Cinzia, la Reina, se peinaba frente al gigantesco espejo. Acababa de despertar y trataba de calmarse. Se masajeaba el rostro, levantando los músculos faciales hacia arriba para lograr un resplandor juvenil.
—Ah, hoy es un día luminoso. No más estrés —susurró Cinzia y tomó una profunda respiración.
Habían estado trabajando con los prisioneros y se aseguraron de mantenerlos en su lugar torturándolos. Algunos murieron en el proceso, pero a ella no le importaba.
El día de Cinzia se arruinó cuando todos los prisioneros capturados dijeron que Rosina era la culpable detrás de la fuga, y ella inicialmente pensó que Rosina había muerto.
—Esa pobre perra —refunfuñó Cinzia y agarró el peine demasiado fuerte, haciendo que la madera se rompiera. Suspiró hondo y exhaló un soplo.
Cuando Cinzia escuchó mencionar el nombre de Rosina, le causaba demasiado estrés saber que debería haberla matado.
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