El duelo entre Johnathan y Frederick continuaba, pero para aquellos que observaban, ya no era un duelo. Era un espectáculo de humillación en toda regla. Johnathan, el joven prodigio de cinco años, se movía con gracia y diversión en el escenario, desviando y burlándose de los ataques de Frederick con una facilidad impresionante. Su rostro, radiante y despreocupado, parecía el de un niño jugando, en lugar de un mago luchando en un duelo serio.
Por otro lado, Frederick estaba desesperado. Su rostro estaba pálido y sudoroso, su cuerpo temblaba de agotamiento y frustración. Cada uno de sus ataques era desviado o contrarrestado fácilmente por Johnathan, quien ni siquiera parecía estar esforzándose.
A los ojos de los espectadores, cada gesto de Johnathan era como un golpe devastador a la dignidad de Frederick. El niño de cinco años estaba haciendo un espectáculo de la debilidad del mago de cuatro estrellas, y los espectadores no podían evitar reír ante el espectáculo.
"Frederick, ¿realmente creías que podrías vencerme?", preguntó Johnathan con una sonrisa burlona en su rostro. Su tono era casual, como si estuviera conversando con un viejo amigo en lugar de enfrentarse a un adversario en un duelo. "Estoy empezando a pensar que solo querías ser humillado en público."
La cara de Frederick se enrojeció de vergüenza y humillación. Trató de responder, pero las palabras no salían. Su garganta estaba seca, su mente estaba en blanco. No podía creer lo que estaba sucediendo. Estaba siendo humillado, derrotado por un niño de cinco años.
"Pero no te preocupes, Frederick. No hay nada de malo en admitir la derrota", continuó Johnathan, su tono era suave, casi compasivo. "Después de todo, no todos pueden ser tan increíbles como yo".
Frederick bajó la cabeza, incapaz de soportar la mirada de Johnathan. Sus ojos estaban nublados, su espíritu estaba roto. No había nada más que pudiera hacer. Estaba derrotado.
"Rindo... me rindo...", murmuró Frederick, su voz apenas audible. Johnathan sonrió, su rostro lleno de satisfacción. Había ganado el duelo, había demostrado su valía. Pero más que eso, había humillado a Frederick en frente de todos.
La multitud estalló en aplausos y risas. Todos se levantaron de sus asientos, sus rostros llenos de asombro y admiración. Johnathan, el prodigio de cinco años, había derrotado a uno de los magos más fuertes de la academia. Y lo había hecho con una sonrisa en su rostro y risas en su voz.
Johnathan se dio la vuelta, mirando a la multitud con ojos brillantes. Levantó una mano, saludando a todos con una sonrisa radiante. "¡Gracias por su apoyo, todos! ¡Espero que hayan disfrutado el espectáculo!", exclamó, su voz llena de diversión y alegría. La multitud respondió con más aplausos y risas.
En ese momento, Johnathan no era solo un niño de cinco años. Era un prodigio, un héroe, un ídolo. Y Frederick, el orgulloso y poderoso mago de cuatro estrellas, era nada más que el bufón de la corte, el perdedor humillado en frente de todos.
Y así, con la risa de Johnathan resonando en el auditorio, el duelo llegó a su fin. El joven prodigio de cinco años había vencido al experimentado mago de cuatro estrellas. Había humillado a Frederick, demostrando su valía y su poder. Y lo había hecho con una sonrisa en su rostro, llenando el auditorio con risas y aplausos.