—En cuanto termine la fiesta, quiero que salgas de aquí, si no lo haces, asumiré que quieres que te ataque con todo lo que tengo.
Mauve podía sentir las lágrimas cayendo por su rostro. No estaba sintiendo mucho dolor, era el miedo lo que la hacía llorar. Sollozó y enterró su cabeza en los hombros de Jael.
—Sí, Señor —dijo Danag y se acercó a Seraphino que todavía estaba inclinado hacia adelante.
—No me toques con tus repugnantes manos —él se puso derecho—. Supongo que guardaré esto como un recordatorio.
—Danag, no estaré en el comedor para la segunda comida. La tomaré aquí.
—Sí, Señor —respondió Danag e hizo una reverencia.
Mauve escuchó la puerta cerrarse y lentamente levantó la cabeza de sus hombros. Alzó la vista para verlo mirándola fijamente. Él le secó las lágrimas del rostro.
—¿Está bien? —él preguntó suavemente, todo rastro de enojo había desaparecido. Era difícil creer que apenas un par de segundos antes, había estado dando órdenes tan estrictas.
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