Mientras se acababa de despertar y se estaba preparando para bajar a buscar su desayuno, Harry sintió que algo no estaba bien. Era el día de la prueba final y no hacía un tiempo particularmente malo, incluso podría uno decir que era bueno, considerando que el castillo estaba situado en Escocia.
-¿Son estos mis nervios? -se preguntó mentalmente -. ¿O es uno de esos malos presentimientos de los que a veces habla Liam?
Hablando del chico, Harry no había vuelto a ver a su maestro desde que les explicó que había sido maldecido. Les había asegurado que lo podían llamar cuando quisieran, pero supuso que estaría haciendo algo importante, así que prefirió no molestarlo.
Finalmente se decantó por la idea de que la mala sensación eran simplemente sus nervios debido a la tercera prueba.
Sin embargo no desapareció en todo el día e incluso mientras lo llevaban junto con los otros campeones hasta el estadio de quidditch no pudo evitar pensar en las palabras de Liam: "Vuestros sentidos os pueden engañar, Los instintos de un cultivador le pueden ayudar a ver cosas que no puede percibir con la vista". Sin embargo Dumbledore estaría supervisando la prueba y eso lo tranquilizó en gran medida.
Llegaron al campo de quidditch, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos, que era la entrada a un enorme laberinto. El camino que había dentro tenía un aspecto tétrico y Harry se dio cuenta al instante de que su En no le permitía visualizar lo que había más allá.
Cinco minutos después empezaron a llenarse las tribunas. No se explicó nada a parte de que tenían que llegar al centro del laberinto, donde estaba situada la copa del Torneo.
—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrará Harry!—dijo Bagman—. Tres... dos... uno...
Y sonó un fuerte pitido, dándole la señal al chico para entrar. Al poco tiempo sonaron un segundo y luego un tercer pitido, indicando que todos los campeones estaban ya dentro del laberinto.
Los caminos parecían mucho más largos desde dentro que desde fuera, Harry supuso que sería algún tipo de hechizo de expansión. Estaba todo oscuro y el joven cultivador a duras penas podía ver, curioso teniendo en cuenta que al ser un cultivador debería poder ver mucho mejor en la oscuridad.
Entonces se le ocurrió que lo más probable era que hubieran colocado algún tipo de barrera que anulara ciertas partes de su magia, como por ejemplo su En y algunas mejoras pasivas que le otorgaba la cultivación. Estaba seguro de que esto era obra de Dumbledore o de Liam.
Empezó a deambular sin pensar demasiado en su trayectora, de todas formas el laberinto estaba cambiando a cada momento.
De repente esuchó un leve movimiento a su derecha, levantó la varita en preparación para el combate. Una sombra espectral apareció, era un dementor. Recordando el hechizo que Remus Lupin le había enseñado el año anterior, Harry cantó en voz alta.
-Expecto Patronum -conjuró.
Un ciervo magnifico plateado apareció como un fantasma, iluminando tenuemente todo el lugar. El dementor retrocedió con visible cautela, pero el patronus no estaba dispuesto a dejarlo ir.
Con un resoplido inaudible cargó a una velocidad sorprendente, sin dejarle tiempo a la criatura oscura para siquiera moverse. Lo golpeó con sus cuernos y el dementor salió volando, chocando contra uno de los setos, que lo absorbió al instante. Harry hizo un apunte mental de no tocar las plantas por si acaso.
Continuó su ruta una vez más en silencio. El camino estaba vacío, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo cogió, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. No sabía por qué, pero aquella ausencia de problemas lo desconcertaba.
-Esperaba algo más -pensó, pero no bajó la guardia.
Parecía que el laberinto le estuviera tendiendo una trampa para que se sintiera seguro y confiado. El laberinto volvió a cambiar, esta vez dejando abierta una ruta lo suficientemente espaciosa como para que pudiera pasar por ella sin tocar los setos.
Decidió tomarla y volvió a caminar. Sin embargo, cuanto más avanzaba más extraño le parecía todo, pues a parte del dementor no se había encontrado ningún otro obstáculo por el camino.
Al cabo de un tiempo andando, algo se le cruzó en el camino: uno de esos escregutos de cola explosiva que Hagrid había estado cuidando. Era enorme, mucho mayor de lo que Harry recordaba, pero era débil.
No tenía base de cultivación, a la primera patada de Harry salió volando, compartiendo el destino del dementor. Esta vez, sin embargo, algo sucedió immediatamente después de que derrotara al escreguto, los setos se separaron y revelaron... la copa.
Harry tuvo un escalofrío.
-¿Qué demonios está pasando? -se preguntó en voz alta -. Esto no tiene ningún sentido...
Era imposible que la prueba fuera tan sencilla, después de todo se había enfrentado a un calamar gigante y a un dragón en las anteriores
Se acercó cautelosamente, preparado para moverse con toda su velocidad si hacía falta. Extendió su mano y la tocó... lo siguiente que sintió fue como si lo aspiraran por un tubo y, antes de que se diera cuenta, había cambiado por completo de ubicación.
Había abandonado los terrenos de Hogwarts. Era evidente que había viajado muchos kilómetros, porque ni siquiera se veían las montañas que rodeaban el castillo. Se hallaba en el cementerio oscuro y descuidado de una pequeña iglesia. A la izquierda se alzaba una colina. En la ladera de aquella colina se distinguía apenas la silueta de una casa antigua y magnífica.
Su En volvía a funcionar y gracias a ello sintió que dos personas se acercaban. En ese instante la cicatriz empezó a dolerle como nunca antes lo había hecho y apenas se pudo mantener en pie. Entonces los vio, a Colagusano y al extraño bebé que llevaba en sus brazos.
Pudo deducir muy fácilmente qué era ese bebé: Voldemort. Colagusano levantó la varita y le lanzó un hechizo de inmovilización que, en condiciones normales, Harry hubiera podido evitar muy fácilmente. Por desgracia, la cicatriz le dolía demasiado como para moverse.
Fue levitado hasta una extraña estatua y lo ataron con unas cuerdas reforzadas con magia que, y Harry estaba seguro, Colagusano no hubiera podido hacer.
El pequeño hombre salió del campo de visión de Harry y volvió al cabo de un minuto con un caldero de piedra negro. Colagusano hacía algo en el fondo del caldero con la varita. De repente brotaron bajo él unas llamas crepitantes.
El líquido que contenía el caldero parecía calentarse muy rápidamente. La superficie comenzó no sólo a borbotear, sino que también lanzaba chispas abrasadoras, como si estuviera ardiendo. El vapor se espesaba emborronando la silueta de Colagusano, que atendía el fuego.
-¡Date prisa! -exigió Voldemort.
A Harry le dolía demasiado la cicatriz como para pensar algo adecuadamente, solo podía observar mientras el amigo traidor de sus padres preparaba algo extraño en ese caldero.
Colagusano habló. La voz le salió temblorosa, y parecía aterrorizado. Levantó la varita, cerró los ojos y habló:
—¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu hijo!
La superficie de la sepultura se resquebrajó a los pies de Harry. Horrorizado, vio que salía de debajo un fino chorro de polvo y caía suavemente en el caldero. La superficie diamantina del agua se agitó y lanzó un chisporroteo; arrojó chispas en todas direcciones, y se volvió de un azul vivido de aspecto ponzoñoso.
En aquel momento, Colagusano estaba lloriqueando. Sacó del interior de su túnica una daga plateada, brillante, larga y de hoja delgada. La voz se le quebraba en sollozos de espanto.
—¡Carne... del vasallo... voluntariamente ofrecida... revivirás a tu señor!
Extendió su mano derecha, la mano a la que le faltaba un dedo. Agarró una daga muy fuerte con la mano izquierda, y la levantó. Harry se sorprendió de que el pequeño hombrecillo tuviera la suficiente voluntad como para cortarse la mano.
—Sa... sangre del enemigo... tomada por la fuerza... resucitarás al que odias -continuó entre sollozos.
Con la misma daga plateada fue hacia Harry y le hizo un pequeño corte, que era de lo que era capaz, la piel de Harry era demasiado dura para un mago común.
Tambaleándose, llevó la sangre de Harry hasta el caldero y la vertió en su interior. Al instante el liquido adquirió un color blanco cegador. Habiendo concluido el trabajo, Colagusano cayó de rodillas al lado del caldero; luego se desplomó de lado y quedó tendido en la hierba, agarrándose el muñón en- sangrentado, sollozando y dando gritos ahogados...
El caldero luego explusó humo que al disiparse reveló a un hombre alto y delgado.
-Vísteme -le ordenó a Colagusano, que cumplió.
Más blanco que una calavera, con ojos de un rojo amoratado, y la nariz tan aplastada como la de una serpiente, con pequeñas rajas en ella en vez de orificios. Sí, definitivamente era Voldemort.
Entonces, en un momento en el que su dolor disminuyó, pudo sentir la cantidad de magia de Voldemort. No estaba tan perfectamente controlada como la de su maestro, pero definitivamente lo superaba en términos de cantidad.
Fue terrorífico y Harry solo pudo rezar para que alguien lo ayudara.
-Dame el brazo, Colagusano -habló en una voz fría.
Sollozando, el hombre se acercó y le extendió su brazo cortado, mientras le daba las gracias repetidamente.
-No ese, el otro -esta vez a su tono le faltaba más paciencia que antes.
Agarró a la fuerza el brazo y le levantó la manga, revelando la Marca Tenebrosa. La pinchó con su varita y habló:
-He vuelto -con estas palabras dichas, se quedó callado, observando el paisaje.
Harry no se atrevió a abrir la boca.
Pronto, el aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Y uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.
-Señor... señor... -dijo, entre incrédulo, temeroso y alegre.
Voldemort ni siquiera los miró, como si los considerara simples moscas que no le suponían nada. Se mantuvo callado y eso provocó escalofríos entre los Mortífagos.
—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus antiguos amigos. Mereces el dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿verdad? -le dijo mientras este se retorcía en el suelo.
—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor...
—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo —dijo fríamente Voldemort, mirándolo sollozar en la hierba—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y lord Voldemort recompensa a los que lo ayudan.
Levantó un dedo y un rayo de lo que parecía plata derretida salió brillando de él. Sin forma durante un momento, adquirió luego la de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.
Los sollozos de éste se detuvieron de pronto. Respirando irregular y entrecortadamente, levantó la cabeza y contempló la mano de plata como si no pudiera creerlo. Se había unido al brazo limpiamente, sin señales, como si se hubiera puesto un guante resplandeciente. Flexionó los brillantes dedos y luego, temblando, cogió del suelo una pequeña ramita seca y la estrujó hasta convertirla en polvo.
Luego ignoró al feliz hombre que le daba las gracias.
-Ahora -miró a Harry -. Debo darte las gracias, Harry Potter, por haber venido a mi fiesta de renacimiento.
Apretando los dientes, el joven cultivador se atrevió a hablar.
-No te saldrá con la tuya -declaró, aunque sabía que no tenía nada más que hacer.
Voldemort soltó una risa seca y fría.
-Oh, eso lo veremos mi joven amigo -respondió y levantó su brazo en preparación para lanzar un hechizo.
Mientras estaba a punto de nombrar el conjuro en voz alta, su brazo se tensó de repente, luego lo hizo Harry y finalmente los Mortífagos.
-Debo pedirte que bajes ese brazo -una voz resonó detrás del grupo, provocando que todos empezaran a temblar debido a un miedo antinatural.
Uno a uno se fueron girando.
Liam se acercó andando a paso lento, sin embargo su aspecto había cambiado ligeramente. Mientras que antes tenía el aspecto de un joven de veinte años con el pelo negro y corto, ahora su pelo había crecido hasta la mitad de la espalda. Sus ojos, anteriormente también negros, ahora se habían vuelto de un color amarillo y sus pupilas se parecían a las de un reptil, casi como las de Voldemort. Pero Harry pensó que, mientras que las del mago oscuro recordaban a una serpiente, las pupilas de su maestro las había visto solo en una criatura mágica: en los dragones.
-Ese que tienes allí... -hizo una pausa en su voz, al verle el rostro incluso Voldemort había empezado a temblar ligeramente -, es mi estudiante.
Fin del capítulo.