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La mañana siguiente, Arlan despertó con Oriana anidada en su abrazo, su respiración estable pero indudablemente inconsciente. Aunque su cara llevaba los leves remanentes de la escaramuza de la noche anterior, él la había limpiado meticulosamente y reemplazado su atuendo manchado de sangre, remanentes de su encuentro con esa bruja malvada, Edna.
Con cuidado, revisó su pulso, aliviado de encontrarlo estable pero notablemente más débil. «Su recuperación requerirá tiempo», pensó, con preocupación marcando sus facciones.
Su mirada recorrió tiernamente los contornos de su cara, los recuerdos inundándolo del angustia en sus ojos cuando él había tomado la difícil decisión de partir. Esos ojos llenos de lágrimas la habían acusado silenciosamente de traición, su profundidad reflejando una confianza herida.
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