Todos la miraron perplejos, sus palabras aún resonaban en sus oídos. Su promesa era tan clara que era difícil que alguien se convenciera de que había escuchado mal. ¿Ella era capaz de salvarlos?
—Señorita Xia, son las Naciones Unidas las que quieren ponernos en cuarentena, ¿realmente puede ayudarnos? —preguntó Shi Jian con incredulidad.
Xinghe asintió.
—Sí, encontraré la manera de ayudarlos. No importa lo difícil que sea, no me rendiré.
—¿Pero realmente tendrá éxito?
Xinghe se rió y dijo:
—Me las arreglé para resolver una crisis mundial, así que, ¿qué otra cosa puede detenerme? Si me creen, entonces denme un poco más de tiempo, definitivamente les daré toda la libertad y felicidad que merecen.
—¡Está bien! —gritó Shi Jian emocionado—. ¡Le creo, todos le creemos!
—¡Todos le creemos! —repitió el resto al unísono.
Xinghe asintió y prometió solemnemente:
—No los decepcionaré de nuevo.
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