Mientras amanecía a bordo del Lucian, Xenia sonrió al despertarse al lado de su siempre amoroso pareja. Darío se levantó tan pronto como ella, y le dio una sonrisa radiante mientras la saludaba.
—Buenos días, mi amor —sonrió él.
—Buenos días también, mi rey —respondió ella con una sonrisa propia—. Supongo que nadaré en cuanto terminemos el desayuno, ¿verdad?
—Así es —se rió Darío—. Estoy seguro de que ahora puedes manejarlo. Ya lo has hecho antes. Puedes hacerlo de nuevo.
¿Y acaso no era esa la verdad? Xenia estaba convencida de que nadar a través del océano no sería tan difícil como la última vez que lo hizo. Además, solo era un día más de natación. ¿Qué más había para ella que no fuera hacerlo?
—Por supuesto —sonrió orgullosa Xenia—. Va a ser bastante fácil esta vez también. Conmigo ya habiéndolo hecho antes.
Claro, quizás había unos cuantos tiburones otra vez, pero eso era de esperar, supuso ella.
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