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EL OSCURO DESIGNIO (67)

Gimiendo de dolor, la tripulación del Julio Verne comprobó rápidamente sus heridas. Tres tenían costillas que les dolían tan horriblemente que no estaban seguros de que no estuvieran rotas o astilladas. Frigate creía que los músculos de su cuello estaban dislocados o seriamente distendidos. A Tex y a Frisco les sangraba la nariz, y la rodilla de este último le dolía como un infierno. La frente de Pogaas estaba despellejada y sangraba. Sólo Nur se había librado de heridas.

Había poco tiempo para preocuparse de sí mismos. El globo estaba ascendiendo ahora, pero derivaba alejándose de la montaña. Las nubes de la tormenta estaban desapareciendo tan rápidamente como ladrones que han oído la sirena de la policía. Afortunadamente, el sistema de luces aún funcionaba. Frisco podía ver los instrumentos de vuelo. Nur tomó una linterna, y él y Frisco aplicaron un líquido muy fluido a las uniones de los tubos. Nur, tras examinarlos con una lente de aumento, informó que no podía apreciar burbujas. Aparentemente, el hidrógeno no se escapaba.

Nur abrió la trampilla superior, y él y Pogaas subieron al anillo de sustentación. Mientras el swazi dirigía el rayo de luz de la linterna, Nur trepó por las cuerdas como un mono. No pudo llegar lo bastante cerca del cuello del globo como para aplicar una pasta. Pero informó que la envoltura parecía estar apretada en torno a la entrada de los tubos.

Frisco oyó aquello con escepticismo.

Sí, parecen estar bien. Pero no podremos estar realmente seguros hasta que aterricemos y desinflemos el globo.

Mientras tengamos una flotabilidad positiva dijo Frigate, seguiremos en el aire. No creo que debamos aterrizar hasta que encontremos los vientos polares. Esto deberla ocurrir mañana, si hemos calculado correctamente la distancia que hemos recorrido. Si bajamos al suelo, podemos perder el globo. Por una parte, no sabemos cómo reaccionarán los habitantes locales. En los primeros días de la aerostática terrestre, un cierto número de globos fueron destruidos por campesinos ignorantes y supersticiosos cuando los aeronautas aterrizaron en zonas rurales. Los campesinos creían que el globo era cosa del diablo o un vehículo de unos magos malignos. Podemos ir a parar entre gente así.

Frigate admitió que se sentía muy intranquilo viajando sin lastre. Sin embargo, en caso de necesidad, siempre podían desprenderse del sanitario químico y arrojarlo por la borda. Por supuesto, podían hallarse en una situación que no les diera tiempo de hacer esto.

El Julio Verne se elevó por encima del valle, y el viento lo empujó a buena velocidad hacia el nordeste. Al cabo de una hora perdió mucha de su fuerza, pero el vehículo siguió avanzando en la dirección correcta. También seguía ascendiendo progresivamente. Frigate ocupó el puesto de piloto a los cinco mil metros de altitud. Para parar la ascensión, fue soltando hidrógeno poco a poco. Cuando empezó a descender, encendió el quemador. A partir de entonces, el piloto iba a estar atareado intentando mantener el globo dentro de la zona de los dos mil metros perdiendo tan poco gas como fuera posible y manteniendo el quemador al mínimo.

El cuello y hombro de Frigate le dolían enormemente. Esperaba con ansiedad el momento de ser relevado para poder meterse bajo las ropas y relajarse. Un trago de alcohol no le haría ningún daño y aliviaría el dolor.

Hasta ahora el viaje había sido más bien duro y laborioso, algún peligro de esos que te encogen el estómago y mucho aburrimiento. Se sentiría feliz cuando efectuaran el último aterrizaje. Entonces los acontecimientos del viaje empezarían a adquirir la pátina de la aventura divertida. A medida que pasara el tiempo, adquirirían una aureola dorada, y todo parecería maravilloso. La tripulación podría contar historias exageradas, haciendo que sus peligros parecieran incluso más espeluznantes de lo que realmente habían sido.

La imaginación era el gran embaucador del pasado.

De pie junto al vernier, con la única iluminación de la fría luz de las estrellas y las luces de los instrumentos, con todo el mundo dormido menos él, Frigate se sentía solitario. Mitigando la soledad, sin embargo, estaba el orgullo. El Julio Verne había batido el récord de vuelos en globo sin escalas. Desde su despegue hasta este punto, había flotado aproximadamente cinco mil kilómetros. Y cubriría mucha más distancia aún si todo iba bien antes de verse obligado a tomar tierra.

Y todo aquello había sido conseguido por cinco aficionados. Excepto él mismo, ninguno había visto un globo en la Tierra. Sus propias cuarenta horas en globos de aire caliente y treinta en globos de gas no lo convertían en un veterano aeronauta. Había pasado ya más tiempo en este vuelo que en todos sus vuelos en la Tierra.

La tripulación había efectuado un viaje que hubiera hecho historia de haberse producido en su planeta nativo. Sus rostros hubieran aparecido en las pantallas de televisión de todo el mundo, hubieran sido homenajeados y festejados, hubieran podido escribir libros de los que se hubieran hecho películas, los derechos de autor les hubieran hecho millonarios.

Aquí, sólo unas pocas personas iban a conocer nunca lo que habían hecho. E incluso un pequeño número de ellas se negarían a creerlo. Y menos aún llegarían a saber si el viaje había terminado o no con la muerte de todos los miembros de la tripulación.

Miró por la portilla. El mundo era brillante luz estelar y oscuras sombras, los valles como reptantes serpientes en orden de marcha. Las estrellas estaban silenciosas, los valles estaban silenciosos. Tan inmóviles como las bocas de los muertos.

Era una macabra comparación.

Tan silenciosos como las alas de una mariposa. Recordó los veranos en la Tierra de su infancia y juventud, las flores de muchos colores del jardín de la parte de atrás de su casa, especialmente los girasoles, oh, los altos y dorados girasoles, los cantos de los pájaros, los sabrosos olores de la cocina de su madre flotando hasta su nariz, rosbif, pastel de cerezas, su padre tocando el piano...

Recordó una de las canciones favoritas de su madre, una de las favoritas de él mismo también. A menudo la había cantado suavemente mientras estaba de guardia por la noche en la goleta. Cuando lo hacía, veía mentalmente un débil resplandor allá a lo lejos delante de él, un resplandor como una estrella, una luz que parecía viajar delante de él, guiándole hacia algún lugar desconocido pero sin embargo deseable.

Brilla, brilla, pequeña luciérnaga, brilla, brilla, pequeña luciérnaga. Condúcenos, haz que podamos llegar

allá donde la dulce voz del amor nos llama. Brilla, brilla, pequeña luciérnaga,

brilla, brilla, pequeña luciérnaga. Ilumina el camino adelante, arriba,

¡y condúcenos para que podamos llegar al amor!

De pronto se dio cuenta de que estaba llorando. Lloraba por las cosas buenas que habían sido o habían podido ser, por las cosas malas que habían sido pero no hubieran debido ser nunca.

Secándose sus lágrimas, hizo una comprobación final y despertó al pequeño moro para su guardia. Se arrastró bajo sus ropas, pero su cuello y su hombro le impidieron conciliar el sueño. Tras intentar en vano sumergirse en el bendito olvido, se levantó para hablar con Nur. Prosiguieron una conversación que llevaban manteniendo, día y noche, durante años.