—¿Estás realmente segura, mi dulce compañera? —preguntó con voz ronca mientras sus ojos brillaban—. ¿No te vas a quejar si sigo devorándote toda la noche y todo el día incluso después de que termine el frenesí?
Los ojos de Vera dieron vueltas antes de que ella soltara una pequeña risita. —Eso… creo que es demasiado —Vera le pellizcó la mejilla, todavía riendo mientras no podía imaginar cómo sería eso posible.
—Bueno… veremos —él le sonrió con picardía, había una promesa traviesa brillando en sus ojos—. Escúchame, Vera —esta vez le pellizcó la barbilla—. Siempre te desearé así... siempre... Te lo demostraré después de dejar este lugar. Pero por ahora… —dejó la frase en el aire y se alejó—. Abre las piernas para mí, mi dulce Roja. No creo que pueda esperar más y sé que tú tampoco puedes.
Una vez más, el rostro de Vera se encendió con fuerza.
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