Con la vista fija en la carretera, Helena irradiaba un aura de dominio, como si fuera ella la que dirigía el vehículo, a pesar de ser solo la copiloto. Una inquietud inexplicable se apoderaba de su ser, una sensación que la perturbaba y crecía con cada minuto que pasaba encerrada en ese automóvil junto a su viejo conocido.
No dejaba de pensar en los eventos extraños que habían ocurrido en los últimos días, y lo que más resonaba en su cabeza, eran la palabras de aquella mujer de orejas puntiagudas que la dejaban con más preguntas que respuestas: ¿Qué significaba ser una pareja de Infinitys? ¿Qué implicaba experimentar sensaciones más extremas y por qué eran inevitables?
Estas interrogantes, como ecos persistentes, buscaban respuestas que parecían huir de su alcance. Un escalofrío recorrió su columna vertebral al preguntarse: ¿Y si lo que estaba sintiendo ahora era precisamente lo que esa mujer había advertido?
—Helena—La suave voz de Jensen hizo que su cuerpo se tensara, mientras su corazón comenzaba a latir con fuerza.
—Sí, dime —respondió con dificultad, dejando escapar un suspiro tan notable que hizo que Jensen se volviera hacia ella.
—¿Cómo te sientes? —tartamudeó él, y ella también notó su respiración agitada.
—Me siento muy rara. Y supongo que tú también te sientes igual.
—Así es. Voy a detener el auto, necesito un poco de aire.
—Por favor —dijo ella.
El auto quedó estacionado, liberando a sus ocupantes de un calor sofocante. Salieron a la intemperie inhalando aire fresco a grandes bocanadas, mientras se abanicaban con las manos. Ambos sudando profusamente, como si acabaran de correr un maratón bajo el ardiente sol de primavera.
―¿Por qué crees que nos consideran pareja, o ese de ser Infinitys, porque nosotros?―preguntó Jensen al otro lado de la camioneta, con la respiración más calmada, sorprendiendo a Helena con su pregunta.
―Hmm, no lo sé. Dijeron algo sobre cumplir ciertas condiciones relacionadas con una estrella fugaz y cosas así, pero no tengo claro lo que explicaron― respondió, evitando encontrarse con la mirada del futbolista.
―Cierto. Estoy igual, pero recuerdo que mencionaron cuatro condiciones, ¿verdad?
―Parece que sí.
―¿Qué crees que podrían ser esas condiciones?
―Mmm, dime, ¿por qué una estrella fugaz propondría esas condiciones a alguien?—preguntó, moviendo sus manos con inquietud.
―Ay, Helena, esas preguntas déjalas para un astrónomo. ¿Yo qué sé? Apenas sé que tú eres mi pareja cósmica.
―No, tonto, me refiero a qué haces cuando ves una estrella fugaz.
―Ah, pedir un deseo.
―Exacto. ¿Y has pedido alguno a una estrella fugaz?
―Sí, creo que lo he hecho en varias ocasiones―menciono Jensen mirando al cielo.
―Yo también lo he hecho―contestó ella, mirando en dirección opuesta al joven.
―¿Quieres decir… que esa sería una condición, que ambos hayamos pedido un deseo a una estrella fugaz?
―Eso creo.
―¿Y cuál sería la segunda condición?
―No me dejes pensando sola, tú también haz algo―replicó elevando un poco la voz.
―Eso estoy haciendo. Hmm, ¿qué has pedido en esos deseos?
―No recuerdo. Eso fue hace mucho tiempo.
—Bueno, pues trata de recordar. Yo recuerdo haber pedido ser un buen futbolista, ese deseo ya se cumplió, claro está. El otro que desee, fue jugar fútbol toda mi vida, que espero que también se haga realidad. Y el último deseo que pedí fue recientemente, pero eso es un secreto.
—¡Oh, un secreto!—contestó ella de forma misteriosa.
—Me gustaría formar una familia algún día…—añadió él, revelando un anhelo profundo en sus ojos.
—Entonces, eso ya no es un secreto—
Helena soltó una pequeña risa al escucharlo decir aquello.
—Diablos ¿Hablé en voz alta verdad?
—¡Sí que lo hiciste!—volvió a reír, escondiendo su risa tras las manos.
—Y, tu…¿Ya recordaste algo?—dijo algo nervioso.
—Espera, creo que tengo algo.
—Qué pediste.
—La primera y última vez que pedí un deseo a una estrella fugaz fue cuando era una niña. Yo …deseé…vivir.—Su voz temblaba ligeramente al evocar aquel momento.
—¿Vivir?
—Asi es. Pedí ese deseo cuando estaba muy enferma—Los ojos de Helena parecían perdidos en el recuerdo, nublados por la emoción. Jensen la observaba con inquietud, secándose el sudor de la frente antes de hablar:
—Ya veo. Lo entiendo. Entonces, si tú pediste vivir y yo cosas de fútbol, eso…
—No creo que eso sea una condición —dijo la morena, levantando la vista para encontrarse con su mirada.
—Tampoco yo... pero oye, ¿recuerdas exactamente el día que pediste ese deseo?
—Fue… —por un instante, se estremeció al recordarlo—el día… cuando toda la clase llegó a visitarme a mi casa. Esa noche.
—¿Esa noche?
—Si.
—Helena… yo también pedí mi primer deseo esa noche—dijo sorprendido el futbolista.
—¿Estás seguro?
—Sí, lo recuerdo porque... sí, fue ese día —soltó sin más.
—Entonces, esa sería otra condición. Que hayamos pedido el deseo a...
—...la misma estrella fugaz—sus voces se entrelazaron y después de aquello se apaciguaron. Jensen aclaró su garganta antes de seguir con la siguiente pregunta.
—¿Cuáles serían las otras condiciones restantes?
—No lo sé, ya no se me viene nada a la mente.
—A mí tampoco…—dijo el joven con un suspiro.—¡Oye! ¿todavía sientes las sensaciones extrañas? Digo porque yo ya nos las siento. De hecho, desde que empezamos a hablar, deje de sentirlas.
—Eso es cierto.—afirmó con convicción—Creo que si dialogamos entre nosotros, podemos evitar esas sensaciones. Pero si optamos por el silencio, esas sensaciones volverán a surgir.
—¿Será?
—Pues yo creo.
—Bueno, pues hay que intentarlo —sugirió él, decidido a poner a prueba la teoría.
La pareja guardó silencio por un momento. Y efectivamente, al parecer Helena tenía razón, pues las extrañas sensaciones comenzaron a retornar lentamente en sus cuerpos.
—Entonces debemos hablar en todo el camino como pericos—aclaró él de forma exasperante.
—Si es que tú y yo estamos cerca, claro. Ehmm, pero sabes, creo que sería mejor evitarnos…Yo ire a tomar el autobús.
—Espera. No creo en eso—respondió Jensen con voz firme.
—¿En qué?
—En que debemos hablar para no sentir esas sensaciones.
—Pero ya viste, mejor dicho, lo sentiste y…
—Entonces, ¿cómo explicas lo de esta mañana? Ambos estuvimos en silencio, componiendo y arreglando el cuarto, y no logré sentir nada de eso. ¿O tú sí?—preguntó, mirándola directamente, con una mezcla de curiosidad y preocupación en sus ojos.
Ella se sintió momentáneamente abrumada por la intensidad de su mirada, pero trató de mantener la compostura. —No... aunque puede que por ahí vaya la cosa. Pero de todas formas, es mejor que nos alejemos —dijo refutando su teoría. A pesar de que esas sensaciones aún la embargaban, parecía que el futbolista no se veía afectado por ellas.
—Estoy de acuerdo en eso —concluyó el futbolista, mientras se subía al vehículo.
La joven morena bajó cuidadosamente su bolso y se encaminó hacia la parada de autobuses, que se encontraba a pocos metros de distancia. Con un intercambio de miradas se despidieron y luego ella observó cómo su lazo cósmico dejó de brillar, como también las sensaciones que emanaban desde su interior.
A punto de subir al autobús, lista para abordar, un rugido ensordecedor la interrumpió. Un camioneta estacionada a su espalda emitía un sonido irritante de la bocina, llamando su atención. Al voltear, se encontró con el rostro de Jensen, quien la invitaba a acercarse desde el otro lado de la ventana.
—Jensen, te dije que…
—Hablaremos en todo el camino. ¡Vamos, sube!—insistió él.
—Pero, es que no es eso... —Las palabras brotaron de sus labios en un murmullo apenas audible, tan ligero que se diluyeron en el aire antes de llegar a los oídos de Jensen. A pesar de su insistencia, él no logró descifrar ni una sola sílaba. Sin embargo, ella, sumida en un mar de dudas y emociones encontradas, se encontró obedeciendo a una fuerza inexplicable que la empujó hacia el interior del camioneta.