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Fría como el hielo

Skay ha pasado toda su vida entrenando para ser digno del trono de su padre y digno de ser llamado rey, muy a pesar de que los Dioses no lo hayan elegido. Toda su vida ya está preparada: cuánto más debe entrenar, cuánto más debe estudiar, con quién se tiene que casar y cuál es su misión en la vida. Alice, en cambio, no cree en la magia, ni tampoco en los aliens, los Dioses o los fenómenos paranormales. Tan solo cree que está enferma y que es un peligro para la sociedad. Nadie se atreve siquiera a rozarla, ya que su tacto es tan frío que te congela los huesos. Sin embargo, todo está a punto de cambiar, Alice es en realidad la legítima heredera al trono de un mundo que no conoce y que le resulta hostil. Un mundo donde los fríos y los cálidos son divididos. Un mundo donde la guerra es constante. Alice no tiene ni idea de quién es, ni de lo que es capaz de hacer. ¿Resultará ser el error que todos creen que es o un milagro de la naturaleza? "Deberás descubrir tu pasado para poder salvar tu futuro." "No importa el cuerpo, sólo el alma" Esta es una historia únicamente sacada de mi cabeza, donde encontrarás fantasía, ciencia ficción, mitología y romance. *** Increíble portada realizada por CynthiaDannot

Emma_Aguilera · Fantasi
Peringkat tidak cukup
76 Chs

Capítulo 51

Skay

Parpadeé varias veces o al menos eso creo que hice, no sentía nada y todo a mi alrededor era borroso. De repente, escuché unos llantos y mi visión se clarificó. "Alice" pensé al instante al ver a una muchacha agachada junto a mí, llorando a lágrima viva, a la vez que se ponía a propinar puñetazos al suelo para después calmarse y acercarse a mí de nuevo.

Lloraba sobre mi inmóvil cuerpo de forma desesperada, con una tristeza entremezclada con una rabia tan poderosa que nunca antes había visto reflejada en la mirada de nadie.

"No, tú no eres Alice" pensé a continuación. Sin embargo, sí que me pareció que era ella, aunque su cabello ya no era claro, ni tampoco su piel o sus ojos.

"¿Quién eres?" quise susurrar, pero no logré pronunciar ni una sola palabra.

"¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado para que haya tanto odio en tu interior?" pensé e intenté de nuevo volver a pronunciar aquellas palabras, pero no lo logré.

"No llores" quise consolarla.

No tardé mucho en darme cuenta de que aquello no era real, por mucho que pudiera sentir su cuerpo llorando sobre mi torso desnudo tendido en el suelo o sus lágrimas todavía calientes mojarme entero.

- Quiero que vivas. - consiguió articular sin detener el llanto que se había apoderado de ella - Vivirás. Juro por todos los Dioses que pagarán por esto, aunque me arriesgue a un destino peor que la muerte, aunque pueda acabar en el infierno por la eternidad. Tú volverás a mí. - aseguró con determinación.

- Alice... - conseguí pronunciar por fin, demasiado seguro de que era ella.

La muchacha escuchó mi murmullo sin lugar a dudas, ya que se giró rápidamente a un lado y a otro para buscar de dónde provenía el sonido de mi voz.

- ¿Estás aquí? - dijo ilusionada, levantándose de un salto para poco después pararse en seco y poner una expresión confundida. - ¿Alice? ¿Quién es Alice? – preguntó al aire, frunciendo el ceño.

Quise volver a murmurar algo, pero parecía que mi boca estuviera sellada. De todas formas, no tenía importancia porque tan solo se trataba de un simple sueño, ¿verdad? Yo no estaba allí, ni tampoco aquella chica tan parecida a Alice. Acababan de paralizar mi cuerpo, no sabía qué estaba pasando a mi alrededor y era incluso probable que los fríos fueran los responsables de que yo estuviera viendo aquellas imágenes para confundir la realidad, para olvidarme de quién era. Sin embargo, no pude evitar sentirme reconfortado de poder verla, aunque tan solo se tratara de una ilusión. Así el sueño profundo en el que me había sumido por completo al haber sido mi cuerpo congelado, no sería tan negro.

***

Alice

Un sueño profundo me embriagó justo en el momento en que cerré los ojos y me rendí completamente a él.

Me encontraba en una playa de arena blanca, con la estrella Aludra resplandeciente en un cielo despejado, el mar era de un color turquesa y sus transparentes aguas rozaban mis pies desnudos, podía escuchar pájaros cantando y el agradable sonido de las olas. Más allá de la playa, podía ver verdes acantilados, cuya extensión de árboles iba mucho más lejos de donde llegaban a ver mis ojos. Podría haber dicho que me encontraba en el mismísimo paraíso.

Sentí unas ganas terribles de nadar, sumergirme en aquellas aguas de increíble belleza y bucear para descubrir también el fondo marino. Me quité la simple túnica blanca que cubría mi cuerpo, sonreí por lo hermoso que parecía aquel sueño y empecé a meterme en el agua que se encontraba a la temperatura perfecta.

"No quiero despertar" pensé, mientras avanzaba cada vez más profundo en el mar.

- Podrías haber tenido todo esto. – escuché de repente una voz grave y masculina que me erizó la piel, haciendo que me detuviera cuando el agua me llegaba a la altura de las caderas. A continuación, me giré y lo vi.

Un hombre alto, fornido, de oscuro y largo cabello, vestía con una túnica larga del mismo color que dejaba ver sus bíceps y sus ojos profundamente negros me observaban y repasaban sin ningún tipo de reparo.

"Tan solo es un sueño" dije para mis adentros, intentando que mi corazón no se acelerara por el pánico que empezaba a sentir. No sabía por qué, pero sentí como si hubiera algo en aquel hombre que me instara salir huyendo.

- Hasta el paraíso habría sido tuyo... - volvió a hablar, mirándome atentamente como si no quisiera perderse un solo detalle de mí - Pero ya es demasiado tarde para eso.

Abrí los ojos como platos al comprender un poco lo que estaba ocurriendo y me sumergí rápidamente en el agua, tapándome con mis brazos y manos para protegerme de su oscura mirada. En respuesta a mi reacción, él esbozó una sonrisa.

- ¿Quién eres? – pregunté entonces, creyendo finalmente que lo que había empezado siendo un idílico sueño, ahora era bastante real.

- Parece que te has dado cuenta de qué se trata esto, siempre fuiste muy astuta. También veo que todavía te crees con derecho de exigir a los Dioses. – espetó.

- Márchate, quiero despertar. – dije, haciendo exactamente lo que él acababa de decir que hacía siempre: exigir.

- Todos se sorprendieron cuando se enteraron de tu regreso... pero yo no. Quien te conoce bien sabe que nunca fuiste alguien corriente y la verdad es que no esperaba menos de ti. – siguió hablando, ignorándome por completo.

- ¡Sal de mi cabeza! Quiero despertar. – dije a gritos, con la necesidad de salir huyendo de ese hombre que supuse que debía ser un Dios. ¿Pero cuál de ellos?

- Tranquila, despertarás. – aseguró con firmeza, acercándose a mí cada vez más y habría salido nadando mar adentro tan rápido como nunca de haber podido. Pero mi cuerpo no se podía mover, me encontraba petrificada bajo su inmenso poder.

- ¿Qué me has hecho? – pregunté, con la respiración agitada e intentando mover mis piernas o mis brazos sin resultado alguno. Necesitaba huir, ya se encontraba muy cerca de mí.

- Te entregué lo que quedaba de mi corazón sin pedir nada a cambio, pero tú acabaste de destrozarlo. – susurró y cuando me cogió la barbilla con fuerza, separando mis labios, pude ver en su rostro de apariencia joven, un deseo de posesión incontrolable. – Hubo un tiempo en el que te quise, ver tu sonrisa o el brillo de tus ojos era lo único que podía hacerme feliz, pero ya hace demasiado de eso y creía que ahora solo sentiría odio y vergüenza al verte. Qué equivocado estaba... - acabó de decir, acercándose tanto a mi rostro que pude incluso olerle. Parecía un hombre atractivo, se podría incluso decir que todo él emanaba un magnetismo característico que haría que cualquier presa se le acercara, pero el único efecto que parecía tener en mí era el de querer salir corriendo de allí. Todo él olía a peligro, aquel era su olor, fácilmente confundible pero yo lo conocía mejor que nadie.

- ¿Qué quieres de mí? – balbucí tan bien como pude ya que sus manos todavía me agarraban la barbilla, las mejillas y una parte del cuello.

- Quiero todo de ti. – sentenció tranquilamente como si se tratara de algo demasiado obvio.

A continuación, acercó sus carnosos labios a los míos y me besó con desesperación y durante un largo rato en el que sentí que perdía toda mi integridad.

Cuando me desperté por fin, estaba gritando como una posesa, tan asustada como nunca antes lo había estado. Y lo peor de todo era que todavía sentía su boca contra la mía. No había sido un sueño, solo una forma de comunicación que había usado aquel Dios, cuyo nombre desconocía.

Después de aquello, tardaría mucho tiempo en querer volver a conciliar el sueño.