—Estás encendiendo la pasarela —observó Kiba con una sonrisa de aprecio—. No dejes que mi presencia te perturbe.
En el escenario, Teresa se sentía tentada por su mirada y su rostro diabólicamente guapo. Sentía como si su traje de baño desapareciera en el aire y su piel hiciera contacto directo con su cuerpo. Sus pezones se endurecieron y la sensación húmeda entre sus muslos se intensificó.
—¿¡Qué fue eso!?
Teresa se sorprendió por la excitación que sentía. Cuanto más lo miraba, más fuerte se volvía la sensación.
Su presencia sola era una fuente de excitación. No era por sus poderes ni por las características de su cuerpo que incluso avergonzarían a los Dioses.
No, era debido a su disposición y al encanto que había ganado de cientos de conquistas exitosas.
Su cuerpo irradiaba el aura de un seductor experto y solo una mujer podía sentirlo, experimentar lo que era capaz de hacer en la cama.
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