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Capitulo I

El sol se despide detrás de los edificios, mientras, a sus espaldas, estos arrojan largos pedazos de sombras a las humildes viviendas de los barrios bajos y sus empedradas calles, hogares en obra negra y calles abandonadas a su amarga suerte. Una joven camina a toda prisa descalza, sostenido con desesperación y un abrazo constructivo un pequeño morral y una par de absurdos tacones de plataforma, viejas cicatrices tan visibles en su piel mulata como su vestido blanco, que resalta a sus pálidos labios junto a una temerosa y temblorosa sonrisa. Alimentada por una determinación de nervios frágiles y la impulsividad de un animal desbocado sin camino o destino más allá de sus propios pensamientos.

Los transeúntes, por su parte, no tardaron mucho en tacharla de demente o desechable, entre dientes, pues se esfuerzan en evitar a toda costa cruzar cualquier mirada.

El hostil silencio del ambiente y su turbio lenguaje mudó es claro para la jovencita, apresura, él pasó sin más señales que su miedo a quienes la miran, ignorantes de su situación, lo único que la acompaña es el frenético ritmo tarareado por sus pasos. Hasta llegar a un abandonado lote donde la hierba alta esconderá su figura del mundo. Cañafístula se llama el mundo del que se oculta, cañafístula, un pequeño barrio de Caucania, barrio llenado hasta el último rincón abruptamente por el frío viento augurio de las próximas horas o tal vez momentos.

Al mismo tiempo, ignorante del mensaje del viento, acostada en algún rincón, al fin se sintió solá, segura y fuera de los ojos de todo el mundo, la oportunidad de dejar a su cuerpo descansar sobre la fría tierra, sentir la humedad del suelo entre sus dedos, el olor de velas en algún altar cercano, su respiración en calma, incluso pudo sentirse somnolienta y cómoda, capta todos los ruidos a su alrededor, imperturbable, solo la acompañan, hasta el ruido más estridente la invita a descansar, en la sensación de ligereza y liberación que la acompaña.

El vestido blanco se manchó de barro mientras sus sueños por fin adquieren forma en su mente, en lugar de la oscuridad absoluta como en el pasado, donde ni soñar podía porque no había con qué soñar. Su sonrisa nacida desde lo profundo de su pecho, le confirmo el hecho de que ya no estaba atrapada en la hacienda Caña Brava, ahora era libre de don Pedrito.

La cañabrava es la hacienda más conocida de la región con tierras tan fértiles que cualquier fruto o árbol del jardín podría crecer en ese suelo y a nadie le extrañaría, como tampoco sería el hecho que los rumores sobre la malignidad de quienes viven y trabajan en ese lugar, y por encima de todos, la enigmática figura de su dueño, únicamente conocido bajo el nombre de «Don Pedrito» tan poderoso que no hay rincón de Caucania donde su influencia no pueda ser ignorada, cada centímetro de cada rincón y calle parece haber recibido su bendición para existir. A don Pedrito y su caña brava en silencio la rodean de rumores sobre lo que ocurre en ese lugar bajo sus órdenes.

Desde personas que van un día y la misma tierra se las traga para jamás ser vistos nuevamente, hasta la historia de una o tal vez más jovencitas que hambrientas de dinero o necesidad fueron a buscar un trabajo honrado, y ahora, se cree que son el entretenimiento de los visitantes, generalmente socios de negocios de Don Pedrito y entre ellas se sabe de una que despierta el deseo en cualquiera que visite la hacienda y que solo se le ofrece a aquellos qué Don Pedrito crea oportunos para sus intereses.

Regresando a la joven en el lote, descansa plácidamente oculta por la maleza y observada por la luna que ya había hecho acto de presencia mientras ella dormía, el sueño de la joven, sin embargo, empezó a ser perturbado por el mareante sonido de sirenas a la distancia, la bulla de patrullas próximas a llegar, bastó para borrar la sonrisa que hasta ese momento adornaba su rostro, las sirenas están más cerca y a lo lejos por las mismas calles por donde había llegado, estaban haciendo su entrada a toda marca, cuál jauría de perros detrás una presa. Lo cual a su pesar solo indicaba una cosa: Don Pedrito ya sabía que había escapado, y había mandado a buscarla.

Las patrullas venían acompañadas de motocicletas y otros carros de vidrios oscuros manejados por personas que obviamente no eran oficiales, y frente a todos ellos un oficial con una sonrisa burlona, con su arma en la cintura y un megáfono en la mano.

— Buenas noches, mis queridos habitantes del barrio Cañafístula, nido de pelados y desechables, les habla el capitán Corzo — saludó a través del megáfono el oficial.

— Les cuento que a Don Pedrito se le voló una perra, una malagradecida, tiene el cabello negro y largo, unos bojazos café clarito y unos huequitos en las mejillas que cuando sonríes se ve bastante bonita la malparida, se llama Lucía — agregó el oficial haciendo especial hincapié en el nombre de la joven con un tono marcado, grave y vibrante en su voz.

La joven, ahora de rodillas, aún resguardadas por la hierba alta y la oscuridad, había empezado a temblar presa del pánico que la envolvía, haciendo pesada su respiración. Aún no había visto al oficial, pero su voz, para ella, era inconfundible, ese hombre, el capitán Corzo, ella lo conocía como "Cadena", trabajaba para don Pedrito, cuidando su hacienda con el uso de agentes de policía y manejaba la seguridad dentro de la hacienda.

Como oficial, suele asegurarse de asfixiar cualquier investigación contra su patrón y la hacienda, sin dejar de mencionar que perseguía y vigilaba a cualquiera que se atreviera a escudriñar los secretos de la caña brava o tan siquiera alzara la voz en contra.

Mientras tanto, Lucía luchaba por reaccionar del paralizante miedo que la mantenía inmóvil, al mismo tiempo los carros, patrullas y motos empezaron a moverse con cautela, la están buscando sin espacio a dudas.

— ¡Lucía, salga! — gritó Corzo por el megáfono, aterrorizando la piel de Lucía, quien se dejó caer al suelo y empezó a abrazar su cuerpo en posición fetal mientras intentaba que no la escucharan llorar.

En ese momento, con sus perseguidores cerca del abandonado lote donde estaba, el cielo mismo se apiadó de ella y un aguacero torrencial, ocultó su llanto.