Las tortugas no manifestaban tal reacción, ni siquiera los leopardos más fuertes. Pero pronto, todos los leopardos que seguían en pie empezaron a volverse locos.
Sus ojos se pusieron completamente rojos, mientras que sus cuerpos mostraban una rara luz verde. Se giraron, aparentemente mirando a los monstruos cercanos como si fueran sus enemigos más mortales y jurados.
—¡Está funcionando! Ambos efectos están funcionando al mismo tiempo, ¡jajaja! —exclamó William sabiendo que al menos así los leopardos desaparecerían. Eso quizás no afectaría mucho a los canes o a las tortugas, pero esto iba a eliminar al menos la principal masa del ejército de monstruos.
Lo que le hacía mantener tan grandes esperanzas era que la nube se mantuviera y no se alejara. Actuaba de manera diferente, no de la forma en que él había imaginado antes.
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