—¿No pueden darnos un respiro estos seres viles? —se quejó Aurora.
—Quizás deba llenarme bien antes de luchar —dijo Jay y bebió más agua.
—¡Ahí están! —señaló al ver a dos pícaros en forma humana, un hombre y una mujer, emergiendo del bosque detrás del arroyo.
—Jay, pase lo que pase, debemos llevarle agua a Mamá e Irene. Asegurémonos de que no nos detengan —le dijo Aurora.
—¡Te entiendo, hermana! —respondió Jay y se preparó.
—Aviso, nosotros no buscamos problemas, pero si quieren problemas, estamos más que dispuestos a dárselos. O siguen su camino en paz o luchamos hasta la muerte aquí. ¡Y créanme, serán ustedes quienes abandonen sus vidas si eligen pelear contra nosotros! —informó Aurora a los dos pícaros de manera amenazante. Sabía que la mujer tendría su edad y el hombre parecía unos años más joven, así que amenazarlos no le parecía una falta de respeto.
—Tranquila, luchadora —dijo la mujer y se rió.
—Su sangre es tan caliente —añadió el hombre.
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