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Mientras caiga la lluvia [EreMika]

Eren y Mikasa mantenían una correspondencia mediante las que se descubrían el uno a otro a través de los poemas de sus cartas. No obstante, han pasado varios años desde aquello, y ni Mikasa es la chica perfecta de antes, ni Eren aquel joven responsable. Cuando sus caminos vuelven a encontrarse, esta vez en la universidad, descubren que la química que los unía todavía no ha desaparecido. Y como si no tuvieran suficiente tratando con su propio juicio, las etiquetas sociales, el alcohol, el sexo y las drogas les hará replantearse su lugar en el mundo. "¿Y quién eres ahora exactamente, Eren? ¿Una persona sociable, o un porreta?" "Alguien capaz de hacer cualquier cosa por la chica a la que quiere." //________________________________________// Eren x Mikasa // AU de "Shingeki no Kyojin" // Historia con desarrollo lento // Contiene escenas explícitas // Prohibida su copia / adaptación.

ShiroKiba · Komik
Peringkat tidak cukup
7 Chs

Una dirección

___ MIKASA ___

Decido ignorar las miradas indiscretas que me lanza Eren y me siento en el hueco de sofá que hay entre las piernas de Jean, quien me rodea la cintura con los brazos y entrelaza las manos en mi regazo. Connie se inclina hacia delante para mirarme y me ofrece con una sonrisa un cubata, cosa que rechazo amablemente.

— No me gusta el alcohol— le digo, algo avergonzada.

Eren suelta un bufido y rueda los ojos mientras se sienta al lado de Connie con los brazos cruzados. Me muerdo los carrillos y desvío la mirada, procurando no exteriorizar los nervios que me están carcomiendo por dentro.

— ¿Dónde estabais? Habéis tardado mucho— nos pregunta Marco al tiempo que consulta la hora en su móvil.

— Hemos ido a alquilar unas pelis para más tarde— miente Sasha—. Mikasa y yo hemos quedado después para verlas juntas.

— ¡Eh! ¿Habéis visto a los Titanes por algún lado?— Connie entrecierra los ojos y nos escruta con la mirada.

— Pues no me he fijado, la verdad— responde la pelirroja mientras se rasca la nuca. Una media sonrisa le cruza el rostro—. ¿Qué pasa, les tienes miedo?

— ¡¡Y dale!! ¡Que no es eso!— refunfuña con las cejas fruncidas, y se recuesta en el respaldo del sofá—. Que pesados sois, de verdad...

— ¿Quiénes son los Titanes?— pregunto en voz baja para que solo Jean pueda escucharme.

— Un grupo de raperos que están bastante picados con Eren y Connie. Por cierto, ¿sabías que tienen uno?

— ¿En serio tenéis un grupo de rap?— me giro hacia los chicos.

Eren finge no escucharme y se limita a apurar un vaso de vodka azul. Por otro lado, a Connie le brillan los ojos.

— ¡Sí!— responde con toda la ilusión del mundo—. Mira, te va a molar...— y se levanta la manga de la camiseta para mostrarme un tatuaje que tiene en el brazo—. Venga, adivina nuestro nombre.

Marco y Armin se llevan una mano a la frente y niegan con la cabeza en señal de exasperación, incluso Eren intenta aguantarse la risa.

— ¡¡No seáis pelmazos!!— les regaña con el ceño fruncido—. Vamos, Mikasa.

— No hace falta que vayas enseñándoselo a todo el mundo— dice Sasha.

Los nervios toman el control de mi cuerpo cuando no sé que responder, y mi disimulado tembleque aumenta cuando soy consciente de que todos esperan mi respuesta. Jean me estrecha un poco más contra él.

— Alas— susurra lo suficientemente bajo como para que pueda escucharlo.

Eren parece darse cuenta, pues entrecierra un poco los ojos y frunce las cejas mientras nos mira fijamente, pero aun así no hace ningún comentario al respecto.

— ¿Alas...?— pregunto con una sonrisa nerviosa después de volver a cruzar miradas con Connie.

Él me felicita con una enorme sonrisa y asiente con la cabeza al tiempo que se baja la manga de la camiseta, satisfecho.

— ¿Veis?— les pregunta al resto de mala gana—. Se sobreentiende.

— Ya, ya...— dice Armin, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.

— Tu novia tiene más cabeza que tú, Jean— comenta Marco con una media sonrisa dibujada en el rostro.

Eren casi se atraganta y separa el vaso de plástico de sus labios a la velocidad del rayo mientras se pone a toser.

— Tío, que te ahogas— ríe Connie después de darle unas palmadas en la espalda.

Jean y yo nos sonrojamos y nos apresuramos a negarlo, aunque me fijo en que Eren chasquea la lengua y pone los ojos en blanco a modo de respuesta, cosa que me molesta bastante, pero que aun así procuro no exteriorizar. El castaño se levanta trabajosamente del sofá en el que ha permanecido callado hasta ahora y comienza a alejarse de nosotros.

— ¡Ey, Eren! ¿Adónde vas?— Sasha se gira para mirarlo.

— Me largo— dice de espaldas a nosotros, y alza la mano para despedirnos.

Nos quedamos en silencio mientras miramos cómo desaparece entre el gentío. Connie frunce el ceño, boquiabierto, y finalmente niega con la cabeza.

— ¿Y a este qué le pasa?

— Lleva raro un par de días— decreta Armin, encogiéndose de hombros—. No le des muchas vueltas, se le pasará.

Miro hacia otra parte y aprieto entre mis manos el pequeño bolso negro que he traído conmigo, molesta por la forma tan antipática que tiene de comportarse cuando estoy delante.

<< Sabía que no debería haber venido >> pienso algo decaída.

El resto deciden dejarlo estar. Se limitan a seguir hablando y bebiendo durante media hora, tiempo en el que solo abro la boca exclusivamente para intercambiar algún que otro comentario con Jean.

El tiempo comienza a pasar demasiado lento desde mi punto de vista. Los chistes de Connie hace mucho que dejaron de hacerme gracia; Marco y Armin han decidido marcharse a casa y por si fuera poco, Connie ha convencido a Jean para que se tome algunos cubatas.

— Solo dos hora más— me recuerda Sasha en el oído cuando repara en mi desánimo.

Asiento con la cabeza y me obligo a sonreír para no parecer una aguafiestas.

Me he quedado sola en el sofá, de modo que me dedico a mirar con pesadumbre cómo se divierten los chicos. La idea de pedirle a Jean que me acerque a casa me cruza la mente, pero decido descartar la opción cuando lo veo reírse como un desquiciado tras escuchar un comentario que hace Connie. Lo está pasando de maravilla, y no pienso ser yo quien le arruine la fiesta.

Jean se acerca a mí cuando su compañero de copas se lleva el móvil al oído, y me dedica una sonrisa torpe.

— ¿Estás bien?— me pregunta, sus pómulos rojos a causa del alcohol.

— Sí, solo un poco cansada— le miro a los ojos y le devuelvo la sonrisa—. No te preocupes.

Jean me acaricia la mejilla con el pulgar a modo de respuesta y yo me permito perderme en sus ojos marrones.

— Joder, no me lo coge— maldice Connie con el ceño fruncido. Se separa el teléfono de la oreja y cruza miradas con nosotros—. Voy a buscar a Eren, ahora vuelvo.

— Voy contigo— dice Jean con tono serio.

Ambos dejan sus vasos en la mesa redonda que hay al lado del sofá y desaparecen entre la multitud, dejándome totalmente sola. Me levanto y me pongo de puntillas en busca de mi amiga, pero no la veo por ningún lado, de modo que decido llamarla al móvil. Sin respuesta.

El calor, las luces intermitentes del techo y el olor a alcohol están comenzando a marearme. Así que me pongo en pie y me dispongo a buscar la salida para tomar un poco el aire. Salgo del edificio y dejo escapar un suspiro de alivio cuando la música deja de taladrarme los oídos. Una agradable brisa me acaricia la piel, mi media melena mecida por el viento.

Consulto con impaciencia la hora en mi móvil y hago un mohín cuando compruebo que aún falta una para que Sasha se decida por llevarme a casa. Me encojo de hombros y esbozo una sonrisa al recordar que me he traído un libro para matar el tiempo.

Deslizo la cremallera de mi bolso y saco el pequeño libro de bolsillo que tomé prestado de la biblioteca y que empecé a leer hace unos días. Abro una página cualquiera y comienzo a leer mientras camino sin rumbo fijo bajo la luz de las farolas que hay por los alrededores de la residencia. Intento buscar algún lugar en el que poder sentarme para continuar mi lectura con tranquilidad, pero opto por seguir andando cuando soy consciente de que hay un montón de parejas dándose el lote.

La parte trasera de la residencia está rodeada por un muro de ladrillos de aproximadamente tres metros, y me veo obligada a caminar pegada a él para evitar cruzarme con un grupo de universitarios que me dan mala espina.

Estoy empezando a desesperarme y comienzo a pensar que es mejor volver dentro, hasta que mis ojos se topan con una distintiva melena castaña que hay a unos metros por encima de mí.

...

..

.

___ EREN ___

Vacío el aire de mis pulmones con un profundo suspiro y un hilo de humo acaricia mis labios antes de disiparse en el aire. Clavo mis ojos en la bóveda oscura que ha asediado la ciudad de Londres, en busca de alguna estrella que ilumine mi estado de ánimo. Apenas consigo distinguir una cuyo brillo es demasiado tenue como para destacar en el manto negro del firmamento.

Dejo caer la cabeza mientras trato de poner en orden mis pensamientos y le doy otra calada al cigarro, haciendo un vano intento de ignorar el nudo que lleva comprimiéndome el estómago desde hace unas horas.

<< ¿Por qué me siento tan jodidamente mal? >> es lo que llevo preguntándome desde que salí de la residencia con un humor de perros.

Relajo los hombros y suelto el aire por la boca, despacio, deseando que el viento se lleve mi abatimiento junto con mis suspiros.

— No sabía que fumaras— escucho una voz a mis espaldas.

Giro la cabeza lentamente y miro hacia abajo para cruzar miradas con la causante de todo mi pesar. Sus ojos grises y su tímida sonrisa consiguen volver a sacarme de la realidad, teletransportándome a otra dimensión. La fulmino con la mirada, apago el cigarro en el muro y hago una mueca.

— No lo hago— le espeto.

Mikasa frunce las cejas, aprieta los labios y comienza a andar a grandes zancadas, obligándome a arrepentirme de todo al instante.

<< ¡Ah, no...! Otra vez no >> pienso para mis adentros mientras me giro a la velocidad del rayo.

Apoyo una mano sobre piedra blanca del muro y me impulso para aterrizar frente a ella, obstruyéndole el paso y flexionando un poco las rodillas para reducir la fuerza del impacto. Ella me mira con una expresión de sorpresa, aunque finalmente ladea la cabeza y estrecha contra su pecho el bolso y el libro que sostiene entre las manos.

<< Muy bien, Eren. ¿Y ahora qué? >> me rasco la nuca y miro hacia otro lado, incómodo.

Ni siquiera sé qué estoy haciendo, pero no puedo negar el hecho de que haya sentido una fuerte necesidad por detenerla. No pienso permitir que vuelva a darme la espalda como lo hizo en el pasillo de la universidad.

— ¿Quieres quedarte conmigo?— ¡¡pero qué coño!!—. A-Ahí arriba me refiero...— y señalo la cima del muro.

No me he sentido tan estúpido y avergonzado en la vida, y lo que es más importante, jamás he estado tan confuso. Siento unas ganas increíbles de alejarme lo máximo posible de ella, pero mi cuerpo se mueve solo.

Mikasa me ofrece una mirada tímida, cambia el peso de su cuerpo a otra pierna y aprieta los labios.

— No sé subir— confiesa. Yo suelto una risotada.

— ¿Ese es el problema?— me burlo. Apoyo la espalda en la pared y entrelazo las manos a la altura de mis rodillas. Ella me mira, perpleja—. Vamos, ¿a qué esperas?

La ojigris decide quitarse sus botines negros y los deja junto al muro antes de colocar su pie entre mis manos. Tenso los músculos de los brazos y flexiono un poco más las rodillas, preparándome para lo que viene a continuación.

— ¿Preparada?— ella asiente con la cabeza y yo la impulso hacia arriba a la de tres. Retengo el aire en los pulmones para hacer acopio de toda mi fuerza y permanezco en el sitio a la espera de que consiga auparse, pero me fijo en que está más ocupada sosteniendo el dobladillo de su vestido—. Mikasa... no pesas precisamente poco, ¿sabes?

— Pero...

— Tranquila, no quiero verte las bragas— sonrío de lado—. Sube de una vez...

Ella obedece a regañadientes y yo siento cómo desaparece toda la presión de mis brazos. Dejo escapar todo el aire en un suspiro y apoyo las manos en las rodillas para recuperar el aliento. Me tiende una mano, pero la rechazo con mi sonrisa más forzada.

— ¿Cómo piensas subir entonces?— refunfuña.

Ruedo los ojos en un gesto de cansancio y retrocedo unos pasos mientras vuelvo a inspirar profundamente. Tomo carrerilla, me impulso en el muro con dos pasos y consigo asirme al bordillo de la cima de la pared. Me siento junto a ella y le dedico una sonrisa triunfante cuando me doy cuenta de que me mira con un especial brillo en los ojos.

— No es muy difícil — le digo con los ojos clavados en el cielo. En seguida recuerdo por dónde habíamos dejado la conversación y decido adoptar un tono más serio—. No fumo.

— ¿Ah, no?— pone los ojos en blanco—. ¿Y qué es eso entonces?— señala el cigarrillo apagado que hay a mi lado.

— Solo pasaba desapercibido— murmuro al tiempo que lo lanzo al otro lado del muro. Mikasa arquea las cejas en una expresión sarcástica—. Mira— comienzo a explicarle en voz baja—, esos tíos de ahí son todos unos porretas.

— ¿Dónde?— intenta seguir con la mirada la dirección a la que apuntan mis ojos.

Opto por ayudarla cuando no los encuentra, de modo que coloco dos dedos en su barbilla y conduzco los movimientos de su cabeza un poco más hacia la derecha. Mikasa divisa a un grupo de cinco personas liándose unos canutos bajo un árbol.

— Y los que tenemos detrás se pasan las noches trapicheando— continúo. La chica espía por el rabillo del ojo a los tipos que hay a nuestras espaldas y yo apoyo las manos a ambos lados de mis muslos—. Cuando quieres pasar desapercibido entre dos grupos de drogatas, es mejor tener un cigarro en la boca.

— No sé...— se retuerce los dedos, nerviosa—. ¿Eso no es ser alguien falso?

Intento ahogar una risa, pero me resulta inevitable soltar una carcajada. Mikasa parece ofendida, pero lo cierto es que no me importa.

— Chica, eres la caña, de verdad...— finjo que me enjugo una lágrima y aprieto los labios para no seguir partiéndome delante de ella.

— ¿Qué es tan gracioso?— frunce el ceño, obviamente molesta.

— Que tú también lo estás haciendo.

— ¿Qué?

— ¿A ver...? Deja que te mire— y un tímido sonrojo aparece en sus mejillas cuando la cojo por la muñeca y le aparto el brazo para examinarla de arriba abajo—. Sí, definitivamente lo estás haciendo.

— Eren...— hace ademán de zafarse, pero yo aprieto más el agarre y clavo mis ojos en los suyos.

Me pierdo un poco más en todas las líneas que el vestido dibuja en su esbelta figura y siento un pinchazo en el pecho cuando reconozco para mis adentros que le queda de maravilla. Aparto esos pensamientos de mi mente y me centro en darle explicaciones.

— Has venido a la fiesta porque te lo ha pedido Jean, no porque realmente te apetezca estar aquí, y te has puesto un vestido para no quedar como el coñazo que eres— aclaro con franqueza—. Además, te has maquillado por poco que sea, cosa que no harías normalmente... Te ha insistido Sasha, ¿me equivoco?

— ¿Insinúas que no puedo arreglarme?— aparta la mano con brusquedad y me fulmina con la mirada.

— No. Insinúo que lo has hecho para que la gente no te mire de forma extraña y piensen que eres aburrida— me inclino un poco, sonrío de lado y le guiño un ojo, guasón—. Eres tan culpable como yo.

Mikasa desvía la mirada y se rasca el brazo, incómoda. Nos quedamos en silencio bastante tiempo, aunque no me parece incómodo. Todo lo contrario. Me distraigo observando la forma en la que mueve las piernas hacia adelante y hacia atrás.

— Connie te está buscando.

— Lo sé— suspiro, aburrido—. Me ha llamado tres veces.

— ¿Por qué te has ido?

— ¿Siempre eres tan pesada?— borde. Ella se encoje de hombros y me mira a los ojos a la espera de mi respuesta—. Básicamente, porque paso de quedarme de sujetavelas.

Soy testigo por el rabillo del ojo de cómo se muerde el labio inferior, avergonzada, pero no me importa. Aprovecho para estudiar el dorso del libro que tiene en su regazo y sonrío con nostalgia cuando compruebo que es de poesía.

— ¿Y tú?— digo después de un tiempo—. ¿Por qué estás fuera?

— Armin y Marco se marcharon hace tiempo, y Jean y Connie han salido a buscarte— suena un poco decepcionada.

— ¿Y qué?— me río—. ¿No tienes más amigos, o qué?— Mikasa se retuerce los dedos de nuevo.

— A-Aún no conozco a mucha gente...

— ¡Pues entra ahí dentro y desmelénate!— la animo—. Los tíos no tardarán en acercarse, créeme...— y se pone como un tomate.

— Es que... me da vergüenza— reconoce con un hilo de voz.

Dejo escapar un bufido de frustración y me rasco la cabeza, molesto.

<< No hace falta que me lo jures >> pienso.

— Dame tu teléfono— digo serio, y extiendo el brazo. Ella me mira con una expresión interrogante—. ¿Qué? No voy a comérmelo. Pásamelo de una vez.

La ojigris abre su pequeño bolso negro, desbloquea la contraseña y me tiende el aparato. Casi me muero de asco cuando distingo a la muchacha con Jean en el fondo de pantalla, pero me obligo a no exteriorizarlo. Trasteo el móvil lo más rápido que me permiten mis dedos mientras siento la mirada de Mikasa intentando adivinar mis intenciones.

— Toma— le devuelvo el teléfono y estudio su expresión, divertido. Acabo por dedicarle una de mis mejores sonrisas—. Ya tienes un nuevo amigo.

<< ¿Desde cuándo te rebajas tanto, Eren? >>

Mikasa comprueba que, efectivamente, figuro en su lista de contactos, y me ofrece una sonrisa a modo de agradecimiento, gesto que me cala el corazón.

— ¿Y Sasha, no os ibais a ver unas pelis?— quiero cambiar de tema, olvidarme de todas las gilipolleces que acaban de pasarme por la cabeza.

— Quedamos en que me llevaría a casa a las once, pero no la encuentro por ningún lado ni tampoco me coge las llamadas— suspira.

— ¿Quieres que te acerque yo?

<< ¡¡Pero estamos tontos!! >>

Mikasa me regala la mirada más brillante que he visto en mi vida, y no puedo ignorar la presión que me comprime el pecho.

— Te lo agradecería mu...

— ¡Ah, aquí estáis!— la interrumpe una voz a nuestras espaldas.

— ¡Jean!— canturrea ella con una sonrisa mientras gira la cabeza para cruzar miradas con el aludido.

No entiendo por qué, pero me invaden unas ganas tremendas de cargarme una pared a puñetazos. Me muerdo los carrillos en un intento de no soltar lo primero que se me pasa por la cabeza y miro a Jean con desdén, quien me saluda con un gesto de la mano.

— Sasha ha dicho que se quedará un poco más, y me ha preguntado si no te importaría ver las películas otro día— continúa él.

— No, que va— responde Mikasa.

— ¿Te llevo a casa?

— Estaba a punto de...— comiendo a decir, pero la ojiazul me interrumpe antes de que pueda acabar la frase.

— Muchísimas gracias, Jean.

El castaño se coloca a ras del muro y extiende las manos, invitando a Mikasa a lanzarse a sus brazos. Ella sonríe, toma su bolso y se deja caer sin ningún vacile. Jean la ayuda a incorporarse y a ponerle los botines, después ambos me dan la espalda y comienzan a alejarse por el césped que rodea la residencia.

Estoy a punto de volver a girarme cuando me percato de que la morena se ha volteado para mirarme.

— ¡Gracias por todo, Eren!— la sonrisa más dulce de la que jamás he sido testigo.

La despido con la mano y con una cara de gilipollas que me supera con creces.

<< ¿Se puede saber qué te pasa? >>

Vuelvo a quedarme solo con mis pensamientos, las mismas ridículas y estúpidas ideas que llevan comiéndome la cabeza toda la noche. Consulto la hora en mi móvil tras un largo silencio y decido que es hora de buscar a Connie para volver a casa, de modo que me guardo el teléfono en el bolsillo trasero del pantalón y...

— ¿Y esto?— extiendo el brazo para coger el libro de bolsillo que descansa a mi lado.

...

..

.

Son las 02:15 aproximadamente cuando salgo de la ducha con una toalla en la cabeza. Me seco el pelo húmedo con el paño y me pongo el pijama con el ánimo por los suelos y un cansancio que me puede en todos los sentidos: el pensar que mi padre vuelve a casa mañana, me está dejando frito.

Me dejo caer en la cama y estoy a punto de apagar la luz de la lámpara que hay sobre la mesita de noche cuando escucho la señal de notificaciones proviniendo de mi móvil. Ruedo los ojos y consulto WhatsApp mientras intento contener un bostezo.

¿? ~ Eren, soy Mikasa.

Y a mí casi me da una taquicardia. Me incorporo a la velocidad del rayo sobre la cama, la agrego inmediatamente a mis contactos y me dispongo a contestarle.

Tú ~ Dime.

Mikasa ~ Siento molestarte a estas horas, pero creo que me he dejado mi libro en la residencia. ¿Lo has visto?

Tú ~ Tranquila, lo tengo yo.

Mikasa ~ Uf, qué alivio. ¿Podría recogerlo mañana? Se me acaba el plazo para devolverlo a la biblioteca.

Tú ~ ¡Claro! Mañana por la tarde quedamos en el Starbucks que hay al lado de la universidad, si quieres.

Mikasa ~ ¡Genial! Gracias por todo, de verdad.

Tú ~ No, no... Mañana quiero veinte pavos, o me lo quedo ~ sonrío mientras escribo, mi respiración entrecortada sacándome de quicio.

Mikasa ~ Jajaja. No puedo darte veinte pavos, pero puedo invitarte a un café...

Tú ~ Trato hecho.

Mikasa ~ ¡Perfecto, entonces! Buenas noches, Eren.

Una sonrisa involuntaria se dibuja en mis labios cuando dejo el móvil sobre la mesita de noche, mi corazón dando saltitos de alegría.

Cojo el libro de Mikasa y vuelvo a echarle una ojeada a la portada, sobre la que descansa el nombre de Shakespeare. Abro una página cualquiera y estoy a punto de leer "Shall I compare thee to a summer's day? " ("¿A un día de verano compararte?"), cuando un papelito cae en mi regazo. Una nota escrita a mano.

Una dirección.