En medio de viejos árboles salvajes, había un cráter de cien metros de ancho. Los pájaros y las bestias en las cercanías corrían echando un vistazo al responsable de la destrucción de su hábitat.
Al borde del cráter, Sophia estaba con una expresión abatida. Permanecía en silencio, su cara enrojecida por la vergüenza.
Una silueta borrosa apareció a su lado y se convirtió en Aileen.
—Ya casi es hora de comer —dijo Aileen con respeto—. Deberíamos regresar.
Ella había observado todo lo que sucedió desde la distancia. Sabía por qué la joven señorita hizo lo que hizo. Por eso podía entender su embarazo.
—¡Ah...! —Sophia se alegró por el rescate oportuno. Secretamente miró de reojo y notó que él la estaba mirando.
Sophia rápidamente movió los ojos a otro lugar y dijo:
—¡Tengo que irme!
Giró sobre sí misma, ya no queriendo quedarse en ese lugar ni un segundo más. Dio un paso adelante cuando una voz llegó desde atrás.
—Espera.
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