—¿La sorpresa es comer pizza?
—Algo así, pero no es cualquier pizza, Helena. Esta pizzería es la mejor que hay en toda la ciudad, pero qué digo, de todo el estado—respondió su hermano con entusiasmo.
Helena asintió, mientras bajaban del coche y se adentraban en el local.
A simple vista, parecía una pizzería fuera de lo común. Las paredes estaban decoradas con vibrantes paisajes de playas paradisíacas, invitando a soñar con vacaciones tropicales. Las mesas, con forma de rebanadas de pizza gigantes, daban un toque divertido al lugar, mientras que pequeñas palmeras en cada esquina completaban la decoración tropical. En una sala especial para los niños, un tobogán multicolor esperaba pacientemente a los pequeños aventureros. Las luces de neón, de diversos colores, iluminaban todo a su paso, creando una atmósfera mágica y vibrante. Y como si fuera poco, la música chillout llenaba el ambiente con melodías relajantes, perfectas para disfrutar de una deliciosa cena en familia.
El aroma a pizza recién horneada inundaba sus narices, despertando una deliciosa sensación de apetito. Helena no podía esperar más para probar una de esas pizzas gigantes.
—Wow, ya me tienes sorprendida, me gusta el estilo—comentó ella, y no entendía porque ese lugar le resultaba bastante familiar, si era la primera vez viéndolo.
—Es un local nuevo, lo abrieron la semana pasada. Espera a que veas la sorpresa.
—Tiene que ser la pizza.
—Ya lo veremos, ven vamos a pedir—su hermano le tomó la mano y la llevó hacia el mostrador.
—Mejor voy a apartar una mesa—dijo al ver entrar varias personas al local.
—Va, entonces ¿qué pizza quieres?
—Elige la Hawaiana, me imagino que es la especial por el nombre del local—sugirió ella, cuando sus ojos paseaban por las letras grandes que adornaban el letrero: "Pizzas Hawaii". Le pareció curioso pensar que si algún día tuviera su propia pizzería, podría llamarla de la misma manera. Las pizzas Hawaianas eran sus favoritas.
—La pizza tropical está mejor que esa—agregó su hermano.
—¿Pero también tiene piña?
—Claro, todas las pizzas tienen piña Helena. Pero la tropical tiene un toque extra: coco rayado en el borde, es deliciosa—respondió él, con una sonrisa.
—Bueno, entonces, ¿por qué me preguntas si sabes que esa es mejor?
—jaja, lo siento, de hecho todas estan muy ricas, pero esa es mi favorita.
—Pues entonces elige la tropical. Podría ser también mi favorita.
—Vale...Oye hermana, debo decirte algo—dijo su hermano con un tono un tanto serio, justo antes de separarse de ella.
—Sí, dime.
—Mmm, ya no es nada. Mejor ve apartar la mesa, ¿quieres?.
...
La morena eligió una mesa junto a las ventanas, donde podía contemplar la vista y evocar recuerdos que sus ojos habían olvidado hace tiempo. Pero por alguna razón, todo parecía diferente a lo que recordaba.
La ciudad ya no lucía desolada como solía ser. Los autos que cruzaban las calles dejaban una estela de luces de colores, un centenar de ellas, indicando el bullicio de personas en esa ciudad llamada Terreno Plano, desconocida para muchos en la región. Sin embargo, los comunicados se habían encargado de unir a más de una familia y los ojos de Helena estaban muy seguros de ello.
Su mirada se posó en su hermano, el único que tenía, quien era mayor que ella. Juntos habían compartido innumerables secretos en su juventud, secretos que habían forjado su vínculo y definido su pasado común. Y ahora, uno de esos secretos había resurgido, materializándose en su mesa en forma de una sorpresa que dejó a Helena sin palabras.
—¿Helena?—inquirió un muchacho de lentes, acercándose a ella.
—¿Aidan? ¿Qué haces aquí?...quiero decir, porque estás aquí—dijo Helena, pasando su cabello detrás de las orejas, quizás hasta un poco intimidada.
—Las pizzas son mi debilidad, ya deberías saberlo—respondió este mirándola fijamente.
—No, digo, ¿Volviste por el comunicado?— dejó escapar las palabras, apartando la mirada de él.
—Supongo que tú por eso regresate al pueblo—respondió él, pero Helena no lo hizo.
-...
—Pues, me alegra verte, Helena.—
Las manos de la escritora temblaban con una intensidad que no podía controlar. Su corazón latía desbocado en su pecho, como un tambor de guerra anunciando una batalla inminente. El hombre que tenía frente a ella, a escasos centímetros de distancia, era uno de los responsables de su dolorosa partida del pueblo.
Su mirada se clavó en su rostro, en esos ojos que alguna vez brillaron con promesas que jamás fueron cumplidas.
—Helena, ya tengo nuestras pizzas— anunció su hermano llegando detrás del muchacho con anteojos.—Aidan, llegaste a tiempo, vamos, siéntate con nosotros—dijo su hermano ofreciéndole una silla para que se uniera a ellos para comer. Al ver eso, Helena colocó sus manos sobre su rostro, sintiendo una oleada de emociones abrumadoras.
—Vaya, hasta que los tres estamos juntos de nuevo, como en los viejos tiempos—comentó su hermano con una sonrisa en su cara.
—Así es, como en los viejos tiempos—contestó el chico de lentes. Matt simuló bajar las manos de Helena, quien aún las mantenía en su cara.
—¿Cómo está Nathan? Así se llama tu hijo, ¿verdad?— preguntó la morena a su invitado.
—Sí, Nathan de Jesús. Él está bien, de hecho, está con su madre—respondió él.
—Y Sofía, ¿cómo está?—preguntó, ahora disimuladamente jugando con el salero.
—¡Helena!—su hermano elevó la voz al ver lo que trataba de hacer.
—Creo que está bien, estamos divorciados desde hace meses.
—Me imagino que tienen custodia compartida—ella volvió a alzar la voz.
—No, ella ganó en el jurado, es su madre pues.
—Sí, pero tú eres el padre Aidan—Alego Matt en defensa de su amigo.
—Las mamás siempre llevarán la ventaja, hermanito—dijo mirando a su hermano, y esté con gestos le dijo que se detuviera, pues ambos ya conocían las respuestas a esas preguntas.
—Si, eso es verdad—dijo el joven de lentes batallando por encontrar los ojos de la morena.
—¿Por lo menos puedes visitarlo?—continúo con las preguntas.
—Si, una o dos veces a la semana.
—Eso ya es algo...Bueno, comamos que la pizza se enfría.—dijo Matt tratando de romper con las preguntas incómodas de
su hermana.
—Provecho—dijeron Helena y el chico de lentes al mismo tiempo. Sus ojos se agrandaron al instante.
—Jaja, siguen sincronizados, no lo puedo creer, ustedes sí que...
—¡Delicioso!—Helena interrumpió las palabras de su hermano, llevándose un pedazo de pizza a la boca.
—Que bueno que te guste—respondió el joven que la incomodaba con solo mirarlo a sus ojos. Este le sonreía a la vez que comía su pizza.
El chico mantenía la misma sonrisa desde que llegó con ella. A pesar de sus preguntas incómodas, su risa resultaba insoportablemente encantadora. No importaba lo que dijera, el optimismo de ese muchacho era más grande que el de ella, y en eso estaba segura.
—No se vale hermanita, agarraste la rebanada más grande.
—Esa es la Helena que conozco— terminó diciendo su viejo conocido.
Helena notó cómo los ojos de Aidan se iluminaron al encontrarse con los suyos, como si cada mirada fuera un destello de luz en la oscuridad de sus pensamientos. Pero lo cierto era que la ira ardía dentro de ella como un fuego voraz, consumiendo todo a su paso, mientras luchaba por contenerse antes de que estallara en una tormenta de emociones descontroladas. Cada palabra de él, cada gesto amable, solo avivaba las llamas de su furia, recordándole todo lo que había perdido por su culpa.
—Tienes razón, Aidan. Lena siempre escogía la rebanada más grande y sigue con lo mismo—terminó de decir su hermano entre risas.
—Aidan, ¿cuándo piensas irte, o es que ya vives aquí?— preguntó, con un tono que dejaba entrever su frustración.
—Helena, ya basta, no seas grosera. Acaba de regresar y ya le estás diciendo que se vaya. Dios, ¿por qué eres así?— intervino su hermano, tratando de calmar la tensión que surgía entre ambos.
― No, Matt, en absoluto está siendo grosera... de hecho, estoy considerando irme la próxima semana, siempre y cuando no ocurra nada en la reunión de mañana, por supuesto.
―La reunión de mañana, ¡se me había olvidado por completo! Nosotros también asistiremos. ¿Qué creen que nos dirán?—dijo Matt sorpresivo.
—Espero que nos expliquen la marca que apareció en nuestro dedo. Es extraño ver un tatuaje en mi piel—habló Aidan, buscando con sus ojos las manos de Helena, pero esta ya tenía los brazos cruzados de antemano.
—Bueno, a ustedes, porque yo no tengo una. Y hermanita, dame tus manos porque quiero ver tu marca de nuevo—Matt sujeto los brazos de Helena y los colocó sobre la mesa, revelando el trazo de un anillo con tintes oscuros en su dedo anular derecho.
—Mira, Aidan, la marca de Helena es diferente a la tuya.
—Cierto, Helena tú marca es preciosa, es muy bonita.—Su invitado no dejaba de ver su mano mientras sonreía. Ella se levantó de la mesa, con la pizza a medio comer en su boca y dijo:
—Voy por agua.
—Los refrescos aún no llegan, espera hermana, iré por ellos. Vamos, siéntate—insistió su hermano, mientras la guiaba hacia la silla con determinación.
Ella tragó en seco el pedazo de pizza que sentía atorada en su garganta al darse cuenta de que se encontraba sola con su viejo conocido en aquella mesa.
—Hay algo que debo decirte, Helena. Es algo serio—soltó el muchacho de lentes, dejando su rebanada de pizza en el plato. Helena apartó la mirada, observando por la ventana, permaneciendo en silencio.
Su corazón latiendo con ansiedad ante la solemnidad en la voz que tenía delante, mientras su mente se perdía en el recuerdo del último encuentro con aquel encantador joven al que le había pedido matrimonio.
"Helena, una joven recién graduada de preparatoria, se encontraba en una encrucijada dividida entre seguir su corazón o escuchar la voz de la razón.
Sus padres deseaban que se fuera a estudiar a la capital del país, pero su corazón estaba completamente entregado a su entonces novio llamado Aidan Madeira.
Helena, con el corazón rebosante de amor, le propuso lo impensable: vivir juntos. La idea de separarse de él la llenaba de una profunda tristeza que no podía soportar. Sin embargo la respuesta de Aidan la dejó atónita y desconsolada.
Con lágrimas en los ojos, él le explicó que no podía ofrecerle la vida que ella merecía. Su situación financiera era precaria, y no quería verla sufrir por las carencias. Le sugirió que aceptara la propuesta de sus padres y se fuera a estudiar a la capital, donde tendría la oportunidad de alcanzar sus sueños y construir un futuro brillante.
Las palabras de Aidan resonaron en el corazón de Helena como un golpe certero, desmoronando la imagen del chico humilde y comprensivo que ella siempre había creído que era. Ella le respondió que el dinero no le importaba en absoluto, que con el amor que compartían serían suficientes para vivir felices.
Pero Aidan, seguía insistiendo en que lo correcto sería que ella continuara con sus estudios, pues ese era el deseo de ambos. Afirmaba que él no lograría alcanzar esos sueños, pero que confiaba plenamente en que ella sí podría hacerlo.
Ante la negación de su novio, Helena dejó en claro que no creía en el amor a larga distancia. Fue entonces cuando Aidan le respondió con una promesa: que nunca dejaría de estar en contacto con ella, que la esperaría pasara lo que pasara... pero esas palabras, se las llevó el viento."
Antes de que su exnovio pudiera articular una sola palabra, Helena se levantó de la mesa con un movimiento brusco, como si huyera de un fantasma.
—Tengo que ir al baño—susurró con voz entrecortada, apenas un hilo de sonido que se mezcló con el bullicio del restaurante. No esperó una respuesta, no miró a su exnovio ni una sola vez. Simplemente se alejó, dejando atrás la mesa y con ella, un pasado que aún la perseguía como una sombra persistente.
Su exnovio la vio partir, atónito e impotente. Las palabras que había preparado para ese encuentro se desvanecieron en el aire, ahogadas por la repentina ausencia de Helena. Un silencio incómodo se apoderó de la mesa, roto solo por el tintineo de los cubiertos y el murmullo de las conversaciones a su alrededor.
En el baño, la morena se miró en el espejo, sus ojos enrojecidos por las lágrimas que finalmente habían escapado. Su rostro, enmarcado por mechones húmedos de cabello castaño, reflejaba más que dolor una muina y enojo que ardían en su interior.
Sabía que este encuentro había reabierto viejas heridas, pero también era consciente de que no podía seguir huyendo del pasado. Era hora de enfrentarlo, de una vez por todas.