Sylvia quedó petrificada al darse cuenta de quién la había descubierto. Frente a ella estaba Günter, su presencia imponente como la de un depredador en la penumbra del monasterio. No había señales de Frederick o Roberto que pudieran intervenir esta vez.
—Por favor, Günter, no me delates —su voz era un susurro tembloroso—. Te aseguro que no estoy haciendo nada malo. Me arrodillaré, lameré tus botas si es necesario, haré lo que desees —la desesperación en sus palabras era palpable, y Sylvia aún no sabía si Theodor, Balduin y Waldemar eran amigos o enemigos. A pesar de ser maestros titiriteros, tenía claro que debía seguir en la abadía para obtener más información.
—La profecía de los Viajeros de Mundos —murmuró Günter, su mirada fija en el libro tras Sylvia—. ¿Lo que desee has afirmado? —preguntó, con un tono que rozaba la lascivia. La elfa tembló mientras asentía, consciente de que se había metido en la boca del lobo.
—¿Has sido ya estrenada? —la pregunta de Günter, acompañada por una caricia en su pelo, hizo que el terror se apoderara de Sylvia. La posibilidad de que exigiera su virginidad a cambio de silencio la llenaba de horror. Ella negó con la cabeza, su cuerpo temblando incontrolablemente.
El templario tiró de su cabeza hacia él, sellando sus labios con un beso que encendió un fuego inesperado en Sylvia. A pesar de la situación, no pudo evitar responder al beso, sus manos explorando la musculatura de Günter bajo su camisa.
—Yo también conocía la profecía —confesó Günter cuando se separaron, su aliento aún entremezclado con el de ella—. Por eso me hice amigo de Roberto cuando me enteré de su historia. Quiero estar a su lado cuando cambie el mundo.
Sylvia lo miró, atónita por la repentina transición de la pasión al pragmatismo.
—No vas a... —empezó a decir, pero Günter la interrumpió con una sonrisa.
—No, no voy a delatarte. Todo lo contrario, te ayudaré a traer el bien a este mundo —le aseguró, y por un momento, Sylvia vio algo más que el guerrero en sus ojos—. Aunque seas una elfa. Supongo que no todos los Viajeros serán humanos.
La confusión de Sylvia se profundizó. ¿Era posible que Günter, el hombre que había sido su némesis, se convirtiera en su aliado? ¿Y qué significaba para su propia identidad, para los deseos que sentía?
—No me refería a si no vas a... a estrenarme —se atrevió a decir, su voz apenas un murmullo.
—¿Cómo dijiste? Oh, sí, eres un ser indigno de mi atención, ¿no? —la provocación en la voz de Günter era evidente.
—¿Pero no decides tú quién merece tu atención? —replicó Sylvia, sorprendida por su propio atrevimiento.
—No te voy a estrenar contra tu voluntad —afirmó Günter, su tono firme pero no carente de calor.
Sylvia se encontró deseando que él la llevara más allá de los besos, anhelando sentir la fuerza de su abrazo.
—Puedes estar tranquila. Recoge el libro, apaga la vela y te acompañaré a tu habitación —dijo Günter, su voz un bálsamo para el tumulto de emociones de Sylvia.
Desilusionada pero a la vez aliviada, Sylvia obedeció. Günter la escoltó hasta su celda, manteniendo su promesa.
—¿Por favor, puedes volver a besarme? —pidió Sylvia en la puerta de su habitación, su corazón latiendo con fuerza ante la posibilidad de otro rechazo.
—Si vuelvo a besarte, voy a empujarte a tu habitación y estrenarte —respondió Günter con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. No puedo hacer esto. Estoy de guardia y, si no regreso pronto a mi ronda, podría ser castigado o, peor, destapada nuestra coartada. Tú sigue con Roberto y Frederick como adalides y yo seguiré tratándote mal. Así ambos podremos actuar con más libertad sin levantar sospechas.
Con un último adiós, Sylvia entró en su habitación y se apoyó en la puerta cerrada. Su mundo parecía desmoronarse. Era una pieza en un tablero de ajedrez manejado por otro desde las sombras. Sus hormonas le hacían desear estar con hombres y, encima, se había arrastrado suplicante por amor ante el hombre que peor la había tratado desde su llegada a este mundo. ¿Se estaba dejando arrastrar por sus hormonas y aceptando una alianza peligrosa con Günter? Finalmente, se tiró sobre la cama y quedó dormida pensando en todas estas cosas.
La inquietud se había enredado en el sueño de Sylvia, despertándola con un sobresalto. La habitación estaba bañada en la penumbra del amanecer, y ella yacía en su cama, su mente un torbellino de pensamientos y recuerdos. La noche anterior había alterado el curso de su destino; la alianza inesperada con Günter, sellada con un beso que la dejó, resonaba en su mente. Las palabras de Günter, una mezcla de promesa y amenaza, la atormentaban.
Se levantó, el frío de la piedra del suelo se filtraba a través de sus pies descalzos, un crudo recordatorio de la realidad. Decidida a encontrar claridad, Sylvia se envolvió en su chal y se dirigió hacia la cocina, buscando el consuelo de una taza de té caliente, antes de comenzar su jornada.
Los pasillos del monasterio estaban tranquilos, los ecos de sus pasos se mezclaban con el suave murmullo de las oraciones matutinas. Al llegar a la cocina, encontró a Elia, la cocinera, cuyo semblante solía ser un faro de calidez en el monasterio. Pero esa mañana, la sonrisa de Elia era una sombra de su alegría habitual.
—Buenos días, Sylvia—la voz de Elia era suave, pero sus ojos revelaban una preocupación materna—. ¿Todo bien?
Sylvia intentó sonreír, pero su gesto fue tan frágil como el hilo de luz que se colaba por la ventana.
—Buenos días, Elia. Sí, todo bien. Solo... un poco cansada —su voz apenas ocultaba la turbulencia de su interior.
Elia, con la sabiduría de quien ha visto más amaneceres de los que puede contar, miró a Sylvia con una ceja arqueada y colocó una tetera sobre el fuego.
—No me engañas, niña. Pareces tener el peso del mundo sobre tus hombros —Elia se acercó, su mano se posó sobre el brazo de Sylvia con un tacto que era tanto reconfortante como anclado en la realidad—. ¿Quieres hablar de ello?
Sylvia vaciló, pero la presencia de Elia era un refugio seguro.
—He tenido una noche difícil, Elia. Tomé una decisión importante y ahora no estoy segura de si fue la correcta —confesó, su voz un susurro cargado de dudas.
Elia asintió, su atención nunca se desviaba de la tetera, pero su espíritu estaba todo con Sylvia.
—A veces, las decisiones que tomamos pueden parecer correctas en el momento, pero luego nos asaltan las dudas. Recuerda, Sylvia, no todo lo que brilla es oro. Las apariencias pueden engañar y las verdaderas intenciones pueden estar ocultas bajo capas de falsedad —la voz de Elia era un bálsamo, sus palabras tejían una red de seguridad en la incertidumbre de Sylvia.
Un suspiro se escapó de los labios de Sylvia, y por un momento, se permitió sentir el alivio de compartir su carga.
—Gracias, Elia. Tus palabras siempre me ayudan a ver las cosas con más claridad —dijo, encontrando un atisbo de paz en la sabiduría de Elia.
Elia le sirvió una taza de té caliente, su sonrisa era un rayo de sol en la mañana fría.
—Toma, bebe esto y date un momento para reflexionar. El día acaba de empezar, y estoy seguro de que encontrarás la manera de lidiar con lo que sea que te preocupe —animó Elia.
Sylvia tomó la taza entre sus manos, el calor se extendía por sus dedos, llevando consigo una promesa de claridad. Mientras el vapor del té se elevaba, Sylvia contempló su reflejo en la superficie oscilante del líquido. La alianza con Günter era solo una parte del juego peligroso en el que estaba involucrada. Necesitaba mantener la mente clara para sobrevivir y proteger a quienes amaba. Y en ese momento de quietud, con el té calentando su ser, Sylvia se prometió ser más cautelosa y astuta. El juego había cambiado, y ella no sería una pieza pasiva en él.
Tras su conversación con Elia y terminar las labores en la cocina, Sylvia se dirigió a las áreas comunes para comenzar sus tareas diarias. La sensación de inquietud persistía, pero las palabras del cocinero le habían dado algo de claridad. Mientras limpiaba las mesas y barría el suelo de piedra, no podía dejar de pensar en su encuentro con Günter la noche anterior. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el momento en que él la había besado y prometido protegerla, pero también la amenaza implícita en su voz.
De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se giró y encontró a Günter, que la miraba con una sonrisa fría y calculadora.
—Buenos días, Sylvia —dijo, su tono de voz era suave pero cargado de una amenaza subyacente. —Espero que hayas dormido bien después de nuestra pequeña charla anoche.
Sylvia tragó saliva, sintiendo que su garganta se cerraba. Asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.
—Bien. —Günter se acercó más, invadiendo su espacio personal. —Quiero asegurarme de que no olvides nuestro acuerdo. Sería una pena que tus pequeños secretos se hicieran públicos.
Sylvia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Günter estaba jugando con ella, disfrutando de su poder sobre ella.
—No lo olvidaré —respondió, intentando mantener la voz firme.
Günter sonrió con satisfacción.
—Me alegra oír eso. Pero, para asegurarnos de que realmente eres leal a mí, tengo una pequeña tarea para ti.
Sylvia sintió su corazón latir con fuerza.
—¿Qué clase de tarea?
—Esta noche, los sacerdotes se reunirán en la sala de reuniones para discutir asuntos importantes. Quiero que te infiltres y escuches lo que dicen. Necesito saber si hay algo que pueda afectarnos... a nosotros —dijo Günter, su tono insinuante era inconfundible.
Sylvia se quedó helada. Sabía que espiar a los sacerdotes era extremadamente peligroso. Si la descubrían, las consecuencias serían severas.
—¿Y si me descubren? —preguntó, con un nudo en la garganta.
—Entonces será tu problema, Sylvia —respondió Günter, encogiéndose de hombros. —Pero si haces bien tu trabajo, demostrarás tu lealtad y nuestra... relación se mantendrá en secreto.
Sylvia sintió una mezcla de miedo y rabia. No tenía elección; debía cumplir con la tarea para protegerse a sí misma y a sus secretos.
—Está bien —dijo finalmente, con voz temblorosa. —Lo haré.
Günter sonrió, satisfecho.
—Sabía que podía contar contigo. Recuerda, mantén los ojos y oídos abiertos, y no dejes que te descubran.
Sylvia asintió, sintiéndose atrapada en una red de mentiras y manipulaciones. Günter le dio una última mirada antes de alejarse, dejándola sola con sus pensamientos.
Mientras terminaba sus tareas, Sylvia no podía dejar de pensar en la misión que le habían impuesto. Sabía que debía ser extremadamente cuidadosa. Si cometía un error, no solo pondría en peligro su vida, sino también la de aquellos a quienes quería proteger.
Esa noche, después de la cena, Sylvia se dirigió a su celda para preparar su infiltración. Se cubrió con una capa oscura y se movió con sigilo por los pasillos del monasterio, evitando a los guardias y otros monjes. Cuando llegó a la sala de reuniones, se escondió en las sombras y esperó.
Los sacerdotes comenzaron a llegar, sus voces resonaban en el aire mientras discutían asuntos que parecían triviales al principio. Sylvia se esforzaba por mantenerse oculta, su corazón latía con fuerza mientras intentaba captar cada palabra.
Entonces, uno de los sacerdotes mencionó algo que captó su atención.
—La profecía de los Viajeros de Mundos... —dijo, y Sylvia sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Se concentró en escuchar, sabiendo que esta información podría ser crucial para su supervivencia y la de sus amigos.
La misión de espiar a los sacerdotes no solo era una prueba de lealtad, sino también una oportunidad para descubrir más sobre su destino y el papel que debía jugar en este mundo extraño y peligroso. Mientras las voces continuaban, Sylvia se dio cuenta de que estaba más involucrada en este juego de lo que había imaginado, y que su futuro dependía de cada paso que diera a partir de ese momento.