Oriana miró al gran hombre que la fulminaba con la mirada. Era Rafal con quien se había chocado. Él acababa de salir de la puerta cuando Oriana se golpeó la cara contra su duro pecho.
—Has roto mi nariz, Joven Maestro —murmuró, cubriéndose la nariz con las manos.
—¿De quién es la culpa por no mirar adelante? —respondió él de mal humor.
—Perdón, Joven Maestro. Fui negligente. —Se inclinó ante él, pero al ver el enrojecimiento de su nariz, la severa expresión de Rafal se suavizó.
—Déjame ver. No hay sangre, ¿verdad
Una voz le interrumpió. —¿No tienes un trabajo urgente que hacer, Rafal?
El cuerpo de Rafal se puso rígido y se apartó de Oriana.
Arlan se acercó a ellos en cuanto oyó gemir de dolor a Oriana.
—Estaré en camino, mi Señor —dijo Rafal y miró a Oriana—. Busca a Smith para que te traiga hielo. —Luego se adelantó.
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