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Genshin Impact (novela web)

Los mellizos Sora y Hotaru viajaban de mundo en mundo hasta que un encuentro repentino acabó separándolos. Tras despertar, uno de ellos se da cuenta de que está en un sitio desconocido, completamente solo... Ilustración: https://www.pixiv.net/en/users/17166596

MarianneBaragasaki · Derivasi dari game
Peringkat tidak cukup
9 Chs

Capítulo V

La ciudad se acercaba cada vez más. Ahora que podía verla con un poco más de detalle, Sora pudo notar las enormes aspas que giraban con el paso del viento, en la cima de algunas torres.

Habían salido del islote donde se hallaba la Estatua de los Siete, siguiendo un sendero que parecía guiarlos hacia Mondstadt. Aunque pudieran divisar la Capital de la Libertad claramente, los viajeros consideraban más prudente seguir el camino. No tenían ganas de encontrarse con más Slimes o Hilichurls, y Sora definitivamente no quería recuperar las heridas recién curadas por la magia de la estatua.

El sol brillaba alto en el cielo, reflejándose en las aguas de los numerosos estanques y riachuelos que había a lo largo del camino. De vez en cuando los viajeros se topaban con carruajes destruidos a un lado del sendero.

"¿Fueron atacados por Hilichurls?", pensó Sora. "¿O quizás sólo se descarriaron y acabaron sufriendo la acción del clima?".

Sea cual fuere la respuesta, el joven dejó de pensar en los carruajes casi tan pronto como había comenzado a darles mente, ya que su compañera de viajes había gritado.

— ¡Guau! ¡¿Qué es eso?! ¡E-Es algo enorme! ¡En el cielo!

Sora levantó su mirada al cielo al mismo tiempo que el sol se apagaba de repente. Un aleteo gigantesco y atronador era audible. Lo que el dúo vio fue algo magnífico y a la vez sobrecogedor.

Una criatura enorme, alada, pasó volando a baja altitud. Sus escamas eran de color zafiro y jade, y sus seis alas brillantes causaban un silbido al deslizarse por el aire. Al final de su larga cola había un conjunto de plumas de colores turquesa y azul, dándole una apariencia majestuosa.

Pero, ¿qué era aquella magnífica criatura? ¿Era un reptil? ¿Un ave? ¿Ambos, quizás?

Dirigiendo su vuelo hacia un bosque cercano, el monstruoso animal soltó un rugido que helaba la sangre. Era como oír el clamor de una tormenta materializada en una criatura tangible.

— ¡Se dirige hacia el corazón del bosque! —señaló Paimon—. ¡Vayamos a investigar!

— ¿Estás segura? Si esa cosa nos ataca con esas garras no creo que la magia de una Estatua de los Siete pueda curarnos, Paimon.

— Descuida, descuida. Procederemos con precaución.

"¿Paimon procediendo con precaución? Esto sí que es una novedad".

— De acuerdo —accedió Sora—. Pero no lo enfrentaremos. Sólo lo veremos de cerca.

Seguidamente, aceleraron el paso mientras se desviaban hacia el bosque. Curiosamente, en éste también había un camino marcado, aunque bastante más descuidado que el sendero que llevaba a la ciudad. Los árboles a ambos lados de la ruta bloqueaban el sol, de la misma manera en que lo hacían las alas de la criatura, y sin embargo no producían esa sensación de sobrecogimiento y miedo.

— ¡Mira! —dijo Paimon en un murmullo.

Los aventureros se ocultaron tras un árbol grueso, observando un claro en el corazón del bosque. Aunque no eran los únicos que habían seguido a la criatura.

Aparte de ellos dos, había otra persona, peligrosamente cerca del monstruo. De ropajes verdes, acercaba ambas manos hacia la cabeza de la criatura.

Viéndola de cerca, las sospechas de Sora y Paimon fueron aclaradas finalmente. Aquella magnífica y aterradora criatura no era otra cosa sino un monstruo mítico del cual ya habían escuchado en varias historias y relatos.

Un dragón.

—… No temas —dijo la persona de ropajes verdes, mirando a la criatura con calma—. Tranquilízate, he vuelto.

— ¿Está hablando… con el dragón? —inquirió Paimon.

Súbitamente, un resplandor iluminó las manos del viajero. Éste las observó, sorprendido, a la vez que el destello de color cielo delataba su posición.

— ¿Eh? —exclamó la persona de verde, observando cómo el dragón se levantaba y agitaba.

El dragón dirigió su mirada hacia los visitantes inesperados. Abriendo su enorme hocico, soltó un rugido tan atronador que hacía temblar el bosque entero. De forma agresiva y amenazadora, miró al individuo del claro y sacudió sus garras, claramente tratando de destrozarlo. Saltando hacia atrás, éste esquivó por poco las filosas zarpas del animal, duras como el acero y afiladas como hachas.

— ¡¿Quién está ahí?! —exclamó, mirando a los viajeros.

Tenía un rostro hermoso, difícil de encasillar como masculino o femenino, extrañamente familiar. Su cabello negro estaba peinado en dos pequeñas trenzas a ambos lados de su rostro, y se degradaba lentamente al mismo tono esmeralda de sus ropajes. Sus ojos, también verdes, despedían un destello furibundo que desentonaba con su frágil apariencia.

El dragón volvió a sacudirse violentamente, rugiendo al dúo. Cuando Sora miró brevemente en la dirección en que estaba la otra persona se dio cuenta de que ésta había desaparecido.

Batiendo sus alas, el monstruoso ser se elevó en el aire. Sora cubrió su rostro con sus brazos para protegerlo de la afilada ráfaga de viento que surgía de aquel inmenso aleteo, aunque el súbito dolor en el cuero cabelludo casi lo hizo llevarse las manos a la cabeza. Con un último rugido, el dragón abandonó el bosque volando rápidamente.

— ¡Eso estuvo cerca! ¡Casi me lanza por los aires! —exclamó Paimon—. Por suerte pude agarrarme de tu cabello. ¡Gracias! —añadió, sonriendo de manera inocente, lo que irritó a Sora.

— ¡La suerte fue que no me lo arrancaste! —exclamó el aventurero, frotándose el sitio donde su larga trenza se unía al resto de su cabello.

La pequeña chica ocultó una mano detrás de su espalda.

— ¡S-Sí! Es una suerte que no lo… ¿arrancara? —dijo, apartando un poco la mirada—. Pensé que seríamos la cena de esa cosa.

Seguro que tiene que ver con esa persona rara que hablaba con el dragón…

— No sabía que existían dragones en este mundo.

— Sí, entiendo tu preocupación… ¿Eh? ¿Qué es eso?

Paimon dirigió su mirada hacia unas rocas que había más adelante, las mismas donde el dragón había estado recostado hacía un momento.

— Encima de esa roca enorme hay algo que emite una luz roja… Acerquémonos a ver.

— ¿Otra vez? ¡La última vez que dijiste "vayamos a ver" casi nos convertimos en la comida de un dragón y estuve cerca de perder parte de mi cabello! —reclamó Sora, incrédulo ante la irresponsabilidad de su compañera.

— Tranquilo, tranquilo. El dragón ya se fue, ¿no? Además, tampoco perdiste tanto cabello.

— ¿"Tanto"?

— ¡N-Nada!

Haciendo caso omiso al sentido común, la pareja se acercó al destello. Era un objeto extraño.

Flotando a varios centímetros de la superficie de la roca, una sustancia como una gota gigantesca y cristalizada emitía aquel místico brillo carmesí. Parecía una gota de sangre fresca solidificada.

— Nunca había visto una piedra así… Me pregunto qué será —dijo Paimon, observándola con atención—. Lo único que sé es que sería peligroso dejarla aquí. Lo mejor sería que la guardes.

Sora asintió, tomando el cristal y guardándolo en su alforja.

— Listo. ¡Vámonos de aquí!

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Avanzaron hacia el exterior del bosque, a unos cincuenta metros del claro. Finalmente estaban acercándose a un área mejor iluminada, cuando una voz femenina habló con tono autoritario.

— ¡Hey, tú! ¡Alto ahí!

Desde un risco, a un lado del camino, saltó una chica. Aterrizando frente a ellos con gracia y ligereza, los observó, colocando sus manos sobre sus caderas.

Ataviada con prendas rojas, la chica no lucía mucho mayor que Sora. De hecho, se veía más o menos de su edad. Tenía el cabello largo hasta la cintura, de color marrón oscuro. Sus ojos, dorados como los suyos, observaban al dúo con atención. Lo más llamativo de su apariencia era, sin duda, el lazo que llevaba atado en la cabeza. A Sora le pareció bastante similar a orejas de conejo.

— Que el Dios Anemo les proteja, forasteros —dijo, llevándose la mano derecha al pecho con solemnidad—. Soy Amber, exploradora de los Caballeros de Zephyrus —añadió, extendiendo su mano nuevamente y enderezándose. Parecía ligeramente emocionada, como si hubiera practicado ese saludo durante bastante tiempo.

No parecen ciudadanos Mondstadt —señaló, con un tono de sospecha y ligera desconfianza en la voz—. ¡Identifíquense!

— ¡No buscamos problemas! —se apresuró a decir Paimon.

— Eso es justo lo que diría alguien sospechoso —señaló Amber, cruzándose de brazos y observando a los forasteros.

— Saludos. Me llamo Sora.

— No suena a un nombre local —dijo la exploradora, antes de dirigir su mirada hacia Paimon—. Y esta… mascota, ¿qué ocurre con ella?

Por algún motivo que desconocía, Sora había recordado súbitamente lo hambriento que estaba. No había comido nada desde la mañana, y su estómago aún rugía.

— Es mi comida de emergencia —dijo, sin titubeos.

— ¡Definitivamente no! —exclamó Paimon, visiblemente ofendida y dando patadas en el aire—. ¡Y eso es mucho peor que ser una mascota!

— ¡L-Lo siento! No haber comido desde la mañana me está afectando.

— ¡Qué excusa más mala! ¡Yo también tengo hambre y no te he llamado Caja de Almuerzo Rubia!

— En pocas palabras, son compañeros de viaje, ¿cierto? —interrumpió Amber, previendo que debía intervenir—. Últimamente hay un dragón merodeando en Mondstadt. Será mejor que entren a la ciudad lo antes posible.

No está lejos de aquí. Los escoltaré hasta allá.

— ¿Eh? ¿No tienes otros asuntos que hacer? —inquirió Paimon.

— Por supuesto, pero no se preocupen. Puedo cumplir con mis obligaciones y protegerles a la vez.

Amber les dedicó una pequeña sonrisa.

— Además, aún no sé si puedo confiar en ustedes.

— ¿Por qué sospechas tanto? —preguntó Sora.

— Ah… Lo siento. Probablemente eso no fue algo que debería decir como caballera. Les pido disculpas, eh… extraños y… respetables viajeros.

— ¡Eso no sonó sincero! —se quejó Paimon.

— ¿Tienes algo en contra del lenguaje prescrito por el Manual de los Caballeros de Zephyrus? —reclamó Amber, mientras sus mejillas adquirían un tono rosa.