Edith era la atractiva cuarta hija del Conde Montgomery y tenía su futuro asegurado. Estudiaba en la Universidad de Pulmina y se codeaba con la crema de la sociedad Pulmense. De cuna alta y vida de lujos, ella no se relacionaba con gente socialmente inferior y disfrutaba de todo lo que el dinero podía comprar. Jack era su opuesto. Pero a veces los opuestos no sólo se atraen, sino que se parecen demasiado.
Cuando Edith regresó al departamento junto a sus amigas, se sentía más cansada de lo que hubiera debido. También estaba borracha, en un mal viaje.
Ya era de noche y habían llegado de El abrazo Pulmense muy tarde. Edith había intentado concentrarse en el jolgorio de la fiesta, flirtear con los que estaban ahí y tomar cerveza para divertirse, pero no había podido sacar de su mente al extraño chico basurero de ojos profundos azules. Pero eso no había sido lo peor. Todo el malestar por el que había pasado había sido poco al lado de la llamada de teléfono que recibió nada más llegar a la casa.
Y es que su padre se había enterado del incidente. Gracias a la prensa.
De-mo-nios
Luego de que las tres chicas hubieran llegado al departamento exquisitamente decorado con muebles lujosos, el teléfono había sonado. Edith supuso que habría estado sonando durante más tiempo.
—DeeDee… Es… tu padre en el teléfono —le había dicho Penny desde el teléfono, tapándolo con la mano. La chica había atendido sabiendo que no podrían dejarlo sonando durante más tiempo, y apenas podía disimular en su voz los estragos del alcohol.
Mary y Penny la miraron con cara de circunstancia, se acercaba al teléfono como a la horca.
—¿Hola… padre? —¡Maldición! Ella tampoco podía disimular mucho la borrachera.
—Hola, querida. Estoy muy decepcionado de ti.
Edith cerró los ojos. Como siempre, su padre era contundente, no se andaba con vueltas. Ella intentó disimular el dolor en su voz, no demostrar cuanto la heria. Aunque ya estaba acostumbrada.
—Padre…
Su padre siguió.
—¿Cómo puedes hacer esto a tu familia? ¿Sabes cuántas llamadas de la prensa han recibido en esta casa los criados?
—La verdad que no…
—Siete. Demasiadas —su padre suspiró— ¿Es verdad lo que dice la prensa? Dicen que alguien vio a la hija del Conde Montgomery manejando ebria y en exceso de velocidad, pasando un semáforo en rojo…
—En absoluto, no. Padre, estoy segura de que no pasé ese semáforo —Edith cerró los ojos nuevamente, maldiciéndose a sí misma—. Puede ser que fuera escuchando música y cantando. Pero definitivamente no me pasé un semáforo en rojo. Y, definitivamente, iba a una velocidad razonable.
—… Y emborrachándose en El abrazo pulmense…
MALDICIÓN.
—Ehm… eso es verdad, pero… —¿qué otra cosa le diría?
—Ya veo —su padre habló suavemente por el auricular— Ya estoy cansado de ti y de tus hermanos. Ya tuve suficiente con Michael, esto es lo que faltaba.
Siempre lo mismo.
—Padre, no es como piensas.
—¿Y cómo es? Hija, no toleraré más escándalos en la familia. Lo último fue el incidente de tu hermano y esa mujerzuela. No más.
Edith no dijo nada. El escándalo de su hermano había enojado a su padre lo suficiente como que ninguno de sus otros hijos quisiera buscar más problemas. Su padre había sido terminante esa vez, mandaría confinado a la casa de campo a aquel que diera otro incidente desafortunado a la familia, confinado durante toda una temporada sin ningún contacto con el exterior como lo había estado Michael luego del desgraciado incidente.
—Hija, quiero que vengas hoy para que hablemos. Y recuerda, si la prensa te asedia, simplemente los ignoras.
—Si.
—Bueno. Me voy a dormir. Mañana te quiero aquí, y no me importa si tienes clases. Vienes derecho para aquí.
Y cortó.
Y ahora empezaría el juego.
Definitivamente odiaba a ese basurero.
La bruma se levantaba del suelo. Las pocas gotas, residuos de la lluvia, siguen cayendo de los aleros de la antigua mansión.
Frio glacial. Frio de invierno.
El viento helado corría por el suelo y le congelaba las piernas.
Estaba helado. Tan helado como ella.
Cuando miró hacia el frente, Edith vió una fosa en la tierra. Una fosa profunda.
Se acercó muy despacio, casi con miedo. Pero algo la llamó.
Ven.
Ven.
Ven.
Acércate a mí.
Ella lo hizo.
Cuando estuvo próxima al borde de tierra, miró hacia abajo.
Oscuridad. Y frio.
De repente abre los ojos. Y estaba acostada. Su cuerpo tieso, frio entre encaje blanco. La ropa blanca manchada de marrón. Flores tupidas entre sus manos juntas y sus pies descalzos, manchados de tierra contra la madera.
Edith se despertó gritando, lo que levanta a sus dos compañeras.
—Cielo, ¿qué anda mal? —Penny se acercó a su cama y la abrazó.
—Fue otra vez esa pesadilla —acertó Mary.
—Si… si fue esa pesadilla —Edith se sentía resoplar, como si hubiera estado corriendo, agitada.
—Respira más despacio… —del indicó Mary mientras Penny le acariciaba el rostro.
—Ya está… estoy mejor...
—Segura?
—Si…
Penny la soltó y Edith se incorporó, vio como Penny y Mary se miraban.
—Que…
—Nada… pensamos solo cuánto te duele tu madre" le explicó Mary.
—Ah sí, me duele increíblemente —Edith se estiró y tomó el vaso de agua en su mesita de luz. El reloj redondo marcaba las tres de la mañana.
—Debe ser por la borrachera —dijo Edith.
—Oh si… a mí se me parte la cabeza —coincidió Penny.
—A mí también.
—A mí no, todavía… Aunque siento demasiado calor.
—Afortunada… —rio Penny.
—Chicas, vuelvan a dormir. Descansen, ni se preocupen —Les pidió amablemente Edith. Las tres habían pasado por mucho y lo que menos necesitaban era que ella las mantuviera levantadas.
—Segura?
—Segura.
Ambas se acostaron y Edith se quedó a solas con su conciencia.
Extrañaba demasiado a su madre, por eso intentaba no pensar en ella. Althea era una entidad que le dolía, un mal recuerdo.
Cerró los ojos, a la espera de flores y primaveras.
Pero se topó con primaveras sin Althea.