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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · Peperangan
Peringkat tidak cukup
165 Chs

Alto secreto

La luz de media tarde impregnaba en derredor, con una temperatura lo suficientemente agradable para despojar el abrigo que era necesario por el frescor de la mañana.

—Me gustaría volver a agradecerle su hospitalidad, mi señor —pronunció Brabos, con semblante respetuoso y una leve inclinación de la cabeza.

Orion le quitó su mano, impidiendo que fuera besada, y tampoco se lo permitió a Belian, que lo había intentando un segundo antes.

—Administra con diligencia mis tierras —dijo, sin darle espacio a la negociación—, o buscaré a alguien más para remplazarte.

Brabos negó la cabeza con rapidez, inspirando profundo para reunir la valentía vital para no cagarse en los pantalones cada que se encontraba frente al llamado soberano de Tanyer.

—No será necesario, mi señor. Yo mismo entregaré mi vida si llego a fallarle —dijo de forma segura, aunque en su interior no estaba dispuesto cumplir con tal resolución.

Orion asintió, accediendo a qué la pareja de padre e hija se retirara al carruaje en espera, y así mismo permitirles ingresar.

—Enviaré a Trunan contigo, y a una veintena de jinetes —dijo, señalando con la mirada al enorme individuo perteneciente a la raza islo detrás de él.

Trunan se arrodilló a una pierna, bajando el rostro. Internamente estaba en conflicto por ser despojado de la guardia de su amado soberano, pero no permitió que se mirase en su recia expresión.

—Su orden será ejecutada, Ministro —dijo el islo con respeto.

Astra asintió sin mucha ceremonia al arrodillado, entendía el trasfondo de las acción de su señor, sin embargo, no pudo evitar tener cierta calidez en su corazón.

—No me falles, Astra —dijo, sin la severidad con la que se había dirigido al hombre regordete.

—Por nada del mundo, mi señor. —Hizo una exquisita reverencia, para luego darse media vuelta y caminar hacia el carruaje—. Helia.

—Su señoría. —Se despidió la esclava, quién no había podido evitar el nerviosismo y el miedo por estar en presencia del renombrado "monstruo de la fortaleza".

Fira expresó desaprobación con la nueva asistente de su hermano, pues sentía que le faltaba más educación, sin darse cuenta que cuando ella empezó sirviendo a Orion un año atrás, tenía las mismas fallas.

—Trela D'icaya, prometo protegerlo con mi vida —dijo Trunan, aún sin levantarse.

—Estoy seguro que sí —asintió.

Trunan sonrió por la confianza que no sabía que su señor tenía en él. Se colocó en pie al notar la seña de Orion, y se despidió de su capitana con respeto, dejándole en claro con la mirada que no le fallaría a la raza, y Mujina aceptó la promesa.

El carruaje emprendió la marcha, acompañado de la guardia personal del antiguo Brir, Trunan, y una veintena de jinetes bien entrenados.

—Esa niña no me parece mal —dijo Fira de manera repentina, ganándose la atención de su señor.

—¿Cuál niña? —inquirió con intriga.

—La hija del gordo sudoroso, mi señor. —Hubo un cambio extremo en el tono al describir a Brabos, que al dirigirse a Orion—. Me parece una buena pareja para Astra. Educada y pura.

—Es tu elección —dijo, para inmediatamente dirigirse de vuelta al palacio. Había perdido por completo el interés en la conversación.

∆∆∆

El carruaje se había sumido en la incomodidad, las miradas que se lanzaban los hombres solo podía atestiguar la falta de confianza para darle comienzo a una charla mundana, resultado del malentendido en el comedor principal, y el miedo por la gran cercanía que tenía el joven con el gobernante de Tanyer.

—Señor Ministro —dijo Belian con timidez.

Astra le concedió su atención, acomodando su trasero en el cojín mal posicionado.

—Hable con libertad.

La dama sonrió, mientras su padre mantenía un semblante tranquilo, aunque internamente aprobaba por completo la cercanía de su hija con el hombre de rango prominente.

—Gracias —asintió con calma, preparando su garganta para el comentario siguiente—. Cuando fuimos guiados a la fortaleza del señor Barlok, noté interesantes situaciones. Observé hombres cargando piedras, troncos, y demás materiales, pero solo encontré en mi panorama ruinas.

—No son ruinas —negó con una sonrisa sincera. Helia también negó con la cabeza—. Son construcciones en proceso.

Brabos se interesó en la conversación, aunque su expresión no le traicionó.

—Podría explicarse, señor Ministro.

—No hay secretos en lo que nuestro señor hace, pero hablar de ello rompe mi lealtad y su confianza depositada en mí.

—Lo siento, señor Ministro, mi hija no tenía interés en hacerle faltar su juramento —intervino Brabos con rapidez, conociendo que no había nada más valioso para un hombre como lo eran sus juramentos de lealtad, y dudaba que si lo ofendían en algo así, no podría haber reconciliación.

Astra aceptó la disculpa, no tenía problema en hablar con una preciosura y jactarse de las proezas de su señor, lo había hecho muchas veces en el pasado, sin revelar secretos por supuesto, pero ahora mismo no deseaba abrir la boca de más, pues, pese a que la muchacha desprendía cierta inocencia, podía ver la astucia escondida en sus ojos, por mucho que la deseara ocultar, y pasaba lo mismo con su padre. Ambos eran individuos calculadores, y no iba dejarse engañar por sus trucos baratos.

—¿Cuántos esclavos de las tierras de Tanyer posee? —inquirió repentinamente.

Brabos pensó por un momento, si bien la pregunta lo había tomado por sorpresa, no era algo que no se esperase.

—No podría darle un cifra exacta, señor Ministro —dijo con sinceridad—. Pero al llegar a la vaher Cenut inmediatamente le haré poseedor de la respuesta.

—La estaré esperando —dijo.

El silencio reinó el interior del carruaje por varios minutos, tantos que logró observar por la abertura que funcionaba de ventana la torre de vigilancia que protegía el perímetro. Inspiró profundo por la rara emoción que su corazón comenzó a experimentar, pues, por primera vez después de haber recuperado su libertad, estaba saliendo de la vahir, y no como un hombre común, sino como el Ministro de asuntos internos y externos al servicio del gran Barlok Orion.