Los tonos cenizos del bosque cercano al Castillo de la Sombranívea resaltaban frente al oscuro cielo del crepúsculo, los árboles erguidos como guardias silenciosos que observaban una escena de tensa preocupación.
El suelo estaba alfombrado de hojas caídas, añadiendo un suave susurro a los murmullos de los guardias reunidos.
En medio de este ambiente sombrío, Silvia y Kayla permanecían inquietantemente inmóviles, sus manos apretadas con fuerza la una con la otra como si sostenerse fuera su único ancla en una tormenta.
El rostro de Kayla estaba contraído en una expresión de dolor, lágrimas corriendo por sus mejillas, sus ojos apretados cerrados contra algún horror invisible. A su lado, Silvia miraba hacia la nada, sus ojos abiertos y vidriosos, temblando como si hubiera vislumbrado algo demasiado aterrador para comprenderlo.
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