias de conducir. —dije en voz baja y tensa. 

Si él notó algún cambio en mi tono de voz, lo disimuló. 

—¿Los nombres? — 

—Jacob... Wolfe. Jacob Wolfe, Miriam Wolfe. Leah Carter y Sebastián Carter. —

Su pluma escribía con rapidez en un bloc de notas. 

—¿Primer apellido? — 

—Ponga el que sea. — 

—Como prefiera... ¿Qué edades debo consignar? —

—Veinticinco para el hombre, Veintisiete para la mujer, cinco para los niños. — 

Ellos podían ser sus padres adoptivos... 

—Necesitaré fotografías si precisa los documentos terminados. —me dijo J. —El señor Jasper generalmente prefiere terminarlos él mismo. —

Bueno, eso explicaba por qué J no estaba al tanto del aspecto de Alice. 

—Esperé un momento. —dije 

Esto sí que era suerte. Tenía varias fotos familiares guardadas en mi cartera y una perfecta, en la cual Jacob y Leah sostenían a Soo y a Mi en los escalones del porche, sólo tenía un mes de antigüedad. Alice me la había dado sólo unos cuantos días antes... Oh. Quizá después de todo no era una suerte. Alice sabía que la necesitaría. Quizás había tenido alguna oscura visión al respecto. 

—Aquí la tiene. —

J examinó la foto durante un momento. 

—Muy bien, ¿Para cuándo necesita en su poder los documentos? —

—¿Puede ser en una semana? —pregunte.

—Eso es un encargo muy apresurado. Costará el doble...pero perdóneme de nuevo. Se me había olvidado con quién estaba hablando. —

Estaba claro que conocía a Jasper. 

—Sólo deme una cifra. — 

Pareció dudar, aunque estaba segura de que habiendo tratado con Jasper debía saber que el precio no sería un problema. 

J escribió el precio en la parte inferior del bloc. 

Asentí con calma. Había traído más que eso. Abrí el bolso de nuevo y conté la cantidad correcta, lo que me llevó muy poco tiempo porque llevaba los billetes agrupados con clips en grupos de cinco mil dólares. 

—Tenga. —le di la mitad, eso era lo acostumbrado, ¿No? —Así que… ¿Nos vemos aquí la próxima semana a la misma hora? —

Me dio una mirada apenada. 

—En realidad, prefiero hacer este tipo de transacciones en lugares alejados de mis varios negocios. —

—Oh, está bien. —dije. 

—¿Qué le parece si nos vemos en una semana a las ocho de la tarde en el Pacífico? Está en Unión Lake y la comida es exquisita. —

—Perfecto. —

Me puse en pie y nos dimos la mano de nuevo. Esta vez no se estremeció, pero parecía tener otra preocupación en la cabeza. Tenía la boca apretada y la espalda tensa. 

—¿Tendrá algún problema con la fecha? —pregunte. 

—¿Qué? ¿La fecha? Oh, no, no me preocupa en absoluto. Tendré sus documentos preparados a tiempo, sin lugar a dudas. —

—Entonces, nos vemos en una semana. —

Sonreí y me fui.