Alice
Iba a llorar, pero esta vez de felicidad. Porque por fin tenía entre mis brazos a la persona por la que lo había dado todo en mi vida pasada y por la que volvería a pasar 2000 años ardiendo en el infierno.
Había empezado a recordar mi vida pasada y también lo que había vivido con Skay.
En esta vida, el chico se veía físicamente igual a quien había sido mi amante secreto: Julen. Pero era un tanto más serio de lo que mi memoria podía recordar. En las imágenes que había empezado a proyectar mi cabeza, Skay/Julen siempre lucía una sonrisa, como si aquel mundo fuera uno muy distinto al actual, sin peligros ni miedos a los que enfrentarse.
Todavía me faltaban miles de recuerdos, algunos de ellos vitales, pero ahora recordaba cómo había conocido a Julen. Había sido ni más ni menos que gracias a una fuerte curiosidad por descubrir el mundo del que tanto hablaban los Dioses. A pesar de ser el mismo por el que me habían creado para gobernar, no conocía nada de este y pasaba los días vagando sola o con el Dios Eros por una paradisíaca playa o por prados y bosques de increíble belleza.
Hades me había ordenado que no interactuara con los ya llamados cálidos, hasta que estos necesitaran una reina que los guiara sabiamente para que no cometieran los mismos errores que habían cometido los humanos en el planeta Tierra.
Sin embargo, la curiosidad me concomía por dentro. A pesar de tener el paraíso en mis manos, no podía evitar sentir la necesidad de descubrir la valiosa y nueva creación de los Dioses. ¿Realmente serían una versión mejorada de los humanos? ¿O serían un fracaso igual? Hades me había intentado inculcar que los Dioses eran perfectos y que nunca se equivocaban, pero necesitaba comprobarlo con mis propios ojos.
No dudé ni un segundo cuando crucé el portal que me llevaría al mundo Origin, estaba cansada de quien se suponía que era mi esposo en aquel tiempo: Hades, y de estar casi todo el tiempo sola, menos cuando Eros decidía hacerme alguna visita. Este era el único que conseguía hacer mi vida un poco menos miserable, nos llevábamos muy bien, pero aquella excursión la mantendría en secreto incluso para él.
Las flores ya habían florecido y un sol radiante iluminaba el cielo. Noté la tierra mojada con mis pies desnudos, debía de haber llovido hacía poco, y sentí el viento en la cara, una sensación gratificante que era nueva para mí, ya que en el paraíso el tiempo se mantenía siempre impasible. No llovía nunca, ni tampoco había ráfagas de viento, ni tormentas eléctricas... siempre hacía sol y se desprendía un aura brillante y blanquecina.
Aquello no era el paraíso, pero me lo pareció, ya que jamás me había sentido tan libre. Por fin podía huir de las garras de Hades, ni que fuera por un breve instante.
Había aparecido en el bosque, no muy lejos de donde estaba ahora Ciudad Real y el palacio de los cálidos. Seguramente el portal estaba en ese lugar de forma estratégica, para que cuando yo gobernara pudiera comunicarme con los Dioses con comodidad. Sin embargo, en aquel momento, no tenía ni idea de donde me encontraba, pero tampoco me importaba lo más mínimo. Había pasado miles de años en el paraíso, con el único entretenimiento de escuchar las noticias que Hades me daba sobre el mundo Origin: cuándo empezaba a haber agua, a crecer los árboles, a existir vida animal, y finalmente a existir vida inteligente. Por este motivo, correr por la tierra mojada esquivando árboles me pareció el entretenimiento más divertido posible.
Corrí y corrí sin detenerme, con una sonrisa permanente en el rostro y con mi vestido largo y blanco levantándose por la velocidad.
Estaba ansiosa de observar a los cálidos, así que me puse a buscarlos por el bosque durante horas, pero a pesar de mi entusiasmo, en esos tiempos, igual que ahora, mi orientación también era nefasta. Me perdí y acabé rendida en un pequeño claro en el corazón del bosque.
Me senté durante horas enfrente de un pequeño lago e intenté no desilusionarme. Antes de que me diera cuenta, me había quedado completamente dormida, un hecho que para entonces no creí que fuera posible jamás, ya que en el paraíso nunca se dormía. El mundo terrenal era muy distinto y hacía que te entrara sueño, yo no estaba acostumbrada y me había pasado horas y horas corriendo, tantas que incluso se me había hecho de noche.
Me despertaron los pájaros cantando a la mañana siguiente y los árboles meciendo sus ramas. Creí que seguía en el paraíso, pero no estaba sola.
Un chillido salió de mi garganta cuando me percaté de la presencia de un joven a escasos metros de donde me encontraba. Su cabello era de un color cobrizo y un poco rizado, su piel se encontraba bronceada por los efectos del sol terrenal, sus ojos eran castaños con matices anaranjados y era tan alto y fornido que logró impresionarme. Sin embargo, lucía unas prendas simples hechas con la piel de animales e iba descalzo.
En aquel momento, me pareció la criatura más hermosa que había visto nunca.
- No quería asustarle señorita. - se disculpó, agachándose y acercándose un poco más a mí para verme de cerca.
Fui incapaz de abrir la boca, ya que estaba completamente impactada. Por fin tenía delante de mí a un ejemplar de cálido.
- Lo siento mucho de verdad. Os vi hace unas horas tirada en el suelo y me preocupó. Su cabello... jamás había visto una melena tan roja y brillante... Y su piel es muy pálida... ¿Está usted enferma? ¿Se encuentra bien? - prosiguió diciendo el joven, quien parecía que se encontrara en la veintena. Su rostro reflejaba una verdadera consternación, curiosidad y sorpresa.
Tan sólo fui capaz de quedarme observándolo atentamente y sin decir nada, parecía estúpida, pero estaba en shock. No había interactuado en los últimos 8000 años de mi larga vida con otros seres que no fueran Dioses o ninfas.
- ¿Puedes hablar? ¿Puedes entenderme? - preguntó el cálido, deseando que mi respuesta fuera un sí.
Asentí ligeramente con la cabeza y sin decir nada, me acerqué más a él y alargué el brazo. El chico se mostró fascinado por mi presencia, como si tuviera delante a una Diosa.
Mi mano tocó su mejilla y tanto él como yo supimos que ya nada sería como antes. La sensación que sentimos era algo que 2005 años más tarde todavía recordaba: una vibración, una calidez propia de otra dimensión, una conexión que nada ni nadie podría romper jamás.
Estábamos unidos por un hilo rojo que el destino había atado entre nuestras almas, las cuales se necesitaban la una a la otra para poder subsistir.
El destino era caprichoso y ahora también sabía que era mucho más fuerte y poderoso que cualquier Dios.
No podrían con nosotros.