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donde estoy?

El sol se filtraba por la ventana, y yo no tenía ni idea de dónde me encontraba. La cama en la que estaba acostado no era particularmente cómoda. De repente, un estruendo me hizo abrir los ojos. Me percaté de que el lugar en el que me hallaba era completamente diferente a mi habitación. Había otra cama y numerosos juguetes esparcidos por la habitación.

En cuestión de segundos, la puerta se abrió de un golpe y una mujer entró apresuradamente, al parecer, en un estado de agitación.

—Reese, date prisa y cámbiate. Tu padre los llevará a la escuela.

Por un momento, me quedé perplejo. "Reese", ¿quién es Reese? En ese momento, me di cuenta de que mi nombre no era Reese; yo era Alejandro. No tenía la menor idea de quién era esa mujer o de dónde estaba. Mientras intentaba ponerme en pie, un agudo dolor en la cabeza me asaltó con una intensidad abrumadora. Todo se volvió borroso, y lo último que alcanzaba a distinguir era a esa mujer corriendo hacia mí, gritando el nombre "Reese".

Al abrir los ojos, me encontré en un lugar oscuro con muy poca luz. Al mirar hacia arriba, unos círculos de luz se alejaban y se acercaban. Al observar un círculo en particular, comenzaron a reproducirse imágenes. Era yo, Alejandro. Aún recuerdo mi vida. Mi nombre era Alejandro Martínez, un mexicano que migró a Estados Unidos en busca del sueño americano. Llevé una vida decente, trabajé como mecánico la mayor parte de mi vida, pero la cocina era mi verdadera pasión. Sin embargo, tuve que elegir entre seguir mi sueño y asegurarme de tener algo para comer al día siguiente. Me vi obligado a trabajar, pero nunca me rendí. Pasé varios años como ayudante de cocina en un restaurante elegante. Fue una experiencia valiosa.

Cuando terminé de ver eso, apareció otro círculo, pero era diferente. Mostraba a un adolescente golpeando a otros jóvenes mientras les gritaba que hicieran su tarea. Era un bravucón, pero nunca cruzó la línea. Al final, todo volvió a ser oscuridad.

Varias horas después

Me desperté con una jaqueca horrible y un hambre espantosa. Volví a mirar la habitación, y definitivamente no era la mía. Decidí explorar un poco la casa: dos habitaciones, un baño, sala y cocina. Como ya estaba allí, preparé un sándwich. A pesar de que todo esto parecía extraño, lo más probable es que no hubiera mucho que pudiera hacer, así que simplemente decidí aceptarlo.

Cuando miré afuera, noté a un hombre trabajando en un carro. Parecía estar teniendo problemas, así que decidí salir y saludarlo, suponiendo que era mi padre.

— ¿Qué le pasa al carro? —pregunté.

— Ah, Reese, te sientes mejor, hijo. Dormiste mucho y preocupaste a tu madre, lo cual no es fácil. No te preocupes por la escuela, tu hermano hablará con los maestros.

— Sí, ya me siento mejor, papá. Y bien, ¿qué le pasa al carro? —pregunté de nuevo.

— No lo sé, estoy batallando para que prenda —respondió mi padre.

Al observar más detenidamente, noté que el carro era un Chrysler Town and Country de 1991. No estaba en su mejor momento, pero aún resistía. Me incliné un poco para revisarlo y noté que los spark plugs (bujías) parecían en mal estado. Sus electrodos estaban carbonizados y desgastados, lo que sugería un problema en el motor que podía verse a simple vista.

— Son las bujías —mencioné a mi padre mientras él salía debajo del carro.

— Continúa —dijo mientras se levantaba y se sacudía el pelo con una mano.

— Las bujías no sirven, necesitan un cambio. Eso podría ser el problema del arranque —expliqué.

Mi padre inspeccionó las bujías de cerca y asintió en acuerdo.

— Además —continué—, le hace falta un cambio de aceite y debemos agregar agua al radiador.

— No sabía que te interesaba la mecánica, Reese. Bueno, vamos a la tienda a comprar lo que necesitamos —dijo mientras subía al carro que milagrosamente arrancó.

Me subí al carro y no fue un viaje largo, máximo 25 minutos, y estábamos de vuelta en casa.

— Y bien, ¿quieres ayudar a tu viejo a cambiar las bujías y el aceite? —preguntó mi padre.

— Claro —contesté con una sonrisa mientras me preparaba para trabajar en los sparkplugs.

El procedimiento de cambio de bujías comenzó con la extracción de las antiguas. Usé una llave adecuada para aflojarlas y luego las retiré con cuidado, asegurándome de no dañar los cables conectados. Mi padre me observaba atentamente y ofrecía consejos cuando era necesario.

Luego, revisamos las nuevas bujías y las enroscamos en su lugar, asegurándonos de que estuvieran bien apretadas, pero sin exagerar. Después, conectamos los cables en el orden correcto y nos aseguramos de que todo estuviera en su sitio.

El cambio de aceite fue un proceso similar. Drenamos el aceite viejo, reemplazamos el filtro y añadimos aceite nuevo al motor. Cada paso fue ejecutado con precisión y cuidado, y al final, el carro sonaba feliz eh de admitirlo.

— Bien hecho, hijo —dijo mi padre mientras me abrazaba—. Mira la hora, tus hermanos no deben tardar en llegar. Ve a darte una ducha, yo prepararé la comida para cuando llegue tu madre.

— De acuerdo, papá —respondí mientras me retiraba.

Al llegar a mi habitación, busqué ropa limpia y entré en el baño para tomar una ducha. Después de terminar, finalmente pude verme adecuadamente en el espejo. No era feo ni guapo, estaba en algún punto intermedio. Al salir al pasillo, me encontré con mi hermano pequeño, Dewey, como mi padre me había mencionado. Decidí saludarlo.

— Hola, Dewey, ¿cómo te fue en la escuela? ¿Mucha tarea? —le pregunté mientras pasaba a su lado.

Él me miró a los ojos y simplemente respondió: "Bien", luego se fue. Al llegar a la cocina, me encontré con mi segundo hermano, Malcolm, quien supongo era el genio de la familia, según lo que mi padre me había contado.

— ¿Qué hay, Malcolm? ¿Cómo estás? —pregunté.

— ¿Qué hay, Reese? Aquí está toda tu tarea que te dejaron —comentó mientras dejaba unas cuantas hojas en la mesa. Eran algunas ecuaciones de álgebra y otras cosas.

— De acuerdo —dije mientras me dirigía a la sala para ver un poco de televisión.

Pasaron unas horas y mi madre llegó a casa desde el trabajo.

— ¡Hora de cenar! —gritó mi padre.

Mi padre había preparado enchiladas, pero lamentablemente no tenían sabor ni chile.

La cena transcurrió de manera tranquila. Mi madre compartió anécdotas sobre su descubrimiento de que su gerente usaba peluquín, Malcolm habló sobre su clase avanzada y Dewey contó sobre sus amigos.

Mi padre no pudo evitar presumir lo que habíamos hecho esa tarde con el carro.

— Parece que te gusta la mecánica, Reese. ¿Te dedicarás a eso o planeas tener otro trabajo? —preguntó mi madre.

— No lo sé, aún es muy temprano para pensar en esas cosas, ¿no crees? —respondí.

Mi madre interrumpió con firmeza.

— Ya lo hablamos, Reese. En cuanto te gradúes, deberás irte de casa —dijo.

— Está bien, está bien. Veremos qué pasa —dije, cortando el tema. El resto de la cena estuvo lleno de chistes de mi padre y algunas reprimendas de mi madre.

Al terminar, comencé a lavar los platos sucios. Al voltear, toda la familia me miraba como si fuera un extraterrestre. Incluso mi madre se acercó para asegurarse de que no tenía fiebre. Al final, no me permitieron lavar los platos. Vi un poco más de televisión y luego me retiré a dormir. Fue un día interesante. Desperté en un lugar nuevo con una nueva familia y un nuevo cuerpo. Ahora, finalmente, a dormir.