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Identificación

Me temo señor que no aplica—Contestó con seriedad.

—Y yo le digo que sí, fíjese bien, ¡Lo pone todo!—Comenzó a desesperarse.

El hombre suspiró nuevamente, llevaban más de 10 minutos con un trámite que no debería de durar más de 2.

—Pnicas Ashes, 25 años, trabaja como paladín para lo orden del fénix y su trabajo más reciente fue la búsqueda y captura de un dragón helado, además reside en el templo del fénix.

—Exactamente ¿Puedo pasar ya?

—¿Pero qué templo ni que cojones? ¿No tienes una identificación normal como todos los ciudadanos?—Increpó cansado de la situación.

Desde hacía ya un par de horas el grupo de Aisha, Kevmel y Pnicas decidió que lo mejor sería trabajar juntos, como ninguno sabía que hacer o a donde ir esa era la mejor opción, además ya habían dicho que le harían un favor a Zarg, así que no tenían mucha opción en realidad.

Dio la casualidad de que el bosque en el que estaban era más o menos transitado, eso lo podían saber porque habían varias marcas de ruedas, a palabras sencillas por ahí pasaba gente con sus carros, así que o ese lugar era una ruta comercial sencilla o una vía de un lugar a otro.

Sin reparar mucho en la verdadera naturaleza del sitio avanzaron hacia su siguiente destino, obviamente guiados por su ángel de la guarda, marcas de rueda además encontraron alguna que otra huella de caballo, además de los indudables residuos que estos suelen dejar de vez en cuando.

El camino se dificultó un poco, quizá por la topografía del terreno, también podía deberse a lo poco acostumbrados que estaban a ese lugar, en estado de nerviosismo siempre es más difícil orientarse, si tan solo las huellas y las marcas no se hubieran visto opacadas por el opresor barro y sus ayudantes las plantas y árboles que hacían del lugar un bosque frondoso habrían llegado mucho más rápido.

Al final y por obra de la santa divinidad del hado lograron alcanzar su destino, o bueno, por lo menos la entrada al mismo, era un camino simple pero un guardia custodiaba las puertas al interior de lo que parecía ser una ciudad.

Los alrededores habían pasado de ser un bosque a una planicie con algún que otro árbol, marcas recientes de ruedas adornaban el camino, estas eran muy fáciles de distinguir, podrían haber tratado de percibir algo más en el ambiente, pero lastimosamente los imponentes muros y torretas de la ciudad impedían la visión más allá, por lo pronto podían saber que lo que tenían al frente era un de las entradas a la ciudad, nada más.

El hombre que custodiaba la entrada portaba una armadura de cota de malla la cual se escondía un poco entre sus ropas, estas eran simples y de un color grisáceo claro, un arco corto de mano en su lado izquierdo, una espada en su mano derecha y una lanza la cual reposaba en su espalda, para portar tantas armas al mismo tiempo y una armadura su constitución no difería mucho de la de alguien normal, en cuanto a su altura era de 185 centímetros.

En aspectos generales el tipo parecía ser un guardia de elite, ahora bien, en apariencia ya era otra cosa, su pelo al igual que sus ojos eran morados, su piel que alguna vez pudo ser más blanca se veía curtida por el tiempo y el trabajo dándole un tono moreno, sus brazos mostraban algunas cicatrices, probablemente de muchos enemigos diferentes, saber de que arma era cada marca era un mundo aparte, desgraciadamente no sabían si en sus piernas o en alguna otra parte había alguna más debido a las ropas que escondían tanto la armadura como su cuerpo.

Desde que entablaron contacto visual comenzó todo, ese guardia se hizo una idea de lo que querían aquellos forasteros de aspecto peculiar, el primero en acercarse a él fue Kevmel, obviamente eso generó pensamientos en la cabeza del guardia ¿Cómo no?

Mirándolo bien el hombre parecía inofensivo pero peligroso. Pálido de una altura similar a la suya de pelo blanco aunque de ojos negros, una constitución que podría considerarse incluso débil, no debía de estar acostumbrado al trabajo físico, tampoco portaba nada parecido a una armadura, únicamente sus prendas negras y grises, parecían ser de gran calidad, además de indudablemente cómodas, pero eso no paraba las flechas ni reducía la intensidad de los cortes.

Su altura debía de rondar el 1.80 y su edad los 30 años, sin duda alguna el hombre que se acercaba a él era la apariencia que todo brujo que se precie tendría por antonomasia.

El diálogo fue corto pero intenso, el quería pasar junto a sus acompañantes pero el guardia requería de una identificación. Aisha simplemente se presentó, pero parece que eso no cumplía con el criterio del guardia, lo que era peor, él se preocupaba por ella.

La mujer kitsune era sin lugar a duda una belleza, una piel blanca como la nieve, unos brazos y piernas finas acompañados por unas manos delicadas, todo esto generaban un aura la cual hacía que los demás quisieran protegerla, además una generosa gran cola que ondulaba al son de su movimiento y unas orejas que se mantenían estáticas hasta que algún ruido hacía acto de presencia, para rematar con todo lo anterior sus ojos negros hacían el contraste perfecto.

Hasta ahí todo bien, el verdadero problema aquí eran dos cosas, tenía unos pechos sin duda grandes, la naturaleza había sido generosa, pero bueno, el guardia era un caballero, el no haría nada, lo extraño aquí era que esa bendición otorgada por los bosques medía 1.50 y llevaba unas ropas blancas simples que cubrían lo justo y más o menos necesario.

¿Una niña? No imposible ¿Una esclava? Pero entonces no habría venido tan despreocupada, una.... una.... Él continuó pensando hasta que Pnicas entró en acción, él si que tenía una identificación, el motivo de su acalorada discusión.

—¡De todas formas ni si quiera se ve como un caballero del fénix!

—¡¿Cómo?! Creo que he oído mal caballero, ¿Acaso no me ve?

—Armadura pesada de placas que cubre todo el cuerpo exceptuando la cara, tiene hombreras y rodilleras corpulentas, pelo negro y largo, una piel ni muy blanca ni muy morena, en la media, metro noventa de altura, gabardina roja con detalles dorados por encima de la armadura, funda de la espada en el lado izquierdo de la cadera, denota claramente su habilidad con la espada larga usando la mano derecha además tiene usted los ojos marrones pero con tonos rojizos—Recitó sin vacilar ni por un momento.

—Si eso no es la apariencia de un caballero no sé lo que es—Proclamó indignado.

—Yo no niego que usted sea un caballero señor Ashes, pero es que si fuera un caballero del fénix tendría usted el símbolo de uno de los divinos lo cual significaría que tendría que arrestarlo.

—¿Eh?

Por primera vez y por su puesto no por última las palabras de Zarg resonaron en su cabeza, 3 bandos, dioses, demonios y humanos, Pnicas hablaba de un dios, el fornido guardia era un humano.

—¿Podemos simplemente hablar con el encargado de las identificaciones y hacernos unas? Llevamos aquí un rato y a juzgar por la posición del sol pronto será la hora de comer.

—¿Tienes hambre?—Balanceó su cola mientras preguntaba.

—Yo no, el problema es que se vaya él y nos deje sin poder entrar.

—A ver, en efecto mi descanso se acerca, pero no os voy a dejar aquí fuera, lo que es más os venís conmigo, sería peligroso dejar a tres raritos merodeando por las murallas o el bosque—Respondió condescendientemente.

Tras esas palabras nadie dijo nada, se podría haber pensado que no tenían objeción alguna, pero el motivo era otro, no querían perder más tiempo, más allá de que Pnicas hubiese cometido un error al hablar sobre un dios en lo que parecía ser una ciudad netamente de humanos y asociados el verdadero problema radicaba en como los habían llamado ´´Raritos´´ cuando ese guardia redactase su informe y concretara la presencia de tres raritos de peculiar apariencia y dudosa procedencia.... ¿Qué les harían a ellos? ¿Acaso los buscarían? No lo sabían y tampoco lo querían averiguar.

Las puertas cedieron al poderoso agarre del guardia, fueron abiertas con total resignación, ahora habían varios caminos, todos pedregosos.

—Iremos por la derecha, allí os haréis las identificaciones, procurad no mentir, el encargado es un paladín.

Sin mediar palabra alguna continuar por el lugar que indicaba el guardia cuyo nombre no sabían.

El rumbo a tomar era uno bastante sencillo, simples pasillos restos, tanto las paredes como el suelo eran de piedra, el lugar se mostraba bastante limpio y el sonido de sus pasos producía eco por todo el camino, chocando una y otra vez.

Finalmente el guardia se detuvo frente a una puerta gris, si uno no se llegara a parar un momento para verla no se daría cuenta de que allí había algo. Sin si quiera preguntar si estaban listos o si necesitaban prepararse el guardia abrió la puerta revelando una sala completamente diferente de lo que se podría esperar.