Al día siguiente, Carlos se encontraba sentado junto a Luis en una de las mesas de la cafetería de la universidad. Las multitudes ruidosas se mantenían de fondo mientras Carlos se concentraba en una pequeña onza de plata que rodaba sobre la mesa y luego se detenía. Dos chicas agradables a la vista se acercaron y se sentaron a la mesa.
—¿Qué hacen ahí tan callados, chicos? —preguntó Mariana, sentándose justo enfrente de Carlos, interrumpiendo el silencio tácito en el que Carlos y Luis habían caído, cada uno sumergido en sus propios asuntos.
—Nada importante —respondió Carlos, deslizándole una mirada fugaz antes de volver a hacer girar la moneda.
Luis, que guardó el cuaderno en el que trabajaba, respondió:
—Yo, hago la tarea de economía. Odio tener que hacer exposiciones.
—Ni que lo digas. El tema que te tocó no es nada simple; el desarrollo económico está ligado a un sinfín de elementos complejos —respondió Isabela, deslizándose en la silla con cierta elegancia, como los modales de una chica noble.
Carlos sonrió ante la llegada de sus dos amigas, pero rápidamente se distrajo en su mente con un tema algo más complicado.
Luis asintió y, sutilmente, cambió de tema:
—¿Y tú, Mariana? ¿No tienen proyectos?
Mariana, mientras mordía un sándwich, hizo un gesto como diciendo "espera un minuto", tragó antes de responder:
—Tengo que hacer una investigación sobre la sociología de las desigualdades... y yo que pensaba que me salvaría de la economía en mi carrera.
Isabela lanzó una risita.
—La economía está en todas partes, como en las manos de Carlos. ¿Qué haces con esa moneda? ¿Planeas hacer algunos trucos de magia?
—¿Sabes hacer magia? —preguntó Mariana, emocionada.
Carlos sonrió levemente, sin confirmarlo ni negarlo. La verdad es que era algo que le había estado rondando la cabeza desde la excursión al Nevado de Toluca. Cada vez que miraba esa onza de plata, sentía una especie de esperanza por un cambio en su vida, tan grande y tan abrupto que lo hizo replantearse todos sus planes. Sabía que tenía una ventaja competitiva sobre todos que le hacía preguntarse si valía la pena continuar en la rutina académica. La divertida voz de Luis lo sacó de sus pensamientos.
—Muéstranos un truco: dame la patita, rueda o hazte el muertito —dijo Luis.
Carlos rodó los ojos mientras Mariana e Isabela se reían. Luis siempre disfrutaba de bromear y hacer referencias de películas, lo cual ayudaba a Carlos a no sobrepensar las cosas.
Sin embargo, su mente regresó a la onza de plata. Era un recordatorio, junto con el talismán en su bolsa, de todo lo que había estado probando en secreto. Tomando la moneda con el índice y el pulgar, mientras todos le prestaban atención, con un gesto rápido de la mano y sin que nadie viera exactamente cómo lo hizo, la moneda de plata en manos de Carlos se convirtió en dos. Todos, sorprendidos y estupefactos, hicieron un escándalo. Excepto Isabela, que tenía una mirada calculadora y pensativa en su rostro.
—Imposible —dijo Mariana, mientras estiraba la mano y arrebataba una de las monedas de la mano de Carlos, examinándola en busca de algo extraño.
—Tengo que hacer algo. Nos vemos luego —dijo Carlos abruptamente, poniéndose de pie.
—¿A dónde vas? —preguntó Isabela, con una pizca de curiosidad.
—Voy a vender algo. Luego nos vemos —respondió Carlos, metiendo la onza original en el bolsillo de su chaqueta antes de salir de la cafetería.
—¡Espera, tu moneda! —gritó Mariana mientras veía a Carlos partir, quien hizo un gesto con la mano alzada, como diciendo "quédatela".
— ¿Soy el único que piensa que Carlos intenta ser cool? —comentó Luis.
—Y fracasó estrepitosamente, hahaha —dijo Isabela.
—Yo creo que el truco fue genial —agregó Mariana—. ¿Cómo lo hizo?
—Ni idea. De hecho, no sé por qué trae una onza de plata en primer lugar, siempre ha estado muy corto de dinero —dijo Isabela.
—¿Por lo que ocurrió con su padre? —preguntó Mariana.
—Sí, perdón. Es mejor no sacar el tema, siento que no es correcto hablar de Carlos cuando no está —dijo Isabela, sintiéndose culpable.
—No te preocupes tanto. A pesar de que desde el regreso del nevado ha estado pensativo, él me contó que la relación con su padre ya no es tan tensa como solía ser.
Mientras tanto, el protagonista de su conversación, Carlos, caminaba hacia la parada de autobús. En su bolsa, una onza de plata chocaba contra un talismán, tan bruscamente como las ideas en su cabeza. Su mente giraba en torno a las preguntas que lo habían estado acosando en las últimas 24 horas.
Fue ayer por la noche, al llegar a su casa luego del viaje al Nevado, que encontró su cuerpo lleno de un extraño poder, un poder que le permitió romper la ley de la conservación de la materia como si no existiera. Así que comenzó a explorar los límites de este poder y a hacer planes.
—Entre más pasa el tiempo, más sencillo se vuelve duplicar cosas. ¿Cómo exploto esta habilidad al máximo? ¿Debería mantener un perfil bajo y no llamar la atención? Pero como dice el Tío Ben, un gran poder conlleva una gran responsabilidad...
Carlos se rió ante lo absurdo que era parecerse cada vez más a Luis y sus referencias de películas.
Sacó de su bolsillo el extraño talismán; su mirada quedó absorta en el rostro azteca tallado en jade de la reliquia del pasado. El autobús llegó y Carlos se subió, observando el bullicio de la ciudad de Toluca pasar por la ventana mientras se dirigía a la Casa de Moneda sobre la calle Salinas.
Allí, vendió cuatro onzas de plata, pero se quedó con una, obteniendo 1,740 pesos (unos 87 dólares), suficiente para cubrir algunas necesidades. Tras comprar algo de comida, regresó a su casa a las afueras de Toluca, en una colonia llamada Ocotitlán. Al llegar, el olor familiar de la cena lo recibió, junto con el sonido de los pasos de su madre.
—¿Cómo te fue, hijo? ¿Quieres comer? —preguntó Isabel Vargas desde la cocina, con una cálida sonrisa en su rostro.
—Bien, mamá. Gracias, acabo de comer en la cafetería —dijo Carlos.
Al ver que la comida de su familia consistía en escasos frijoles, tortillas y crema, sintió un dolor en el corazón; la pobreza era algo que los había acosado desde el accidente de su padre. Rápidamente recordó las bolsas llenas de frutas, pastas y latas de frijoles, arroz y otros insumos de cocina que llevaba en la mano y las colocó en la mesa.
—Vendí algunas cosas y compré algo de comida para la semana.
Su padre, Enrique, comentó sorprendido:
—¡Tantas cosas! Gracias, hijo. No te presiones demasiado, este ha sido un buen mes, así que no te preocupes tanto por los gastos.
Don Enrique estaba en su silla de ruedas, con una laptop en su regazo. Aunque sus piernas lo limitaban producto de un accidente de fábrica, su mente seguía siendo tan aguda como siempre, diseñando modelos 3D para piezas industriales. Carlos siempre había admirado esa determinación.
—¿Ya terminaste el proyecto, papá? —preguntó Carlos, mientras dejaba las bolsas de comida en la mesa y su madre las revisaba con una amplia sonrisa.
—Casi, pero este diseño me está dando problemas. Aunque no es nada que tu padre no pueda resolver —respondió Enrique, levantando la mirada para sonreír a su hijo.
Lucía, su hermana menor, apareció corriendo, emocionada por mostrarle a Carlos un dibujo que había hecho. Carlos la tomó en brazos con una sonrisa, olvidando momentáneamente las preocupaciones que le rondaban la cabeza.
—¿Por qué llegas tan tarde? ¿Estabas con Isabela, verdad? —ante la abrupta pregunta de Lucía, Carlos la bajó y fingió estar molesto.
—¿Quién está enamorado de ese ogro en forma de mujer?
—No seas grosero, Isabela siempre ha sido educada, además de ser muy linda.
—Hahaha, además nadie dijo nada de estar enamorado —comentó su padre con picardía.
Carlos, avergonzado, se atragantó ante el comentario de su padre, pero se recompuso rápidamente y contestó:
—Esa es solo la imagen que finge delante de ti, mamá, pero cuando no la miras, se convierte en un sirviente satánico come niños llamado Luci.
Lucía, ante la exagerada descripción de Carlos, salió corriendo mientras fingía estar asustada.
—Bueno, voy a mi cuarto. No laves los trastes, mamá, yo los lavo más tarde.
—Si quieres bañarte, hay agua caliente en el boiler —le gritó Aura a su hijo, quien subía por las escaleras.
Carlos entró a su habitación, cansado pero aún lleno de pensamientos. Se dejó caer sobre la cama, sacando la onza de plata de su bolsillo. La sostuvo frente a sus ojos, observando cada detalle del duplicado perfecto. Sabía que no podía seguir con esto para siempre. Eventualmente, tendría que tomar decisiones más grandes. Concentrando esa energía familiar que lo había acompañado estos días, vio cómo, con una luz tenue, una segunda onza de plata tomaba forma en sus manos. Cuando terminó de formarse, esta cayó abruptamente sobre la cara de Carlos. Quitándose la moneda, Carlos se sobaba la nariz y reflexionó:
—Parece que ocho es mi límite. Una cada dos horas aproximadamente, es decir, casi 250 gramos de materia.
En estas últimas 24 horas había aprendido a controlar más o menos el proceso de duplicar cosas con su poder, siempre presente. Pero al tocar el talismán, su naturaleza cambiaba completamente. Al sacar el talismán, notó una sensación completamente diferente, como si cerrara los ojos y estuviera en una habitación completamente vacía. Y entre más energía comenzaba a imprimir, un tirón mayor hacia algún lado parecía atraerlo.
—¿Y si viajo y no soy capaz de volver? —esta pregunta hizo latir violentamente su corazón, y un escalofrío lo envolvió. Rápidamente dejó el talismán a un lado, y el brillo que empezaba a emanar se atenuó hasta desaparecer.
—¿Cómo crearé grandes cosas si incluso tengo miedo de mi propia bendición? —murmuró para sí mismo, desanimado y criticándose duramente.
Con ese sentimiento de impotencia, cerró los ojos, dejando que el cansancio lo venciera, olvidando por completo su promesa de lavar los trastes, pero sabiendo que el verdadero desafío apenas comenzaba.
Así, Carlos pasó el resto de la semana experimentando poco a poco con su poder, que parecía aumentar en control y potencia conforme pasaba el tiempo. Cuando llegó el fin de semana, Carlos se encontraba en la privacidad de su dormitorio. Frente a él, un cuaderno lleno de notas.
Carlos abrió una bolsa de mandado y sacó un paquete de galletas de chocolate.
—Comencemos —se dijo a sí mismo mientras se concentraba en duplicar el paquete de galletas. Una notificación hizo sonar su celular e interrumpió su concentración. Cuando volvió la vista a las galletas, una copia exacta apareció ante sus ojos. Tomó el nuevo paquete y sacó una galleta para examinarla. Tomó un mordisco de la original y luego probó la duplicada.
—Hmm, nada mal con la original... pero… —Carlos frunció el ceño—. ¿Esto sabe a cartón?
La galleta duplicada no solo era más dura, sino que el sabor estaba completamente desviado. Era como si alguien hubiera olvidado agregar azúcar.
—Bueno, no sé qué tan seguro sea tragar esto —pensó Carlos antes de dirigirse a escupir en el bote de basura.
Luego de clonar otro paquete de galletas, escribió en su cuaderno los resultados:
Notas: La calidad de la copia está fuertemente ligada no solo al tamaño, sino al nivel de concentración que le dedico mientras lo clono.
Después se centró en un exquisito reloj mecánico que su padre había comprado. Al iniciar el proceso de copia, notó rápidamente una sensación de esfuerzo superior al requerido para otros elementos que había copiado anteriormente. Aun así, logró clonarlo con éxito, pero claramente sintió molestias físicas características del agotamiento.
Notas: Parece existir una relación entre la complejidad del elemento duplicado y el esfuerzo requerido. Un mineral puro es más fácil de clonar que uno compuesto por varios elementos y piezas, como el reloj. Estimo que el reloj requiere lo mismo que cinco monedas de plata, pero a pesar de que siento cómo mi poder se ha duplicado varias veces, aún no logro clonar una planta con éxito. Supongo que todavía no tengo suficiente energía y control.
Por curiosidad, Carlos decidió poner a prueba su capacidad para duplicar objetos en grandes cantidades. Colocó un montón de botones sobre su escritorio, separados por medio centímetro entre sí.
—Vamos a ver cuántos puedo hacer de una sola vez.
Concentrándose profundamente, intentó duplicarlos todos al mismo tiempo. Cerró los ojos, sintió el espacio que abarcaban y se concentró visualizando solo los botones, sin incluir la mesa en la que estaban colocados. Estimó cuántos quería duplicar y cuánta energía costaría. Así, comenzó a concentrar su energía y la proyectó desde sus manos hacia los botones. Pronto, los botones comenzaron a multiplicarse, llenando el escritorio... hasta que, de repente, su energía flaqueó y se salió de control sin llegar a completar la operación. En ese momento ocurrió un nuevo fenómeno: los botones duplicados empezaron a desvanecerse uno tras otro, dejando solo un par de copias permanentes.
Carlos, respirando con dificultad, se dejó caer en la silla.
—Ok, definitivamente hay un límite. Y parece que también hay un costo energético muy importante al intentar hacer varias copias a la vez. Por otro lado, parece que si la energía asignada no completa la materialización, la copia desaparece.
Así, Carlos sacó su cuaderno y, después de pensar un rato, escribió:
—La duplicación exitosa requiere un proceso y recursos específicos. Podemos decir que necesita un nivel de energía X, visualizar o estimar el área y lugar del objeto a clonar, y concentración o control al aplicar la energía. Para lograrlo, podemos definir una serie de pasos. Inicias visualizando el objeto a clonar y lo sitúas en el espacio, defines cuántas copias crearás y cuánta energía será necesaria. Canalizas la energía a través de las manos de una manera constante e ininterrumpida. Cuando alcance aproximadamente el 80 %, el objeto empezará a materializarse; al alcanzar el 100 % sin interrupciones, se creará una copia fiel y permanente.
Poco a poco, Carlos aprendía más sobre su poder, y su cuaderno se llenaba de notas y garabatos. Así pasó todo el sábado, y cuando llegó la noche, Carlos se tumbó en su cama, agotado pero satisfecho.
—Bueno, he aprendido algunas cosas. No puedo duplicar demasiado a la vez, pero si los agrupo, el costo se reduce considerablemente. Las cosas grandes tienden a requerir concentración, y las complejas más energía —sonrió—. Pero, honestamente, si puedo dominar esto, puedo hacer cosas increíbles.
Mientras giraba la moneda entre los dedos, pensó en lo lejos que podría llegar si perfeccionaba su habilidad. Estaba seguro de que sus problemas financieros serían cosa del pasado. Aunque también era consciente de los problemas que podría enfrentar si alguien descubría lo que podía hacer.
—Supongo que lo próximo es diseñar un plan para sacarle el máximo provecho a mis poderes —murmuró para sí mismo antes de caer agotado en su cama.
agradeceria mucho sus comentarios e impreciones, soy nuevo en la escritura y sus criticas me ayudan a mejorar
nuevos capitulos lunes y viernes a medio dia