—¿Hoy? ¿Tan rápido? —Oriana posó la bandeja de madera en la mesa, su corazón latiendo en nerviosismo—. No he cumplido aún mi objetivo. No creo que haya hecho una buena impresión para que él me lleve consigo, y sin embargo, ya se va. ¿Qué debo hacer?
—¿Esperas a que el té se enfríe? —escuchó que él hablaba y se dio cuenta de que estaba tan absorta en sus pensamientos que se le olvidó servirle el té.
—Mis disculpas, mi Señor —respondió y comenzó a servirle té en su taza.
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro al ver a través de ella, pero ¿cómo podía él no salar su herida? —Eres afortunada de que el Conde es indulgente con sus subordinados. Si una sirvienta tan lenta e inútil como tú trabajase en el palacio real, te habrían echado en un día.
Internamente, casi lloró por el insulto, pero lo soportó con una sonrisa cortés, ofreciéndole la taza caliente de té que él aceptó.
Oriana retomó su postura al lado, perdida en sus pensamientos una vez más.
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