Luciano se encontraba en los galpones de la familia Mustaccio. Era un negocio importante. Si lograba vender sus armas a esta familia y crear una alianza con ellos, dominaría por completo el mercado de la zona. Por eso también sería una transacción peligrosa, sabía que las mafias rivales buscarían la manera de detenerlo. No podían permitir que él tomara más poder del que ya tenía.
– Buenas noches –saludó Luciano en tono serio en cuanto se acercó a los representantes de los Mustaccio. Estos lo esperaban en el centro de aquel galpón.
Luciano vestía completamente de negro, salvo por los unos guantes blancos, era su sello característico dentro de la mafia y por el cual lo había apodado "The white devil". Además, la pulcritud y limpieza en su presentación, pero sobre todo al deshacerse de sus víctimas, era parte importante no solo para no dejar rastro alguno que lo incriminara sino también, para mantener la imagen de poder que buscaba mostrar. Todo con él siempre lucía impecable y elegante. No le gustaba la suciedad y le molestaba el desorden.
Los tres caballeros que lo esperaban en el lugar también vestían de traje. Luciano los observó detenidamente mientras él y su abogado se paraban frente a ellos para iniciar la negociación. Luciano pudo notar que uno de sus contrapartes tenía un tatuaje algo extraño en el cuello. Aunque intentaba ocultarlo bajo su camisa, una parte de él quedaba al descubierto. La pequeña imagen que los ojos de Luciano pudieron captar lucía como una rosa. No tenía manera de saber cómo era el tatuaje en su totalidad, pero algo activó sus alarmas, sentía que había visto ese dibujo en alguna otra parte.
Las negociaciones iniciaron y en un principio todo parecía ir normal hasta que notó como los nervios aparecían en aquel tipo del tatuaje. Los cinco hombres comenzaron a caminar rumbo a las oficinas de los Mustaccio con la intensión de formalizar el trato. Por alguna razón Luciano sentía algo tenso el ambiente. No sabía explicarlo, pero tenía una especie de corazonada.
– Señores, antes de continuar quisiera pedirles un momento a solas con mi abogado para acordar un tema importante –interrumpió el joven justo antes de salir del galpón para dirigirse a la oficina de la familia.
Los tres hombres se miraron entre ellos sin saber que decir, pero finalmente, el que dirigía la conversación dio el permiso a Luciano para que tuviese una reunión rápida con su abogado. El chico se lo agradeció cordialmente. Tiró de la chaqueta de su acompañante ingresando un poco más hacia dentro del galpón. Los hombres de su contraparte ya se encontraban en la zona de afuera del lugar. Se miraban nerviosos entre ellos al tiempo que observaban los movimientos de Luciano.
– Algo está pasando –le aseguró a su abogado en cuanto estuvieron alejados de aquellos hombres.
– ¿Qué quieres decir? –preguntó con asombro. Su abogado se mantenía inocente de la situación. No había notado ninguno de los detalles que Luciano sí.
– Creo que es una emboscada. Alguien ha filtrado nuestra ubicación –afirmó en forma seria. El hombre abrió los ojos del susto– mantén la calma –le pidió. Este intentó pensar rápidamente en un plan y tras unos segundos de silencio se dirigió nuevamente al hombre frente a él– ¿llevas el arma en el compartimiento secreto del maletín? –su abogado asintió– bien. Te diré lo que haremos. Me entregarás el maletín y caminarás tranquilamente hasta tu auto. Yo pondré la excusa de que has ido a buscar un documento importante que has dejado allí. Apenas llegues al carro, te irás de aquí a toda velocidad, no te preocupes por mí, sé defenderme.
– ¿Estás seguro? –lo miró asustado.
– Sí. Tengo un plan. Saldrá bien, ya verás. Vete de aquí. Nos veremos mañana –le aseguró de forma tranquila. El hombre asintió y tratando de mantener la calma, hizo lo que el chico le había pedido.
Luciano tomó el maletín y se acercó nuevamente a los tres hombres con una sonrisa en su rostro. Excusó a su abogado diciendo que el muy tonto había olvidado un documento importante en el auto, que iría a buscarlo y luego los alcanzaría. Los hombres parecieron dudar un momento, por lo que Luciano insistió en que continuaran el camino sin él, ya que más tarde su abogado los encontraría. Sus contrapartes, no muy convencidos, accedieron al pedido y con los nervios de punta, siguieron su recorrido.
Durante los siguientes minutos de trayecto, Luciano mantenía el rostro fijo al frente mientras disimuladamente miraba a su alrededor tratando de ubicar un lugar en donde esconderse cuando iniciara el fuego. Sabía que lo estaban esperando, por lo que maldijo para sus adentros cuando se dio cuenta que lo estaban llevando hacia una zona abierta, no había un lugar cercano donde ocultarse de manera segura. Esperaba que sus piernas no le fallaran porque le iba a tocar correr.
Habían pasado poco tiempo cuando un chirrido de cauchos sobre el asfalto se escuchó fuerte y claro. Era el auto de su abogado escapando a toda velocidad. Los tres hombres se dieron cuenta de que habían sido descubiertos, así que aunque no hubiesen llegado aún al punto acordado, sacaron las armas que habían escondido en los alrededores y comenzaron a disparar mientras más hombres iban apareciendo para unirse a la masacre.
Luciano corrió a toda velocidad mientras ágilmente sacaba el arma del maletín y lanzaba este por los aires. Corrió todo lo que puedo esquivando las balas ocultándose entre los pocos lugares que encontraba como refugio, al mismo tiempo que descargaba el cartucho sobre sus enemigos. Cada vez más hombres comenzaban a salir de diferentes escondites para atacarlo, sentía que todos en la ciudad se habían puesto de acuerdo para acabar con él.
Sus enemigos apuntaban sus armas contra él, pero muy pocos tenían la puntería precisa para acertar un objetivo en movimiento tan rápido como Luciano. En cambio él era un francotirador experto. Era conocido por su precisión con las armas. Por eso todos le temían. No necesitaba de protección, sabía protegerse a sí mismo. Mientras corría, disparaba a todo hombre que se atravesara en su camino. La mayoría de los tiros que lanzaba acertaban en el blanco sin problema. El joven sonreía pretencioso. Nadie podía ganarle en su juego.
La guerra armada se intensificó. Por desgracia para Luciano, eran demasiados hombres disparando en su contra. Por más que acertara sus tiros, esa batalla parecía no tener fin y lo peor es que ya se estaba quedando sin municiones. Había logrado cambiar su pistola por un par de armas que había tomado de sus víctimas, pero sabía que no sería suficiente. Además, estaba cubierto de sangre, sudor y suciedad. Odiaba eso. Siguió corriendo y escondiéndose en cada lugar que podía mientras continuaba disparando, pero no lograba permanecer por mucho tiempo en un mismo sitio, lo venían persiguiendo sin descanso y todo se estaba complicando. Si no encontraba como escapar de ahí, sería su fin.
Luciano corrió lo más rápido que pudo sin voltear hacia los lados, por eso no supo cómo terminó en un callejón sin salida. Intentó escapar, pero antes de poder hacerlo recibió un tiro en el hombro que le entró por la espalda. Le dolió horrores. Respiró profundo y se giró para disparar al hombre que venía detrás de él. Acertó al instante. El hombre cayó muerto ante él y Luciano logró subir por una escalera de emergencia para seguir corriendo y escapar de ahí antes que lo alcanzaran. Corrió por varios techos y bajó por otra escalera de emergencia. Cruzó en distintas calles a manera de zigzag buscando esquivar a sus acechadores y pensaba haber logrado su escape hasta que se dio cuenta que terminó en la boca del león.
Llegó a una calle que parecía desolada, pero en un instante aparecieron decenas de hombres de distintos escondites que lo rodearon, aquellos hombres le apuntaban con su arma. Venían de parte de sus enemigos. A Luciano no le quedó más que soltar su pistola y levantar las manos a modo de rendición. No tenía escapatoria. Respiró profundo esperando el desenlace final, pero antes de que todo acabara, escuchó el rechinar de unas ruedas junto a unas luces amarillas que se acercaban hasta él. Un auto gris apareció de la nada atropellando a varios de los sujetos que lo tenían apuntado. El vehículo se estacionó frente a él y la puerta del copiloto se abrió de golpe.
– Sube –le gritó la chica rubia que estaba detrás del volante.