Después de quitarle los zapatos a Penny y limpiar la herida de su frente, Damien subió la manta sobre ella. Acomodándola cuidadosamente, salió al patio para mirar el mar embravecido de la noche.
Para cuando habían dejado el pueblo abandonado, ya era bastante oscuro porque la noche había caído rápidamente. Sacó el puro y lo encendió en el viento frío, arrojando la cerilla al vacío, cuyo final se agotaba antes de llegar a la mitad del camino hacia la superficie del agua. Estaba sucediendo tanto en este momento. Primero, eran las brujas negras y ahora los cambiadores y después la alineación de estrellas.
Se preguntaba qué más había en la tienda que todavía le quedaba por ver.
Su primo Alejandro, era algo que tendría que averiguar. Había algo que le había estado royendo en la mente sobre el mismo asunto. Era la bruja que estaba asignada a una de las iglesias que rara vez aparecía y si lo hacía, algo en su mente lo rascaba donde no podía señalar claramente.
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