``` La historia de un hombre que trae la muerte y una chica que la niega. ---- En la montaña embrujada del reino, dicen que vivía una bruja. Ella nació princesa. Pero incluso antes de su nacimiento, el sacerdote la declaró maldita y exigió su muerte. Envenenaron a la madre para matar al bebé antes de que diese a luz, pero el bebé nació de la madre muerta —una niña maldita. Una y otra vez, intentaron matar al bebé pero ella milagrosamente sobrevivió cada intento. Dándose por vencidos, la abandonaron en la montaña embrujada para que muriera pero ella aún sobrevivió en esa tierra estéril —una bruja. —¿Por qué no muere? Años más tarde, la gente finalmente se hartó de la bruja y decidió quemar la montaña. Pero el Diablo llegó en su rescate y la llevó consigo de aquel lugar en llamas, porque morir no era su destino ni siquiera entonces. Draven Amaris. El Dragón Negro, que gobernaba sobre los seres sobrenaturales, el Diablo con quien nadie deseaba cruzarse en su camino. Odiaba a los humanos pero esta determinada chica humana lo atraía hacia ella cada vez que estaba en peligro. —¿Es realmente humana? Él se llevó a la humana con él y nombró a esta misteriosamente tenaz chica “Ember”, un pedazo de carbón ardiente en un fuego moribundo. Un alma manchada de venganza y la oscuridad del infierno, se levantaría de las cenizas y cumpliría su revancha. ------ Este es el segundo libro de la serie de Los Diablos y Las Brujas. El primer libro es - La hija de la bruja y el hijo del diablo. Ambos libros están conectados entre sí, pero puedes leerlos de manera independiente. ```
Como si la orbe que parecía una llama estuviera aislada por una barrera invisible que no le permitía avanzar. Si se acercara, se asfixiaría. Cuanto más lo intentaba, más fuerte se volvía la fuerza asfixiante, y se sentía con ganas de vomitar. Era la misma náusea que habría sentido si su cuerpo mortal hubiera sido arrojado desde lo alto y estuviera cayendo al abismo.
Con una respiración profunda, Ember abrió sus ojos. Todo su cuerpo temblaba y estaba cubierto de un sudor frío. La sensación de estar siendo asfixiada no desaparecía y se sentía débil, como si sus piernas fueran a fallarle en cualquier momento.
—¿Señorita? ¿Señorita? —preguntó la mujer pelirroja—. ¡Sanadora! ¡Necesito un elixir! ¡Rápido! ¿Señorita? ¿Puede oírme?
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